Honduras, una tragedia sin fin | Blog | teleSUR
27 diciembre 2015
Honduras, una tragedia sin fin

Próximos al inicio de 2016, año que se perfila como uno de los más convulsos y decisivos para la historia hondureña, nos encontramos en un escenario bastante complicado en el que, muy probablemente, el mayor problema no es el desastre económico que viene como secuela del Golpe de Estado, ni el Estado policiaco-militar, ni la violencia sin límites, ni la miseria galopante, ni la destrucción del Estado Nación, ni la corrupción, ni la impunidad, sino el hecho de que la sociedad se encuentra inmóvil, víctima de la manipulación de los medios de comunicación.

Honduras, una tragedia sin fin

El pueblo hondureño luce literalmente indefenso ante todos los problemas que lo agobian, esto debido a su incapacidad de identificar sus propios intereses, su situación de clase. Se angustia o se regocija por las señales que emanan de sus radios o televisores, que usualmente están cargadas de subjetividad, y, en el peor de los casos, están condicionadas por una agenda bien estructurada de dominación que impone la discusión cotidiana en la opinión pública.

La clase media, poco educada, y con un nivel político pobrísimo, está lejos de cumplir un papel colectivo de liderazgo hacia un cambio. De hecho, su gran inconformidad con el desastroso orden de cosas se refleja en una mezcla de impotencia y anhelos contra el régimen, impregnados por un profundo temor a la alternativa. Este miedo, construido minuciosamente desde los laboratorios anticomunistas de los años cincuenta, nubla los mejores juicios e impide el entendimiento necesario para identificar la crisis con el sistema, y permite la acción impune de los actores clásicos de la política local.

Y si la clase media no funciona bajo “indignación”, los movimientos sociales padecen el mayor estancamiento de su historia, víctimas de los “demonios” de su pasado, y su rechazo a la necesidad de asumir como suya la lucha por el poder político. A eso habría que sumar, la falta de avance en el análisis colectivo, y el hecho abrumador de que menos del 10% de los trabajadores del país se encuentran organizados, y los que sí lo están pertenecen al sector gubernamental.

Así las cosas, provoca escalofrío ver como muchas personas guardan sus mayores esperanzas en las acciones que tome el gobierno de Estados Unidos en contra de la corrupción. Si algo afecta a la oposición es su equivocada idea de que las acciones de los norteamericanos serán enfiladas contra el actual gobierno, especialmente contra su jefe, Juan Orlando Hernández.

La esperanza de que desde los Estados Unidos se imponga una Comisión Internacional Contra la Impunidad, CICI, se ha convertido en “oxigeno” para la mayoría opositora. La verdad, nadie parece percatarse de que la CICI es un arma perfecta de persecución política que será dirigida de acuerdo a los intereses de quienes la controlen. En consecuencia, es un arma de control, de hegemonía y restructuración del equilibrio político, nunca un instrumento contra la corrupción. A esto hay que agregar que la lucha anticorrupción, que es más bien una quimera cargada de la frustración de aquellos que han visto pasivamente como la misma crecía sin límites, hoy es el sentimientoaprovechado con fines políticos y estratégicos por la potencia colonial.

Claro está, la anticorrupción es una bandera política que llama la atención de la clase media a la que, por otro lado, lo único que le preocupa de la pobreza es la posibilidad de caer en ella. Este ambiente, nos ha llevado a permanecer perplejos, absortos por los niveles de saqueo a que fuimos sometidos, manteniendo la opinión pública alejada de los problemas sociales graves que asfixian a más de la mitad de todos los hondureños.

Esta misma clase media no tiene ninguna opción de percatarse de que el modelo económico implantado en el país vive su cuarta década, y que sus resultados son cada vez más catastróficos. Cegada por la manipulación mediática; recibiendo un bombardeo incesante de “productos” que le crean nuevas “necesidades”, no entiende que la continuación de este modelo no es viable, y que el único camino que le queda dentro de él es empobrecerse.

Por supuesto, bajo estas condiciones, la comprensión del complejo panorama político es sumamente difícil, y la exposición de la realidad tiene pocas probabilidades de éxito. Así, un editorial del New York Times, suena a música navideña, porque afirma que Estados Unidos busca para Honduras un desenlace tipo Guatemala en esto de la impunidad. Aquí alzamos campanas al vuelo, ni siquiera nos detenemos a reflexionar lo que eso significa; no nos preguntamos ¿cambió algo en Guatemala?

Las mismas condiciones nos impiden ver que el asunto de la reelección presidencial es uno de los escenarios que considera el Comando Sur como medio para alcanzar la estabilidad requerida para continuar su agresión en el continente, y en nuestra región. Dicho de otra manera, el tema reelección no es la simple obsesión de un loco aspirante a emperador de Macondo; se trata de una construcción política muy elaborada que ocupará la agenda política del país los próximos dos años, y para la que se ha ido allanando el camino a lo largo de todo este 2015.

Algunas cosas que criticamos acremente seguirán sucediendo sin que nuestro enojo sirva de algo para detenerla. La más significativa es el clientelismo político, la entrega de dadivas a sectores empobrecidos. Quizá esta sea una práctica inmoral, pero viene siendo utilizada desde el siglo XIX (al menos), en todo el mundo. En un país como Honduras, con índices de desocupación por encima del 50% de la PoblaciónEconómicamente Activa, quien aspira a continuar dominando políticamente encuentra un caldo de cultivo en estas masas en miseria. No se debe confundir la indignación de la clase media con la visión más realista y pragmática de mayorías que necesitan de las cosas más elementales.

En consecuencia, no se debe subestimar la capacidad que tienen el gobierno norteamericano y sus títeres hondureños de producir resultados electorales.  De hecho, es previsible que en el momento en que se requiera, se imponga una matriz mediática de opinión favorable a la reelección, y al continuismo de Juan Orlando Hernández.

Hoy día, los medios de comunicación están en posición de manejar los temores, las fobias, los odios, los amores, las tristezas, todas las emociones colectivas, y ante ello no debemos aspirar enfrentarnos en el campo de ellos, pues nos avasallan con su imponente capacidad tecnológica, más el apoyo de laboratorios de psicología de masas que producen matrices y escenarios constantemente. En el ámbito de dominación desde el imperio, las equivocaciones que cometen ellos mismos apenas si son vistas como escenarios a descartar, nunca como tragedia.

Esto nos lleva necesariamente a mencionar el otro escenario político posible, que es el de crear una necesidad por “un cambio” que nos lleve a concluir que el camino es una vía que surja “espontáneamente” de la ira colectiva; un liderazgo artificial y vacío, construido en la mercadotecnia, aunque estemos optando por un asesino o un violador.  La verdad aquí no cuenta en absoluto, no hace falta; en la visión del poder aquí se trata de “liberar” a Honduras de la posibilidad de tomar un camino soberano.

Hasta este momento, no tenemos razones para creer que la vía outsider es la preferida. Eso implicaría la destrucción del bipartidismo, o al menos una profunda reconfiguración del mismo. Además, aunque no nos percatemos Juan Orlando  Hernández ha mantenido el gobierno más complaciente con los Estados Unidos, los ha dejado gobernar Honduras de manera expedita, sin oponer la más mínima resistencia. Si en este país hoy tenemos un régimen cuasi dictatorial, el mismo es dirigido por el Comando Sur, no por el Partido Nacional y su apéndice el Partido Liberal (o mejor dicho su dirigencia encabezada por Carlos Flores Facusse).

Por otro lado, la maquinaria clientelar se muestra más activa que nunca, con muchos recursos, que obtiene por obra y gracia de los Estados Unidos. Si vemos la situación con frialdad, veremos que el gobierno de Juan Orlando Hernández está lejos de ser débil; y aún más lejos de estar en mira de los gringos.

Todo parece indicarnos que el trabajo fundamental para combatir el actual orden de cosas radica en encontrar la forma de que la gente sea capaz de ver su realidad con sentido crítico. Puede que eso suene más bien utópico, pero la verdad no es nada más que una tarea que debe cumplirse para avanzar. Sin esto, estaremos siempre esperando condiciones subjetivas en cuya construcción no participamos. En ese momento caemos en el campo del dogma, del fetiche o de la magia.

En términos concretos, todo lo que podamos alcanzar depende directamente de lo que seamos capaces de hacer por nuestra lucha; no por lo que ellos quieran darnos. Cada vez que nosotros creemos que sus reglas nos impiden alcanzar la meta, les damos un respiro; una corona de invencibilidad que no tienen. Debemos entender, y transmitir a la gente que la lucha se trata justamente de derrotarlos a ellos con todo y sus reglas.


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