Los perros de la guerra II | Blog | teleSUR
2 febrero 2017
Los perros de la guerra II

Muchas fueron las historias de animalitos que trajinaron por las montañas colombianas acompañando a las columnas rebeldes del Ejército Popular de Liberación. Hubo monos, cochinitos, caballos, perros y uno que otro loro. La historia de Camarada Perro es solo una de ellas. Pero también recuerdo hoy a Katia y Compinche, ahh y a su hijo Comando, el único sobreviviente de la camada de seis cachorros nacidos en las profundidades de las selvas del Catatumbo.

Los perros de la guerra II

Katia era una perra criolla con fuertes razgos de Rottwailler pero con hocico y cabeza más menuda, de carácter fuerte y una fidelidad a toda prueba. Anduvo Katia por las llanuras y cañadas del Cesár acompañando, de la mano de un curtido sargento, una unidad de élite del ejército colombiano.  Pero, contaban los campesinos, que el oficial al mando de la compañia de contraguerrilla era de muy malas pulgas y no se llevaba bien con el sargento. Un día le dio la órden terminante de deshacerse del animal. El pobre sargento, muy a pesar suyo, dejó a Katia en la primera finca a la que llegó la contraguerrilla. Tuvo que atarla pues el noble animal lloró desconsolado por el abandono y dicen que hasta vieron una lágrima rodar por las tostadas mejillas del curtido guerrero.

Varias semanas pasaron y a la misma finca llegó una de las columnas adscritas al Estado Mayor del Nororiente del Ejército Popular de Liberación, al mando del camarada apodado Tigre Mono. Katia, al ver gente uniformada batió la cola de felicidad pues creyó que los suyos habían regresado por ella. Finalmente cuando la columna descansó y reanudó el camino, Katia se marchó con ellos, volvería por los caminos del combate.

En otro lugar, a varios cientos de kilómetros de allí, por el cañon del rio San Miguel, cerca de Sardinata, arribó otra columna rebelde a una hacienda ganadera donde vivía un perro flaco y macilento con una mirada profundamente triste. El pobre perro era solo costillas, cuero y gusanos. Al verlo, el viejo comandante al que llamaban Calorías, porque siempre recomendaba a sus guerrilleros comer mucha panela, ordenó que le dieran un baño y lo curaran de su mal. La columna insurgente montó campamento en terrenos de la hacienda y el perro llegaba todos los dias de visita. De tantos y sabrosos huesos, restos de carne y cuidados médicos que le daban los guerrilleros el perro fue cambiando de aspecto y en algunas semanas se convirtió en un esbelto sabueso de color marrón claro. 

Cuando la columna recibió la órden de levantar el campamento y marchar, el perro no lo dudó y se enlistó en las filas insurgentes, se hizo guerrillero. Su prueba de fuego consistió en el cruce silencioso de la carretera central, bordear el poblado de Las Mercedes, fuertemente custodiado por tropas del gobierno y emprender la dura marcha hacia el Catatumbo. A esas alturas los rebeldes le habían puesto nombre de combate: Compinche, que significa compañero o cómplice.

Cuando las dos columnas, al cabo de varios dias de marcha, se encontraron con las demás tropas del Estado Mayor en la montaña de La Esperanza los dos perros se olieron con curiosidad. Fue amor al primer ladrido. Ya no se separaron más. La pareja siempre era la primera en formar ordenadamente cuando las patrullas de exploradores salían en la madrugada a vigilar las posiciones enemigas. Cuando aparecían los aviones de combate o los helicópteros artillados tomaban posición en los refugios antiaéreos. Al sonido de disparos no daban muestras de pánico. Siempre fueron dos disciplinados combatientes.

Los guerrilleros permanecieron largo tiempo en dicho campamento pues corría el mes de julio de 1990 y el EPL había iniciado acercamientos con fines de diálogo con el gobierno colombiano.

De ese matrimonio guerrilleroperruno nacieron seis bellos cachorros que en su mayoría heredaron el color negro intenso de la madre, algunos con una que otra manchita amarilla, herencia del padre.

Los díalogos con el gobierno avanzaron y la tropa recibió la órden de trasladarse al poblado de Campo Giles en el corazón de la zona petrolera de Tibú. Y ocurrió algo triste y sorprendente.

Cuando Katia vió que los combatientes levantaban el campamento y hacían preparativos de marcha ella tomó por el cuello a cada uno de los cachorros y los ahogó hasta matarlos. Creyó que sería nuevamente abandonada y eso la llevó a tomar tal decisión. La suerte quizo que un guerrillero alcanzara a ver cuando Katia tomaba por el cuello al ultimo de sus hijos y alcanzó a intervenir. Ese fue el único que se salvó. El jefe de tropa, un camarada al que le llamaban El Ponche adoptó al cachorro y lo bautizó Comando.

El Ponche lo cargó en brazos durante la primera marcha hasta un lugar en la carretera donde los insurgentes abordaron varios camiones para trasladarse hasta el nuevo campamento. Cachorro y guerrillero se hicieron inseparables y era muy conmovedor observar al curtido guerrillero derretirse en mimos con su pequeño camarada de cuatro patas.

Cerca del dia de año nuevo, Comando atravesó corriendo una de las calles del pueblo cuando jugaba con unos niños. En esas pasaba un camión que no alcanzó a frenar. Comando fue atropellado y su último suspiro de vida fue en los brazos de su protector. Esa tarde vimos llorar al Ponche.


teleSUR no se hace responsable de las opiniones emitidas en esta sección




Perfil del Bloguero
Periodista, Politólogo e Historiador



Comentarios
0
Comentarios
Nota sin comentarios.