Honduras sin justicia y sin soberanía | Blog | teleSUR
18 octubre 2015
Honduras sin justicia y sin soberanía

Los eventos que han desencadenado un nuevo episodio de la truculenta historia hondureña, aunque muchos señalen el argumento como obsoleto, se encuentran en el Golpe de Estado Militar de junio de 2009. A partir de eso el aparato de justicia, dominado por siempre por una oligarquía cuasi analfabeta en términos de democracia, paso a jugar un papel que linda con el sicariato al servicio de una elite en franco proceso de descomposición que urge de una reinvención, con el agravante de una nueva oleada norteamericana contra el continente latinoamericano.

Honduras sin justicia y sin soberanía

La reciente acusación por lavado de activos formulada contra un grupo de empresarios hondureños, por el departamento del tesoro de Estados Unidos ha dejado al descubierto el nivel de control que ejerce esa fuerza que conocemos como imperio sobre este pequeño país, y la abyecta sumisión de los políticos de la derecha hondureña, que se han precipitado a actuar como mansos corderos, sin importar para nada la hace ratos dudosa estabilidad del país.

Al mismo tiempo, se han dejado ver limitaciones en la reacción popular y la capacidad de análisis de quienes forman opinión (en el mejor de los casos). En primer lugar porque, escuchando y leyendo cientos de opiniones, todas parecen creer que a Estados Unidos le interesa que en Honduras se haga justicia; nada está más distante de la realidad. Por supuesto, la presencia de Juan Orlando Hernández en la presidencia no depende, frente al férreo control de los halcones del comando sur, de su honradez o su respeto por los derechos humanos, sino de su utilidad para preservar sus intereses en la región.

La presencia del embajador gringo en la reunión en la que se decidiría si se seguía una liquidación voluntaria o una liquidación forzosa de los bienes de los indiciados, y la consecuente confiscación de numerosos de sus bienes, nos indican al menos dos cosas: la orden de Estados Unidos es actuar con celeridad, sin importar el factor de presunción de inocencia (los acusados son vencidos en la opinión pública internacional, la local no importa tanto); y se ha dado al régimen un tiempo prudencial de acción para que se borren huellas molestas que puedan surgir en este proceso.

Ese mismo embajador que unos meses atrás se declaró en favor de la lucha anticorrupción, ahora, siguiendo esa línea, trata de hacernos creer que ellos recién pueden actuar como lo hacen. Lo cierto es que el Gobierno norteamericano, en todas sus esferas, especialmente de inteligencia y lucha antidrogas conoce al dedillo los expedientes criminales de cada personaje que existe en este país, y en el resto del continente; esto es cierto durante todo el siglo XX y lo que va del XXI, y, además, la inmensa mayoría de los actos criminales contra nuestros pueblos fueron hechos con, al menos, el silencio cómplice de estos renovados superhéroes.

El hecho de que la justicia en Honduras sea un simple chiste, y que los aparatos de investigación y judiciales sean meros instrumentos de caceria que utiliza la oligarquía para ejecutar sus múltiples fechorías, no es una preocupación para las esferas de poder gringas. Si es peligroso el giro que da la derecha hondureña, que en su ambición de lucro, multiplicada exponencialmente con el Golpe de Estado, se debilita notablemente con el surgimiento de una nueva clase económicamente poderosa, que compite por influencia y control con “la otra oligarquía”, la rancia, la de “siempre” la producida por el saqueo de los bienes públicos desde los años setenta. Ambas facciones manchadas con sangre e implicadas en toda clase de delitos.

Si algo debe verse con claridad meridiana en este proceso, seguramente es esa recomposición del poder económico en Honduras, incluyendo al crimen organizado y el narcotráfico. Las acciones previas del gobierno de Juan Orlando Hernández, persiguiendo capos de la droga y extraditándolos hacia Estados Unidos, son indicadores de una operación de gran escala que busca poner orden al enorme caos provocado en el balance político de la región debido a la idiotez de la clase dominante de su peón más importante.

Se vislumbra ahora una nueva etapa de escalada de intolerancia y represión en el país. Ya se han lanzados amenazas serias contra dos medios de comunicación que podrían ser cerrados en cuestión de horas, acusados de provocar inestabilidad en el país. Los periodistas que los dirigen han incrementado su riesgo personal, en un ambiente donde reinan la violencia brutal y el carácter esquizofrénico y sádico de los criminales. Todo este panorama, de nuevo, con el consentimiento tácito del norte.

Ahora bien, sería un error craso culpar únicamente al actor externo, que si es determinante, pero no exclusivo. El gobierno ha militarizado la sociedad, sin más resultados que el terror en la población. Nadie en su sano juicio en esta sociedad, confía en los aparatos de seguridad, si les teme. En términos reales, Honduras tiene un “ejército de ocupación” que obedece una sola dirección, y esa emana del Comando Sur. La sociedad no ha sido militarizada para mejorar su seguridad sino para vigilarla, y estructurar el aparato que ha reprimir sus esfuerzos de liberación.

Por otro lado, la voraz oligarquía hondureña, se empeña en hacer dinero a toda costa, y cada vez es menos proclive a invertir en el país. En los últimos seis años la tendencia especulativa ha sido incontrolada, sin incremento en la producción, y los números resultantes son escalofriantes, según todos los organismos especializados. Tan grave es la situación de Honduras que el único órgano que lo aplaude es el Fondo Monetario Internacional, una señal muy mala para su pueblo.

Las cifras que repite el gobierno hasta la saciedad, mediante una campaña mediática a precios del primer mundo, suenan huecas y ridículas a los oídos de una sociedad que rechaza ampliamente lo que sucede, y es a lo que más temen los políticos gringos que entienden de sobra la gravedad de la crisis que se da en el seno de la clase dominante local. No solo es que la pobreza impera como nunca, sino también una clase media que no encuentra salida al desequilibrio económico que la arrastra a la fatalidad de vivir con modestia mientras ante los ojos de todos los más ricos se vuelven más ricos.

Si abordamos el tema Honduras con seriedad, nos daremos cuentas que la situación económica del país puede de ninguna forma ser el soporte de las fortunas que existen aquí.

Eso sí, nunca antes, el pueblo tuvo tan cerca la oportunidad de convertirse en un actor preponderante en el escenario. Una verdad indiscutible hoy, es que lo que más perturba a los norteños es el crecimiento organizado del descontento. Por eso intentaron organizar el movimiento de masas indignadas, y ante la imposibilidad de modular los niveles de lucha, pasan a hora a un nuevo escenario, en el que los luchadores dependerán mucho de su capacidad de cohesionarse alrededor de fines y objetivos patrióticos que nada tienen que ver con los de la clase dominante.


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