MONTESCOS Y CAPULETOS
por Miguel Mosquera Paans, Embajador Cultural de Latinoamérica. AEADO, Perú. Premio Internacional de Periodismo de Investigación Ana María Agüero Melnyczuk, Limaclara Argentina.
* * *
Pese a la tentación de evaluar el conflicto palestino-israelí con la visión simplista de la heroicidad romántica, culpando categóricamente a los hebreos por su superioridad económica mientras la opinión pública eleva a los árabes al altar de los mártires, lo cierto es que en realidad la situación no se reduce a una sencilla refriega entre desmemoriados Montescos y Capuletos..
Todos sabemos que uno no riñe si dos no quieren y en este enfrentamiento tienen mucho que ver las dos partes, además de los ingleses que se desentendieron de las consecuencias ulteriores del Protectorado británico así como Naciones Unidas despreocupándose del tema luego de aprobar en 1947 la partición de Palestina en sendos Estados sionista e islamita, aunque como siempre sobresalga la víctima común en todos los conflictos bélicos, llámesele población civil, eternamente usada como arma o escudo ya sea literal o propagandístico.
El enfrentamiento va mucho más allá de la Guerra de los siete días, la invasión de Egipto, la ocupación de los Altos del Golán, la apropiación de Cisjordania —cedida por el rey Hussein de Jordania en una muestra impecable de civismo pacifista—, o la toma de una buena franja del Líbano.
Poco ayudó la omisión del general Ariel Sharón ordenando al ejercito israelí a mirar para otro lado mientras los falangistas cristianos maronitas libaneses masacraron a los refugiados palestinos en los campos de Sabra y Shatila en 1982, con una represión tan brutal que no se limitó a la matanza de civiles indefensos, mayoritariamente mujeres y ancianos, sino cebándose con la mutilación de los dedos de los niños en previsión de que no pudieran empuñar un arma siendo adultos. Todo ello por supuesto justificado por el asesinado del dirigente libanés Gemayel en el 62 y la masacre de Damour perpetrada al sur de Beirut por la OLP, contendiente que tampoco se quedó corto cuando acaudillado por Arafat llevó a cabo la masacre de Munich en 1972, como génesis de un goteo interminable de asesinatos que ambos rivales disculpan con una espiral inagotable de vendettas, sin olvidar que los moradores naturales de Palestina son, desde hace siglos, los palestinos.
Al reguero de homicidios se une el que los activistas palestinos perpetran con frecuencia en territorio judío, actuando de manera indiscriminada con la población que, nunca mejor dicho se le ponga a tiro, aprovechando para ello la red de túneles que mina el suelo palestino comunicándolo con el de su adversario, en incursiones fugaces pero frecuentes, propias de una guerra de guerrillas sin fin.
En un análisis somero parece como si Israel montara en cólera por el simple asesinato de un civil para con furia abisinia arrasar Palestina. De ser así hubiera sido excusa más que suficiente que un gato hebreo fuera atropellado por un automóvil musulmán. No, la disputa va mucho más allá sin obviar que a ambos lados de la linea lloran diariamente a sus caídos.
Lo curioso es que pese a que desde aquella degollina de Sabra y Shatila que la Asamblea General de Naciones Unidas calificó mediante resolución de genocidio, el policía del barrio, a la sazón Estados Unidos, aún no ha intervenido donde en otros lugares entró a saco por un quítame ahí esas pajas.
Y este conflicto que lleva visos de recrudecerse cada diez años como una cifra mágica y luctuosa para acometer barbaridades, desde 1962, 72, 82, 92, 2002, 12 y sigue, sólo se podrá saldar el día en que las partes en conflicto se sienten para establecer un armisticio, negociando una paz justa y duradera en la que no nos engañemos, palestinos y judíos no son los únicos implicados.