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"En la noche peor, con la candela del cigarrillo nos podía ubicar un francotirador, era casi un suicidio”.

"En la noche peor, con la candela del cigarrillo nos podía ubicar un francotirador, era casi un suicidio”. | Foto: Luis Gutiérrez - teleSUR

Publicado 23 febrero 2017



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Por el camino quedaron muchos de sus compañeros en el campo de combate y con un gesto de tristeza en su rostro nos dice que prefiere no hablar de ello y nos toca saltarnos ese capítulo. 

Las balas iban de un lado a otro, los ríos se convirtieron en una pasarela de cuerpos sin vida. Las piernas mutiladas se volvieron una costumbre, mientras la cifras de muertos tan sólo una noticia. 

Perdimos la capacidad de asombro, nos volvimos indiferentes al hambre, a la miseria y todas aquellas injusticias que por años alimentaron la guerra. Las denominadas causas estructurales del conflicto, algo con lo que parcialmente estoy de acuerdo.

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Lo pienso así porque en Colombia el principal origen de nuestra confrontación no fue el hambre, sino la violencia que el Estado ejerció sobre un puñado de campesinos que defendían su derecho a la tierra y que nunca pensaron tomarse el poder por las armas. 

Pero ahí estaba Bruno, empuñando una, la misma que carga hace 24 años, su compañera de vida y con la cual prontamente se divorciará para viajar a una mejor futuro, por lo menos el que promete el acuerdo logrado con el Gobierno colombiano. 

Es el guardia de turno y mientras esperamos el permiso para entrar a la Zona Veredal ubicada en Icononzo, Tolima, su relato espontáneo de un guerrillero despojado de la guerra, evidencia la estrategia que desarrollaron durante años para mantener la lucha armada. 

“Me fumaré un cigarrillo”, dice. Cuántos al día, compañero, le pregunto. "Ahora que se puede son varios, suficientes para volverme más adicto. Antes no se podía casi. El humo del cigarrillo se lo lleva el viento y viaja muy lejos, suficiente para que nos y pudieran caer”.

"En la noche peor, con la candela del cigarrillo nos podía ubicar un francotirador, era casi un suicidio”.

Estrategias de guerra, guerra de guerrillas, la misma que logró que un ejército irregular como el de las FARC-EP se mantuviera por tanto tiempo, pese a los reveses militares y lo difícil que es vivir metido en una selva durante más de medio siglo. 

“Imagínese hermano que cuando estábamos en poblaciones cercanas no podíamos tomar o preparar tinto. Ese olor del tinto también viaja lejos y ni que decir del jabón de baño. De hecho en una ocasión, yo ubiqué a un grupo de soldados por el olor a jabón de baño y ni para qué le cuento qué sucedió después”.

Para Bruno son recuerdos de la guerra a las que vivió acostumbrado. Para nosotros como periodistas un relato del que poco se ha sabido, más allá de los bombardeos, combates, retenciones, liberaciones, cometidos por los “monstruos” de las FARC-EP registrados por los medios de comunicación.

No podía faltar la pregunta y el lugar común, necesaria para construir confianza y un diálogo que me permitiera conocer aquellos detalles que fueron parte de la cruenta guerra ¿De dónde es y por qué ingresó a las FARC-EP?

Un suspiro y un apretón para el fusil Ak-47 con el cual presta la guardia Bruno, sirve de introducción para su respuesta. “Mi familia y yo siempre fuimos campesinos, pero campesinos pobres. No había mucho qué hacer y las posibilidades de hacer otra cosa tampoco. Me daba rabia cómo vivíamos nosotros y cómo vivían los grandes ganaderos de allá de Robira, de donde soy yo”.

Indudablemente esa ha sido la historia de muchos de los combatientes que ingresaron a las FARC-EP. Campesinos pobres, víctimas de un Estado que nunca fue capaz de reconocer a esas poblaciones excluidas y que se vieron obligados a hacerse escuchar a través de las armas. 

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Las FARC no son el origen de la violencia, son la consecuencia, sostienen los investigadores del conflicto armado en esta nación.

De vuelta al diálogo, Bruno nos sigue sorprendiendo con su relato. Nos cuenta las verdaderas prohibiciones que tenían en las FARC-EP y cómo poco a poco el ritmo de la guerra, las caminatas casi diarias y el dormir poco, se cambiaron por un escenario de no confrontación que por lo menos les ha garantizado sus vidas por estos días.

“No eso cuando lavábamos ropa de color no se podía extender al aire libre. Claro que casi nadie tenía ropa de color, eso causa reflejos que son identificados por los aviones del enemigo. Así mismo era con los plásticos negros. Casi no se utilizaban porque daban mucho brillo”.

Ahora Bruno y los demás combatientes de las FARC-EP viajan literalmente más ligeros de equipaje, sin el peso de la guerra y la angustia de la muerte. “Antes cargábamos un equipaje de 25 a 30 libras, sin contar la munición y el fusil. Una ametralladora antes tenía que tener, por ejemplo, unos 2.000 tiros, ahora sólo cargamos 600”, dice Bruno. 

Por el camino quedaron muchos de sus compañeros en el campo de combate y con un gesto de tristeza en su rostro nos dice que prefiere no hablar de ello y nos toca saltarnos ese capítulo. 

Foto: Luis Gutiérrez - teleSUR

Su sueño a corto plazo es terminar los estudios que dejó en segundo de primaria, cursar la secundaria y prepararse para vida profesional. Sueña con ser un excelente veterinario.

La verdad ha sido un diálogo maravilloso, de esas historias que le podré contar a mis hijos y que ojalá tenga un final feliz. 

Ha llegado el mensajero, nos han autorizado entrar a la Zona Veredal de Icononzo. Nos despedimos de Bruno y caminamos loma abajo para llegar a los campamentos guerrilleros. 

La primera imagen nos deja sorprendidos, pareciera que estuviéramos viendo un barrio de desplazados por el conflicto de esos que se levantan en las grandes urbes. 

Vemos un sinnúmero de cambuches de plásticos y lonas verdes. No hay nada construido de lo que el Gobierno prometió respecto a las Zonas Veredales. 

Lo observado allí es el claro ejemplo de que el camino que se tendrá que recorrer será tan o más complicado que los años vividos en medio de la guerra y que la construcción de la verdadera paz apenas comienza. 

Foto: Luis Gutiérrez - teleSUR

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