Honduras: mitos y manipulación alrededor de la reelección | Blog | teleSUR
17 enero 2016
Honduras: mitos y manipulación alrededor de la reelección

Desentrañar la compleja situación política que se vive en Honduras no es tarea fácil. El despliegue avasallador de propaganda por todos los medios, más el efecto multiplicador de las redes sociales, transforma con facilidad grandes mentiras en verdades puras que las mismas victimas terminan propagando a todas partes. Metida en la lógica de héroes y villanos, la sociedad hondureña carece de la iniciativa y la fuerza necesaria para cambiar una realidad que le es completamente ajena.

Honduras: mitos y manipulación alrededor de la reelección

En un país con elevados niveles de pobreza, el acceso a internet, controlado monopólicamente por transnacionales, es restringido; y los precios (de los más altos de américa latina por Gigabyte) absolutamente prohibitivos. De este hecho, la participación en las redes sociales es un privilegio para pocos, en el que los asuntos politicos son un punto de fuerte discusión, normalmente alrededor de rumores, calumnias, chismes, y, sobre todo, los productos que salen de la “mainstream media”. En este espacio, más que en cualquier otro, se han construido muchas de las falacias y manipulaciones jamás vividas por este país.

En este escenario se produce la desarticulación de la visión crítica, que es fácilmente reemplazada por el temor, la desesperanza, la confusión y la incapacidad de organización. Es aquí donde los Estados Unidos se convierten en los paladines de la justicia que no imparte el régimen, y se “cocina” la expectativa”, a veces morbosa, de que los gringos terminaran llevándose a todos los malos, abriendo el camino a los chicos buenos para que instauren el reino de la abundancia del libre mercado.

Es en este ámbito donde se ha colaborado a llevar a un amplio sector de la clase media a confundir la reelección presidencial con el continuismo de Juan Orlando Hernandez, actual presidente, con lo que se desvía la atención y se despolitiza el problema real hondureño. A este punto, no se debe descartar el resurgimiento de la “primavera hondureña”, que se daría en un ámbito de lucha entre “reelección y no reelección”. Esto permitiría a los expertos en “ingeniería social” cultivar una Gran Convergencia Nacional, enemiga de todos los políticos, capaz de acabar con la “amenaza de izquierda” representada por el Partido LIBRE.

La vía explicada desnaturalizaría el hasta ahora heterogéneo y errático grupo de oposición, que está cargado (sin incluir a los diputados liberales) de sinceridad, honestidad y buenas intenciones, pero preñado de ingenuidad y falta de criterio político. La discusión sobre el poder en Honduras se da muy lejos de quienes hoy encabezan la oposición, usualmente los diputados al congreso nacional, todos ellos gente valiosa para el país. Digámoslo claro, la manipulación del tema reelección lleva como objeto desmantelar la oposición y reducir el interés por los planteamientos estructurales que surgen del Partido LIBRE.

Por la razón antes señalada, es fácil percibir muchas veces entre los “anti reeleccionistas” posiciones abiertamente en contra del expresidente Jose Manuel Zelaya Rosales, incluso más que contra el propio Juan Orlando Hernandez. Los más “eruditos” reclaman espacios para nuevos liderazgos, y no pocas veces invocan a Marx, Lenin, Engels o Gramsci, todo cargado de intereses particulares exacerbados, contrapuestos a la realidad, y la mayoría de las veces en armonía con los planes hegemónicos de la clase dominante.

La reelección ha sido un tema muy manipulado por la derecha continental, aunque el tema no tiene mayor relevancia en la mayoría de los países. Sin embargo, el asunto es de nuevo central en aquellos países donde se puede producir o la continuidad del proyecto integracionista latinoamericano, como en el caso actual de Bolivia, o donde se mantiene la posibilidad de cambios en esa dirección, como en el caso hondureño. La diferencia notoria, radica en que el gobierno boliviano ha llevado el tema a la consideración de las mayorías, algo a lo que se niegan rotundamente quienes manejan el poder en Honduras.

La reelección en Honduras se vislumbra inminente, gracias a un recurso constitucional ilegal, presentado por el partido de gobierno; el Partido LIBRE ha mantenido coherente y consistentemente la posición de que la decisión le corresponde a todo el pueblo, en una consulta popular. Pero aquí nos avasalla un asunto central, quien maneja el poder, lo hace desde una posición de fuerza. El problema en Honduras es de fondo, no de forma; y, además, no se trata de la reelección sino del continuismo. Este asunto es manejado a su antojo por grupos nacionales y extranjeros, que producirán todo artificialmente, esto porque el movimiento de la “Gran Convergencia” no posee ninguna estructura, ni capacidad organizativa y es más bien coyuntural.

Por supuesto, para crear semejante efecto de impotencia en la clase media se debe construir un mito de grandes proporciones, este es elevando a Juan Orlando Hernandez a la cúspide de un estado dictatorial; sin dictador no existe ningún movimiento. Y aquí se complica mucho el asunto, pues Hernandez, el presidente hondureño más complaciente con las esferas de poder norteamericanas se implanta en el imaginario colectivo como un objetivo de caza del “intransigente justiciero americano”, y ahí se distorsiona todo a extremos impensables.

Mientras esto sucede, el gobierno utiliza pingues cantidades de dinero mal habido en un aparato clientelar desplegado entre las inmensas mayorías en extrema pobreza. Valga decir que muchos de los fondos que se destinan al clientelismo político provienen de entes financieros internacionales, que están perfectamente conscientes de lo que sucede. Llegamos a un punto de quiebre en el que la clase media esta desconectada del resto de la población, y, sin proponérselo, juega en contra de sus propios intereses y en favor de todo aquello que adversa.

Al mito de la dictadura, debemos agregar el de la “invencibilidad” del dictador en las condiciones jurídicas imperantes. Este está dirigido a crear una sensación de impotencia y a desmovilizar a una clase media en shock que está convencida de que no puede derrotar al régimen si este no le proporciona reformas electorales que le permitan ganar. Nadie parece percatarse de que el poder controlado por las clases dominantes, bajo la dirección de Estados Unidos, no tiene, ni ha tenido nunca el propósito de dar democracia a Honduras; no está en sus intereses.

Este mito es particularmente útil para la manipulación, pues inyecta una enorme dosis de pesimismo en la gente, que, paralizada y frustrada, se olvida de que su verdadera opción se encuentra en elevar sus niveles organizacionales y la incorporación activa de la sociedad al esfuerzo político concreto. Esta parte se dirige claramente a evitar que las bases del Partido Liberal de Honduras se sumen a las del Partido LIBRE (no olvidar que este último es mayoritariamente producto de una escisión del primero), esa unidad en las bases es fundamental para desmontar el aparato neoliberal instalado en este país.

La otra cuestión central, en toda esta estratagema, es la destrucción de la idea de partido como expresión de clase. Prueba de ello se da en la angustia generada entre la clase media por la elección de los nuevos magistrados de la Corte Suprema de Justicia; angustia por demás innecesaria dado que la correlación de fuerzas en el Congreso Nacional hace mucho nos indica que este asunto estaba resuelto hace mucho rato. Sin embargo, el tema paraliza, y eso es bueno para el poder.

Como afirmamos en varios artículos anteriores, los escenarios posibles para la política hondureña siguen girando alrededor del continuismo, que pasa por una disputa abierta en la que Juan Orlando Hernandez tendría que pasar encima del expresidente Jose Manuel Zelaya Rosales, en cuyo caso anticiparemos una campaña cargada ideológicamente; o el surgimiento de una supuesta tercera vía, en la que la lucha seria, por el contrario, desideologizada, entre los reeleccionistas y los no reeleccionistas, los políticos versus la nueva generación “harta” de la política.

Como antes, las señales parecen llevarnos al primer escenario, que es a todas luces el más conveniente para una lucha verdaderamente liberadora, aunque el trabajo para la victoria luce inmenso. El segundo está aún en fase experimental, y, de imponerse, nos llevara al punto donde “se cambia todo para que no cambie nada”.

A modo de comentario final, debemos recalcar el hecho de que Honduras es hoy por hoy un centro experimental de la derecha internacional, en el que se ponen en práctica estrategias y tácticas que luego se podrán extrapolar a otras sociedades: en consecuencia, no debemos ver esto como un asunto aislado, sino como una parte integrante de la agresión neoliberal que abate hoy a todo nuestro continente.


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