La muñeca vestida de azul: ¿obsesión que cura? | Blog | teleSUR
5 junio 2023
La muñeca vestida de azul: ¿obsesión que cura?

Todos conocemos la ronda infantil Tengo una muñeca vestida de azul…

La muñeca vestida de azul: ¿obsesión que cura?

Compuesta por la escritora española, Montserrat del Amo Gili (1927-2015), esta pieza se ha usado por generaciones en el mundo de habla hispana para ayudar a los peques a aprender nuevas palabras y memorizarlas.

Como era de esperarse, con el paso del tiempo la canción se fue “tropicalizado” en las diferentes partes del mundo. Si en España la letra original decía “Tengo una muñeca vestida de Azul, con su camisita y su canesú”, aquí en México, al no saber qué diablos es un “canesú” (ahora me entero que es una pieza de un vestido a la altura de los hombros, a la que se cosen el cuello, las mangas y el resto de tela de la prenda), se prefirió cantar “…con sus zapatitos y su chal de tul”, una opción definitivamente más poética y bonita, sobre todo si se sabe qué es el tul (tejido fino y transparente que forma malla que se utiliza especialmente en vestidos de bailarina, velos de novia, tocados y mosquiteros).

Ahora bien, el problema con la cancioncilla es que me rechoca que al cantarse el acento siempre cae mal en “vestida”, o sea: en vez de ser “…vestÍda de azul”, como se debe, con su acentuación (aunque no lo lleva, claro) en la “i”, se dice “…vestidÁ de azul”, causándome el mismo efecto que cuando alguien araña el pizarrón con las uñas largas o el reguetón.

Joterías aparte, este parloteo viene por una historia peculiar, cuando una “muñeca vestida de azul” le salvó la vida, ¡literalmente!, al gran pintor expresionista y escritor austríaco, Oskar Kokoschka (1886-1980), con lo cual pudo salir de la peor obsesión de su vida.

Kokoschka, nacido en el seno de una familia de larga tradición de orfebres-artesanos, conoció en 1912 a la famosa Alma Mahler, inteligente y guapísima artista, compositora de calidad y editora, parte aguas en la historia de la entonces efervescente Viena en cuestión de música, pintura y pensamiento que influiría seriamente al mundo.

Para entonces esta librepensadora tenía 32 años y la rodeaba un halo de misterio y admiración, pues no sólo era la esencia de la femme fatale, culta y de gran talento literario y musical (excelente pianista y compositora), sino una mujer Fin-de-Siècle de vida vibrante, amante y musa de genios como el mismo Kokoschka (pintor), Gustav Klimt (pintor), Gustav Mahler (compositor), Walter Gropius (diseñador) y Franz Werfel (escritor-poeta), entre un largo etcétera (la chica era de hormona inquieta).

En la primavera del mencionado año, Oskar Kokoschka tenía 26 años y era el famoso enfant terrible del arte vienés. La primera vez que vio a Alma quedó hipnotizado: “Son de esas mujeres que te hacía ver cuán poco habías logrado”, escribió de ella otro de sus amantes, el compositor Tom Lehrer.

Al día siguiente de conocerla Kokoschka le pidió matrimonio. ¡Salchichas!, mala señal.

Alma, diestra en el arte de esquivar abejorros entusiasmados, rechazó de buena manera la oferta, no sólo porque aquello era una explosión emocional arrebatada, también porque tenía menos de un año de haber muerto su esposo, el compositorazo Gustav Mahler.

No obstante, Almita no tardó en sucumbir en los encantos de aquel joven alocado y neurosis agitada, convirtiéndose en su amante. Claro, la relación pasional fue tormentosa desde el principio, lo que se esperaría del cruce de dos colosos de ego liberado. El problema vino cuando el joven Oskar se obsesionó con la relación, volviéndose posesivo y celoso, hasta afectarle su estabilidad mental que, por supuesto, ya venía tambaleándose de tiempo atrás. Durante noches de insomnio sin fin y con una ansiedad exacerbada el pintor escribía cientos de cartas firmadas como Alma Oskar Kokoschka, mientras la pintaba una y otra vez sin parar, cada vez más perturbado por la imagen de la mujer sibilina.

La gota que derrama el vaso se dio con la terquedad de Oscar en querer tener un hijo con ella. Por supuesto engendrar no estaba en los planes en ese momento de Alma. De hecho llegó a tener cuatro hijos (producto de sus tres matrimonios), de los cuales le tocó la horrible experiencia de ver morir a tres de ellos.

Sin embargo, en la relación con Kokoschka, entre que sí y que no, pleitos y fogosas rupturas y reconciliaciones, quedó embarazada. Pero las disputas y pleitos entre ambos comenzaron a ser cada vez más violentos, al grado de que ella decidió abortar.

Fue cuando Kokoschka se sumió en una profunda depresión, al punto de que su anciana madre, devastada por la salud del nene, decidió visitar a la “viuda-alegre”, pistola en mano, para sugerirle algunas soluciones al problema.

La amenaza surgió efecto. Al principio Alma, emocional y mentalmente agotada, se alejó del pintor. Entonces estalló la Primera Guerra Mundial, y ¿qué mejor pretexto para deshacerse del bulto? De esta manera Alma se dio a la tarea de alentar al pintor a alistarse en el ejército austríaco, hasta convencerlo.

De la experiencia bélica en el frente ruso, Kokoschka sacó una herida de bala en la cabeza y un bayonetazo en el pulmón. En el hospital, convaleciente, se entera de que su amada se ha casado en secreto con su ex amante, el gran diseñador Walter Gropius, quien fuera fundador y primer directo de la Bauhaus, escuela que revolucionaría la forma de enseñar arte en todo el mundo.

Desesperado por la noticia, Oscar pide que lo regresan al frente. Al mes regresó al hospital nuevamente, vapuleado y en muy malas condiciones.

Recuperado, Kokoschka decide volver al mundo artístico con nuevos bríos. Queriendo alejarse de las vibras de la mujer fatal, se muda a Dresde. Sin embargo, la imagen de ella le siguió dando vueltas en la cabeza, atormentándolo. Fue cuando se le ocurrió una idea un tanto descabellada: ¿por qué no mandar a hacer una muñeca de tamaño natural, copia exacta de Alma Mahler?

En julio de 1918, Oscar se puso en contacto con la famosa fabricante de muñecas y pintora alemana, Hermine Moss:

“Si fuese capaz de llevar a cabo esta tarea como yo deseo, si pudiese engañarme de tal modo que cuando la vea y la toque me parezca estar frente a la mujer de mis sueños, entonces, querida señorita Moos, le estaría eternamente agradecido con su talento y habilidades y su sensibilidad como mujer y artista.”

Envía fotos, bocetos, medidas e indicaciones específicas para la realización del encargo:

“(…) las partes íntimas deben estar perfectamente hechas y cubiertas de pelo. (…) haga posible que mi sentido del tacto sea capaz de sentir placer en esas partes en que las capas de grasa y músculo dan paso, de repente, a un recubrimiento sinuoso de piel.”

La boca debía tener lengua y dientes y la piel lo más real que se pueda.

El paquete llegó a finales de febrero de 1919, si bien el chasco no se hizo esperar, pues Kokoschka, desilusionado y enojado, escribe a la señorita Moss:

“La capa exterior es como un pellejo de oso polar, más parecido a una alfombra peluda para colocar a los pies de la cama que a la piel suave y flexible de una mujer. El resultado es que ni siquiera puedo vestir a la muñeca que, como sabe, era mi intención, y menos aún adornarla con lencería delicada. Tratar de subirle una media sería como pedirle a un profesor de danza francés que bailase con un oso polar.”

La queja no era para menos:

Lo que el pintor había pedido para “tener frente de mí la mujer de mis sueños”, era un espeluznante monigote de trapo recubierto con algo parecido al pelo de un yak, además ataviada con una peluca negra enjambrada, senos disparados a diferentes puntos de la brújula, ojos oblicuos, vacíos, boca de payaso serio (nada peor que un payaso serio), rígida en su trazo y con unos pies que la harían pasar por el abominable hombre de las nieves, un prototipo de lo que más tarde serían las muñecas inflables del erotismo moderno de consumo, sin plumas.

Por supuesto la muñeca estaba lejos de satisfacer las necesidades sexuales del urgido pintor, quien al final decidió ignorar los múltiples defectos del engendro, por lo que mejor trató de darle cierta “animación” al colocarla en diferentes posiciones: muñeca sentada en la silla, muñeca recostada en un sillón, con las piernas cruzadas sobre un taburete, abrazando un conejo, ahora un perrito, etc. Para esto dibujó más de 80 bocetos con especificaciones precisas, además de tomarle cientos de fotografías.

No tardó Kokoschka en comenzar a tener largas conversaciones con la muñeca vestida de azul. Además, le exigió a su ama de llaves que le diera trato humano y le comprara ropa para que tuviera ese toque femenino. Al parecer a ella le encantó el “jueguito”, pues sin tardanza bautizó a su nueva patrona como la mujer silente (Schweigsame Frau).

Desde luego el excéntrico pintor y su nuevo amor fueron la comidilla de Dresde, pues los rumores hablaban de cómo llevaba su monigota a la ópera, a comer a un restaurante y a bailar sin recato.

Sin embargo, sería la plumífera muñeca vestida de azul la que devuelve a la pintura al artista, quien la pinta con loca obsesión, cada vez más fiel a su estilo expresionista, llegando a definir por fin este movimiento que se dio particularmente en el centro de Europa y que sirvió a muchos pintores a adentrarse en lo más profundo de sus sentimientos, ideas y emociones, de donde saldrán temáticas oscuras como la soledad, la miseria, el pesimismo y la muerte, todo representado en colores y mezclas impactantes.

El mejor cuadro de la muñecona de Kokoschka es el pintado en junio de 1919, donde la pachona criatura aparece recargada en el sofá, enfundada en un precioso vestido azul:

“Finalmente, cuando ya la había dibujado y pintado una y otra vez, decidí deshacerme de ella. Me había ayudado a curarme completamente de mi pasión. Organicé una gran fiesta con champán y música de cámara, en la que mi ama de llaves Russerl exhibió a la muñeca con sus hermosos vestidos por última vez. Cuando empezó a amanecer -yo estaba bastante borracho, como todos los demás-, la decapité en el jardín y vacié una botella de vino tinto sobre su cabeza.”

¿Puede una obsesión volverte a tus cabales?

Es una pregunta que me gustaría responder a través de varios Martinis...

Para enterarse más sobre este insigne artista y su mundo, recomiendo ampliamente su libro de memorias:

En una entrevista, cuando le preguntan al pintor si olvidó de contar algo en su libro contesta:

"Sí, cuando pienso en Mi vida, me doy cuenta de que debí añadir una cosa más. O quizá describirla mejor: la expresión de los soldados rusos muriendo en los bosques durante la guerra".


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Perfil del Bloguero
Gerardo Australia es músico, compositor y divulgador de historia que publica regularmente en Milenio, Reforma, Jornada y en el Semanario.



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