Valió la pena la castrada: ¡salvé a un rey! | Blog | teleSUR
13 septiembre 2022
Valió la pena la castrada: ¡salvé a un rey!

La voz humana es uno de los instrumentos musicales más maravillosos. Escucharla estimula el organismo, pues las vibraciones de las cuerdas vocales se perciben no sólo por el oído, también por otras partes del cuerpo, inclusive algunas relacionadas con el sistema inmunológico. Por lo mismo no es una locura decir que una voz angelical (simplemente la metáfora lo dice todo) puede llegar a sanar a una persona con emociones desquebrajadas.

Valió la pena la castrada: ¡salvé a un rey!

Tal es el caso de Carlo Broschi, el famoso Farinelli, de los más importantes sopranistas del siglo XVIII.

Este talentoso italiano, nacido en 1705, mantuvo su prodigiosa voz juvenil por medio de una castración a temprana edad, práctica común durante el auge del bel canto en Europa. Tan común que inclusive la Iglesia Católica, que prohibió el procedimiento so pena de excomunión, siguió utilizando castrados en sus coros hasta comienzos del siglo XX.

Farinelli era un prodigio artístico: tenía una extensión vocal de 3 ½ octavas, podía cantar hasta doscientas cincuenta notas en una sola respiración y sostenía una sola nota por más de un minuto. Sin embargo, después de haber pasado por una fuerte depresión dejó de interesarle la fama y la fortuna y decidió abandonarlo todo para concentrarse en el estudio de canto, cambiando su estilo vocal hacia una calidad de expresión e intimidad profunda que hasta entonces no se habían escuchado.

¿En qué consistía la castración del cantarín? Pues en amputarle los testículos con la finalidad de prevenir el acceso de las hormonas del crecimiento. Con esto se mantenía la voz “fresca", pero con el deseado portento, ya que conforme la persona crecía, también lo hacia su capacidad pulmonar, ergo: voz de "nene” con pulmones de adulto.

Por lo regular era la familia del cantante los principales promotores de castrarlos, en espera de dejar de trabajar para siempre, pues un castrato bien representado ganaba fortunas, como las ganó Broschi.

La mejor edad para la operación era a los ocho años. Sin embargo, la poca higiene y lo arriesgado de la operación dejaba más muertos que futuros Farinellis.

En caso de que el niño sobreviviera comenzaba de inmediato un riguroso entrenamiento, que podía durar hasta diez años. Hacia 1700 el sistema de una escuela de canto en Roma era verdaderamente exhaustivo, con más de diez horas diarias de prácticas y clases, sin nada de juegos.

Hubo algunas ocasiones en donde los padres se rehusaron rotundamente a que castraran a sus hijos, por más talentosos que fueran. Tal es el caso del papá del compositor Joseph Haydn: su pequeño de nueve años era el cantante estrella de la prestigiada Catedral de San Esteban, Viena, y ya le andaban tijereteando las pelotitas sin su consentimiento cuando llegó a sacarlo del colegio. Y eso que el billete les hubiera caído de perlas a la familia Haydn, pues don Mathias era carretero y los hijos eran 12.

Por supuesto, los efectos secundarios de la castración eran horribles para la persona: hipogonadismo, pene infantil, sofocos constantes, pérdida de vello corporal y de la barba, adiós a la libido, problemas de desarrollo muscular, engordamiento de las caderas, glúteos, senos, etc. Y en cuestión emocional ¡ajúa!: no eran hombres, ni mujeres, tendían a ser volátiles, irritables, caprichosos ad nauseam y demandantes, y si bien eran admirados por su talento en el escenario, abajo de él eran satanizados y tratados como freaks.

Hacia 1737, entre sus giras Farinelli pasó por España, donde decidió pasar una temporada de descanso. Pues nada, la temporada duró más de veinte años. Por entonces el rey era Felipe V (foto abajo) andaba más deprimido que un tango tocado en flauta... y eso que le apodaban el Animoso.

Felipe V amaba la música y la literatura y fomentó bastante el arte durante su reinado. Pero sus constantes bajones de ánimo lo llevaron a aislarse. Lo que hoy conocemos como depre en aquel tiempo se lo atribuían a los “vapores melancólicos”, los cuales se trataban con todo tipo de curanderías, desde la aplicación de sabandijas chupa sangre, hasta obligarte a comer testículos de chapulín arriero.

Tenía 17 años cuando Felipe subió al trono como el primer rey Borbón (1700). Si bien era conocido por desordenado, impuntual, trasnochado y por ser sorprendentemente apático, siempre fue muy trabajador. Su origen francés hizo que nunca se adaptara a la corte madrileña (hasta su muerte habló sólo francés). No soportaba España, así que su tristeza comenzó a ganarle terreno. Para colmo, su primera esposa, María Luisa de Saboya, a quien amaba profundamente y le era fiel (algo raro en la época), murió de tuberculosis a los 25 años. Entonces llegó el momento en que el rey dejó de salir de su cuarto. La situación se volvió crítica.

Tiempo después, el viudillo se casó con Isabel de Farnesio (foto abajo derecha), chaparrita coloradona y ambiciosa de armas tomar, que tratando de aliviarle el apachurramiento al marido tuvo la brillante idea de mandar traer a Farinelli. Entonces lo metió al cuarto de al lado del rey y lo puso a cantar (Broschi también era una excelente violista). Días después, el soberano sorprendió a todos mejorando. A las dos semanas salió de sus aposentos y al tercer mes ¡hasta se bañó!

Así fue que el castrato se quedó 20 años en la corte. A diario llegaba al cuarto "de al lado", cantaba las mismas cuatro arias y listo, ¡a cobrar! En el ínter, trabajó como director del Real Coliseo del Buen Retiro, montando obras líricas, y también atendiendo las capillas reales en labores musicales.

Quién iba a decir: Farinelli, depresivo toda su vida, alivió a un deprimido.

El último castrado cantante de la historia fue Alessandro Moreschi, quien para 1913 prestaba servicios al coro del Vaticano. Escúchalo aquí:


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Perfil del Bloguero
Gerardo Australia es músico, compositor y divulgador de historia que publica regularmente en Milenio, Reforma, Jornada y en el Semanario.



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