Fidel: la historia me absolverá | Blog | teleSUR
27 noviembre 2016
Fidel: la historia me absolverá

Nos ha dejado atrás la presencia física del comandante en jefe, Fidel. No se han hecho esperar las más diversas expresiones de pesar por su partida, no cabe ninguna duda que hoy el mundo pesa menos, y la humanidad se queda sin uno de sus referentes más insignes.

Fidel: la historia me absolverá

Un ser como Fidel recibirá, aunque nunca serán suficientes, homenajes de todas partes del mundo, de muchos dignatarios y políticos; poetas escribirán poemas sobre su grandeza, y será difícil no redundar. Pero también recibirá un homenaje eterno en el corazón de millones de seres humanos en todas partes del planeta. Aquellos que volvieron a ver la luz gracias a su determinación y genio, o los que recibieron saber y salud en momentos en que nadie los consideraba humanos. Muchos que aprendimos con el que la dignidad es el más grande tesoro que guarda la especie humana, no podremos dejar de homenajearlo jamás.

Pero Fidel nos deja una tarea, más grande, quizá, que la que el mismo tuvo que enfrentar: entender la realidad, hacer la revolución y construir la sociedad socialista del hombre nuevo. Para nosotros esta tarea es compleja, especialmente en un momento doloroso como este, pero es innegable que más allá de las frases excepcionales y los elogios sin fin, es imperativo que estudiemos objetivamente la obra de este singular revolucionario.

Sera fácil ubicar la imagen del Comandante en la zona épica, y contar cada una de sus epopeyas; pero es necesario entender al Fidel histórico; aquel en cada momento de su vida, y su comprensión excepcional de su entorno. La obra de aquel joven de casi 30 años que plantea una brillante defensa contra el aparato represor batistiano que nosotros conocemos como “La Historia me Absolverá”, que a la postre se convirtió en el programa político alrededor del cual la sociedad cubana allanó el camino victorioso de la revolución.

Para los países tercermundistas aquel trabajo de defensa, significa un punto de inflexión en el siglo XX; se había delineado el camino para todo un pueblo que, gracias a aquel programa político, podía dejar atrás la evidente tendencia de las clases dominantes de plegarse sin reservas ni dignidad a los dictados del imperio. La doctrina Monroe no era solamente la visión hegemónica de una potencia capitalista, sino también era una verdad aceptada con cínica complacencia por los políticos gobernantes en este lado del atlántico.

La idea de que un programa político de tal trascendencia es una necesidad para América Latina, es uno de los logros más extraordinarios de Fidel, que queda dentro de esa tarea que nos deja pendiente. De igual forma, su vocación interminable por el estudio, lo acercó a otros privilegiados de América, como Martí y Bolívar, lo que le permitió entender que nuestras diferencias son muy pocas, pero nos causan un daño fatal, y que solo nuestra unidad nos permitirá ser, algún día, verdaderamente libres.

No se puede obviar o aislar el hecho de que Fidel tuvo un entorno verdaderamente hostil durante muchos años; todas las oligarquías del continente ladraban contra Cuba al unísono, al chasquido de dedos del amo imperial. La agresión permanente contra la Cuba libre es un asedio de todos los poderosos que se extendió por décadas. A fuerza de razones, eso fue cambiando, y comenzamos el siglo XXI en medio de luchas que nos permiten aspirar a que esta sea la verdadera época de las luces para nuestra América. Pero para conseguir esa meta hacen falta mucho trabajo y estudio.

Fidel no era profeta, ni un viajero del tiempo (aunque sus advertencias a muchos nos parecieran algo sobrenatural); si estaba dotado de una inteligencia excepcional que estuvo siempre al servicio de la humanidad, y, por esa razón, produjo tantas acciones memorables. Al mismo tiempo, Fidel era un hombre profundamente informado que valoraba mucho el estudio, así como la producción teórica e intelectual. El hizo praxis revelando la necesidad de la teoría revolucionaria y su indisoluble vínculo con la práctica.

Más importante aún, como político no se quedó a esperar los frutos de la teoría; siempre se animó a mas, lo que le dio una abismal ventaja política con respecto a sus adversarios y sus enemigos. Su posición firme, guiada por principios que no dejaron de fortalecerse nunca, no dejó lugar a la improvisación, lo que dio a Cuba un lugar único en el mundo, algo por demás inusual en países pobres.

Fidel llevo a Cuba y a los cubanos a entender que ser pobre no significa ser esclavo ni ser lacayo; les mostro un camino diferente de valores en el que el consumismo y el individualismo no son un obstáculo para la sociedad. Esas lecciones, son imprescindibles hoy para todos los pueblos latinoamericanos, que cada día que pasa están más sometidos, viviendo en una burbuja en la que imperan el miedo, la ansiedad y el “sálvese quien pueda” en la que los medios de comunicación funcionan como una droga que paraliza todas las funciones cerebrales que nos hacen racionales.

Podría escribir mucho más sobre este tema, pero creo que debo desenredar un poco la idea que quiero transmitir. Más que un escrito a Fidel, este va dirigido a nuestra izquierda latinoamericana, con la intención de pedirles que llevemos este luto con amor y responsabilidad, pero que, además, dirijamos nuestra atención a la necesidad impostergable de construir un programa político continental de liberación nacional.

Hoy muchos jóvenes llenos de ímpetu y fervor revolucionarios, no entienden que la grandeza de Fidel a los treinta años, no estaba solamente en su valor, sino en la combinación perfecta que le permitió entender que cambiar la realidad requiere de toda la sociedad operando por un objetivo común; logro hacer de la revolución una misión de todos, con todos. Pudo entonces ver hacia adelante.

No se improvisó, cada día estuvo lleno de accionar político acompañado por el estudio permanente. Esta era la vida de Fidel y de todo el pueblo cubano, que piensa en colectivo, que es capaz de entender el momento histórico y de enfrentar la lucha cotidiana desde la trinchera en la que cada quien sirve mejor. Fidel no era vanguardista, ni un sabio sin sabiduría; era un compañero revolucionario cuya misión era ser líder

 ¡Y la historia lo absolvió!


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