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Las familias se reúnen en los cementerios, llevando figuras de panes que representan distintos elementos, que les permitirán a los difuntos bajar a la tierra.

Las familias se reúnen en los cementerios, llevando figuras de panes que representan distintos elementos, que les permitirán a los difuntos bajar a la tierra. | Foto: Bolivia Informa

Publicado 1 octubre 2018



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En la tradición andina la muerte no existe, y es entendida como una transición porque para ellos la vida es eterna. En torno a esta bella creencia, los bolivianos levantan una de las más arraigadas celebraciones de esta fecha, en Latinoamérica.

El 1 y 2 de noviembre se celebra en Bolivia la fiesta de "Todos los Santos". A diferencia de otras naciones que también conmemoran esta fecha, este evento en el país altiplánico conlleva ritos particulares y que amalgaman las tradiciones de sus pueblos originarios con la cultura religiosa traída por los españoles a América.

¿Como nació?

En la tradición andina la muerte no existe, y es entendida como una transición porque para ellos la vida es eterna. Desde siempre las comunidades indígenas de Bolivia han celebrado una vez al año la fiesta de los muertos para recordar y compartir con las ajayus (almas, en Aymara).

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Con la llegada de los invasores al continente, el rito se fusionó con la fiesta de "Todos los Santos" y, pese a adaptar su nombre, coservó importantes raíces latinoamericanas que hacen de la conmemoración boliviana una de las más ricas en aspectos culturales de la región. 

Hasta hoy, y a diferencia de otros países, que durante estos días sólo visitan a sus seres queridos en los cementerios cargando de flores los brazos, los bolivianos tienen un proceder particular: recordar a los fallecidos preparando cuidadosos banquetes cargados de signficiados que les permiten a sus seres queridos bajar a la tierra y compartir con los que acá permanecen.

¿De qué se trata?

Las familias se reúnen en los camposantos a partir de las doce del día del 1 de noviembre, en donde preparan una mesa sobre la que extienden un mantel, además de flores, adornos y comidas. Si la tela es blanca, es porque el difunto recordado es un niño, en cambio si es oscura o negra es en memoria de una persona adulta. 

En la mesa, se disponen los alimentos que más solía disfrutar el fallecido, además de diferentes y pequeñas figuras hechas con masa de pan, como por ejemplo una escalera que es horneada "para que baje el muerto del cielo y, por medio de esta misma, después se vaya", dice el antropólogo Milton Eyzaguirre.

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Así como también masitas de bebés, llamadas "tantawawas" en idioma quechua, una reminiscencia de un rito de la época incaica, donde se regalaban niños sacrificados a los dioses. "Cuando alguien muere tiene que regenerar la vida y la forma de hacerlo es por medio de estas guaguas (bebés) de pan", agrega Eyzaguirre.

Otros elementos infaltable son la caña de azúcar, que simboliza el bastón que usará el difunto para guiarse en su visita a la tierra, además de hojas coca, chicha y velas, las que son encendidas desde el medio día del 1 de noviembre, para iluminar el camino de llegada de los seres queridos. 

En las comilonas también se estilan serenatas e interpretaciones musicales. La creencia es que las almas permanecen en la tierra durante 24 horas, de manera que el 2 de noviembre, al medio día, los familiares se despiden de los comensales espirituales hasta una próxima visita, siempre con abundante comida y bebida, ya que el muerto necesita mucha energía para su viaje de regreso.

Tradiciones

El culto a los difuntos en ese país se conserva mucho más en el área rural y se prepara con semanas de antelación. Es profundamente importante, no sólo porque los conecta con aquellas personas que perdieron físicamente, sino también porque preserva las tradiciones culturales de sus pueblos indígenas, en una nación plurinacional como lo es Bolivia, en la que las raíces indígenas son viatles.

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Sin embargo, en otros lugares del país, como Santa Cruz de la Sierra, esta tradición se ha ido perdiendo para dar paso a nuevos modos culturales provenientes del mercado imperialista, como la fiesta de "Halloween", práctica oriunda de Estados Unidos que llegó a la región hace menos de un par de décadas.

En esa ciudad, las ventas de artículos alusivos a la "noche de brujas", como disfraces u objetos plásticos que aluden a personajes de terror del cine y la literatura, va en aumento, pero carece al mismo tiempo, de trasfondo cultural autóctono y simbólico. 


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