Más allá del simplismo ramplón de sesudos analistas políticos que reproducen la “ignorancia aprendida” con ribetes de academia, con aquello de que “China abandonó el comunismo y se abrió al capitalismo”, además de las alabanzas del endorracista imperial hacia el argentino empresario corrupto que hoy gobierna a la nación argentina, no podíamos pretender que esta XI Cumbre del G-20 terminara con éxito, colectivo o resultados esperanzadores en favor de la humanidad, como si estuviésemos esperando a que una mata o planta de plátano coseche suculentas uvas.
De esto se trató esta Cumbre que recién culmina en China, cuyo gobierno presidido por Xi Jinping tuvo la audacia de adelantar un discurso profundo, en el sentido de llamar la atención para que los países del nuevo mundo multicéntrico y pluripolar abandonen la fraseología boba en el discurso ya desgastado de la “guerra fría” y se centren en un desarrollo productivo industrial que genere riqueza en favor de nuestros pueblos, además de que en plena Cumbre del G-20, en medio de más de 26 reuniones bilaterales y multilaterales, a este líder mundial se le ocurriera la iniciativa de reunir a los miembros del grupo de los BRICS, a pesar de que esta unión ya cojea, al albergar en su seno a un presidente golpista y cleptómanoempresarial al servicio imperial de EEUU, Michel Temer, quien en complicidad con el Congreso del Brasil dio el zarpazo traidor para deponer a Dilma Rousseff, con bastante éxito.
Ahora bien, las contradicciones reiterativas en el seno de la Cumbre del G-20 fueron y seguirán siendo la constante, porque hoy en pleno siglo XXI, a partir de la nueva geopolítica y su nueva geometría de poder, se agudizan dichas contradicciones interimperiales y, fundamentalmente, porque lo que se presenta como “países desarrollados y en vías de desarrollo”, no son tales, porque a lo interno de cada una de dichas naciones, de la que EEUU no escapa, hay grandes miserias y la pobreza es extrema, lo que indica que lo que ha habido es un proceso d acumulación de riqueza concentrada en pocas manos, a costa de sus propios pueblos a los que se les ha esquilmado, explotando a los trabajadores y al servicio del capital financiero que no es nada productivo, sino especulativo, lo que pone de relieve el gran fracaso del capitalismo y el triunfo del parasitismo transnacional del capitalismo, al que falsamente, se atribuye la cualidad de “desarrollado”, escondiendo siempre sus taras, entre ellas, la pobreza y miseria, que empiezan a desaparecer en países cuyos índices de desarrollo humano, el progreso y desarrollo, se miden en la longevidad, la desaparición del analfabetismo, el reparto social de la riqueza, la educación gratuita desde primaria hasta la universidad, las viviendas dignas, el amparo a la familia, las mujeres y la tercera edad, la buena nutrición y erradicación de epidemias y enfermedades cancerígenas; todo esto, a la par de un ambiente protegido de la contaminación y decididamente ecológico, hechos posibles en regímenes socialistas y en aquellos emancipados, que empiezan a mostrarse como progresistas, habida cuenta de que aún les falta transitar por cambios y transformaciones que cambien sus relaciones sociales de producción hacia el socialismo.
Aún falta mucho por deslastrarnos del capitalismo y de sus lacras que pueden llevarnos a la destrucción del planeta. Más allá de desligarnos del viejo cuento de la “guerra fría”, también podríamos empezar a sacudirnos de la fraseología diplomática del capitalismo, que disfraza sus miserias y las llama “desarrollo” en donde hay pobreza de la mayoría y destrucción del planeta.