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23 junio 2016
La última clase

Se llama Iván. Ayer 22 de junio escribió en su pared de Facebook lo siguiente: «Hace poco más de un año en una clase en la Escola de Cultura de Pau de la Universidad Autónoma de Barcelona, Yezid Arteta Dávila nos dijo que esperaba que fuera la última vez que tuviera que hablar sobre el conflicto armado en Colombia». Santos, el presidente, y Timo -como lo llaman sus combatientes- hicieron posible este deseo. Dos hombres que simbolizan un sueño tantas veces aplazado: el fin de la guerra.     

La última clase

Se llama Carlos. Su apellido Velandia. En el frente de guerra del ELN se llamaba Felipe Torres y lo que más extrañaba en el monte era la música de Pink Floyd, Bob Dylan y Van Morrison. Lo conocí el Jueves Santo de 1997, durante el más sonado motín de la siniestra historia de la Cárcel Modelo de Bogotá y en el que, extrañamente, no hubo un solo muerto ni herido. Estuvimos más de 10 años presos. Recuperamos la libertad y nos olvidamos de las armas, pero no de las ideas. Hubo críticas desde los radicales que nunca habían echado un tiro, pero si mucha carreta. Nos mantuvimos firmes en tirar hacia adelante el carro de la paz y la reconciliación. A Carlos Velandia le volvieron a echar mano. ¡Vaya país más chiflado!

Se llama Rafael Alfredo Colón Torres. Es tolimense. Fue Brigadier General de Infantería de Marina. Como comandante de las Fuerzas Especiales de la Armada Nacional combatió por igual a guerrilleros, paras y narcos. En los Montes de María -donde mucha «gente de bien» se hacían los de la vista gorda ante aquellas escenas de labriegos tirados a los caimanes- la gente lo recuerda como un oficial sujeto a la ley que se interesó por la inversión social y la justicia. El General Colón es un patriota que viene demostrando, mediante acciones y gestos eficaces, que la paz y la reconciliación son, en los tiempos que corren, los deberes de un patriota.

Se llaman Antonio Navarro, Ever Bustamante, Gustavo Petro, Rosemberg Pabón. Fueron guerrilleros del M-19. Estuvieron en el ají de la guerra. Una guerra con muertos, incendios, toma de rehenes. Algunos pasaron por la prisión. Aparcaron su guerra y acordaron con el Estado un cambio constitucional. Han sido elegidos y nombrados en cargos relevantes. Unos guardan opiniones correlativas a sus viejos ideales y otros, en cambio, siguen las orientaciones del expresidente Álvaro Uribe. Todos son hijos de la guerra y de un acuerdo de paz. Allí están.    

Se llama Freddy Rendón Herrera. «El Alemán», le dicen. Exjefe de un bloque paramilitar responsable de más de 900 casos de desplazamiento forzado y múltiples asesinatos en los departamentos de Chocó y Antioquia. Se entregó con algunos de sus hombres. Confesó y pidió perdón. Amparado en la Ley de Justicia y Paz -promovida por el gobierno de Uribe- recuperó su libertad. Son pactos que vale la pena respetar a riesgo de que Colombia se vuelva un Estado faltón. Rendón dice estar comprometido con la reconciliación y apoya los acuerdos con las FARC.

Se llaman Jineth Bedoya, Luis Mendieta, Constanza Turbay, José Antequera, Luz Marina Bernal, Nelly González, Débora Barros, Jaime Peña y un extensísimo etcétera. Son víctimas. Víctimas de todas las violencias. Algunas fueron oídas y muchísimas guardan silencio porque ni siquiera se sabe de sus cuitas y sus paraderos. Sus vidas fueron trocadas y heridas por la violencia. Son nombres de gente generosa que, a pesar de sus dramas, aspira a un nuevo horizonte para el país en el que nacieron.

El 23 de junio de 2016 -solsticio de verano y día más largo en el hemisferio occidental- habrá terminado la guerra con las FARC. Desde ese día todas las voces colombianas y foráneas empeñadas en el incordio, la crispación, el odio y la rabia, parecerán envejecidas y obsoletas.


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Perfil del Bloguero
Escritor y analista, diplomado en resolución de conflictos y cultura de paz.



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