La conferencia de París sobre el clima y el fin de la modernidad triunfante | Blog | teleSUR
1 diciembre 2015
La conferencia de París sobre el clima y el fin de la modernidad triunfante

Los desafíos del cambio climático son considerables. Se trata de reducir el aumento de la temperatura de la tierra a dos grados para finales del siglo, frente a una dinámica actual que conduce a un alza de 4,8 grados. Para ello, se debe reducir un 40% la emisión de gases invernaderos para 2050. Si no se actúa, el peligro es perder 30% de la biodiversidad mundial para 2100, llegar a un nivel grave de acidez de los océanos y forzar 400 millones de personas a migrar por la subida del nivel de los mares. Los grandes productores de CO2 son las tres fuentes de energía fósil (carbón, petróleo, gas) pero la producción de metano, todavía más dañina, procede en mayor parte de la ganadería.

La conferencia de París sobre el clima y el fin de la modernidad triunfante

La cuestión de fondo es el origen de esta situación que ha tomado dimensiones desproporcionadas y puesto a la humanidad frente a una elección de vida o muerte. El grupo internacional de expertos del clima (GIEC) afirma que, a 95% de certidumbre, eso es el resultado de la actividad humana. ¿Cómo se puede explicar que seres racionales adoptan colectivamente un comportamiento irracional? Hay evidentemente una serie de causas, pero finalmente todas se refieren al momento en el que el ser humano se consideró, no como parte de la naturaleza, sino arriba de ella y desarrolló los medios para dominarla sin medir las consecuencias.

Desde el siglo XIII, el desarrollo en Europa de una economía mercantil protocapitalista empujó  una actividad más desvinculada de la producción agraria. La privatización progresiva de los bienes comunes (commons) en Inglaterra, a partir del siglo XV, vinculada con el desarrollo de la industria textil, fue el origen de un proceso de “acumulación primitiva” del capital. La base de la idea de progreso del Siglo de las Luces estaba creada, es decir un progreso lineal, haciendo del ser humano el único sujeto de su porvenir, sin otras consideraciones. El desarrollo del conocimiento científico y sus aplicaciones técnicas al servicio de este sueño prometeos parecían sin límites. La transformación de las “riquezas naturales” en “recursos naturales” aceleró la explotación de la naturaleza considerada como inagotable.

Para llegar a este objetivo, también fue necesario liberar las capacidades individuales de las trabas de las estructuras sociales tradicionales y promover al individuo como actor privilegiado del progreso. La iniciativa privada era el camino. El pensamiento filosófico de los siglos XVI y XVII estableció la base racional del sistema y la Reforma religiosa, su legitimación ética. Todo estaba listo para construir una modernidad absorbida por la lógica del mercado (Bolívar Echeverría). La economía estuvo desvinculada de la sociedad (Karl Polanyi) e identificada con la acumulación del capital, imponiendo sus leyes al conjunto de los procesos sociales, olvidando las “externalidades”, es decir los daños ambientales y sociales externos al mercado, pero pagados por los grupos sociales subalternos y por la madre tierra.

Ya en la mitad del siglo XIX, Carlos Marx (primer libro de El Capital) había dicho que la consecuencia del desarrollo capitalista, muy eficaz para producir bienes y servicios, conduciría a un desequilibrio del metabolismo (intercambio de materias) entre los seres humanos y la naturaleza, por la diferencia del ritmo de reproducción de esta última (lento) y del capital (siempre más rápido) y que eso podría desencadenar consecuencias graves. 

Hasta el principio de este siglo, la clase capitalista, del Norte como del Sur, despreció las preocupaciones ecológicas, consideradas como irracionales. Sin embargo, los dueños del sistema empezaron a tomar estos factores en serio el día en que los efectos ambientales perjudicaron la tasa de ganancia y la acumulación del capital. Todos se pintaron de verde (green wasching o capitalismo verde). Frente a las conferencias internacionales y a las medidas adoptadas por los Estados, las empresas multinacionales empezaron un trabajo intenso y costoso de lobbying, para que las medidas sean reducidas al mínimo y tomadas dentro de la lógica del mercado (market friendly).

Para conservar la hegemonía sobre el sistema económico, los grandes monopolios (petroleros como Chevron, Total y Petrobras; electricistas como “Electricité de France – EDF”; bancas como la “Banque Nationale de Paris-Paribas”, etc…)  patrocinan las grandes conferencias de las Naciones Unidas: Río+20 en 2012 y la COP 21 de París en 2015, y también organizan exposiciones de alto nivel de propaganda, como en el “Grand Palais” de la capital francesa en paralelo a la COP 21.

No solamente se trata de una defensa de intereses económicos, siempre más concentrados y financializados, sino del fin de una modernidad colonizada por la lógica del mundo capitalista, implicando la necesidad no solamente, como en los años 30 del siglo XX, de regular el sistema sino de buscar un paradigma alternativo, es decir una orientación fundamental de complementariedad y de solidaridad en lugar de excelencia y competitividad. Por eso, la cuestión del clima constituye hoy en día una parte de la lucha de clases a escala mundial. 

Un postmodernismo centrado sobre el individualismo y que rechaza toda idea de estructuras y de sistemas, no constituye una solución. Al contrario, es el mejor compañero del neoliberalismo, que necesita este tipo de negación al momento en que el capitalismo se organiza como “sistema-mundial”. Elaborar por el pensamiento y la acción, una nueva modernidad, basada sobre el respeto de la naturaleza, el predominio del valor de uso y no del valor de cambio, la generalización de los procesos democráticos y la interculturalidad, constituye la meta para la humanidad. 


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Perfil del Bloguero
Sociólogo y sacerdote belga. Fundador del Centro Tricontinental (CETRI) que funciona en la Universidad Católica de Lovaina y de la revista "Alternatives Sud".



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