El mito necesario de una izquierda fracasada | Blog | teleSUR
21 septiembre 2016
El mito necesario de una izquierda fracasada

El avance de la izquierda en América Latina durante los últimos 20 años es innegable, y ese movimiento hacia adelante en la práctica, no ha podido ser caracterizado teóricamente. Hoy mismo el columnista del New York Times Martin Caparros, titula su columna ¿Fracaso la Izquierda latinoamericana?, título que no sería raro para ese medio de no ser por el hecho de que el señor Caparros se pregunta acto seguido si acaso en Latinoamérica no ha habido realmente gobiernos de izquierda.

El mito necesario de una izquierda fracasada

Primero deberíamos apuntar que los conceptos de éxito y fracaso pueden ser muy diferentes para la izquierda y para la derecha. Por ejemplo, despidos masivos, aplicación de medidas monetaristas, desmantelamiento de la organización sindical, privatización de los servicios públicos y de los recursos naturales, son vistos por la derecha como éxitos rotundos de sus políticas públicas.

Bajo su perspectiva, cualquier avance en el sentido opuesto al consenso de Washington y el FMI, significan claros fracasos de los estados. Esto sucede, bajo el marco de una guerra clandestina de sabotaje en todo nuestro continente, en un ambiente en que la ofensiva ideológica la mantienen las fuerzas más conservadoras del mundo. Además, por mucho que queramos que las cosas sean diferentes, la derecha es una fuerza hegemónica y poco hemos avanzado en la ruta de reemplazarla como tal.

Ahora bien, la izquierda en la región está muy lejos de ser algo menor, o una fuerza en retirada. La realidad obliga a entender la izquierda continental como un movimiento formidable, impensable apenas hace tres décadas. Esa condición se la brinda el mismo enemigo, que gasta miles de millones de dólares en la desestabilización de los gobiernos progresistas de la región. Es algo así como “del tamaño del sapo es la pedrada”.

De hecho, en lugares tan impensados como Honduras, la izquierda se ha convertido en una opción real de poder, desplazando la alternancia bipartidista, a pesar de todo el control ideológico norteamericano en el país, y la enorme vulnerabilidad de la sociedad reflejada en su pobrísimo nivel de educación. Más aun, se ha notado recientemente un incremento en los esfuerzos de la maquinaria de manipulación conservadora por magnificar la dimensión del “fracaso de la izquierda”.

Esto no quiere decir de ningún modo que la izquierda continental no ha cometido muchos errores, unos más grandes que otros. Quizá el más significativo de ellos ha sido su falta de capacidad para plantear una verdadera agenda de unidad de toda la región en una inmensa nación; un propósito ambicioso, que debería ser el ideal de las generaciones que vendrán, y que acertadamente visualizaron Simon Bolívar y Hugo Chávez.

Se han dado muchas discusiones alrededor de la construcción del socialismo en la estructura económica. Ese es un tema álgido que desafortunadamente no sostenemos fuera del ámbito de la pasión y el dogma. Por ahora parece bastante complicado superar en el imaginario colectivo la idea impuesta de la ineficiencia de la empresa socialista. Ese conflicto, de carácter hegemónico, mantiene a nuestras sociedes sumidas en la comparación de paradigmas que miden el éxito de los que más tienen, e invisibilizan por completo a los más pobres.

¿Cómo reaccionaría la mayoría de la población a una campaña mediática brutal contra una expropiación? ¿Cómo reaccionaría en Brasil, en Argentina, en Venezuela, en Ecuador, en El Salvador? Aunque difícil de anticipar con precisión, es muy posible que la gente se indignara contra “tal barbaridad”, del mismo modo que cree que le violan su libertad de expresión cuando se penaliza a un medio de comunicación. 

Como era de esperar, la dimensión del reto para la izquierda es formidable, quizá aún más grande que el hecho mismo de crecer como lo ha hecho. Está claro que en la medida que aumente sus capacidades, más intenso y feroz será el ataque de la derecha que nunca cederá ningún espacio, menos en la ilusión electoral. Pero la batalla se trata justamente de derrotar a un enemigo que avanza, que cada vez se fortalece gracias al acelerado avance científico y tecnológico, un enemigo que es cada vez más destructivo.

El ejemplo de Brasil es sumamente interesante, porque durante muchos años se han escuchado críticas, en tonos diferentes, a la “suavidad” de Lula con la oligarquía. Sin embargo, ocho años de gestión bastaron al dirigente obrero para sacar de la pobreza a más de 40 millones de personas, algo así como sacar de la pobreza a todos los habitantes de Centroamérica. Esto seguramente es un hecho sin paralelo en la historia de la humanidad, quizá comparable con los 400 millones de chinos que pasaron a situación de clase media industrializada en 39 años.

Pero ese gigantesco logro no ajusta para debilitar a la oligarquía que ha perpetrado un golpe de Estado, que solo parece ser reversible en un nuevo proceso electoral con el mismo Lula a la cabeza. Pero una victoria en ese punto seria apenas el inicio de una larga segunda etapa, donde se tendría que librar una gigantesca batalla de ideas que permita al pueblo brasileño ser el defensor de sus propias conquistas. En cualquier caso, no parece que lo de Brasil sea una derrota estratégica, sino, más bien un traspiés táctico, que requiere de mucho trabajo.

En Venezuela la guerra económica, sumada a errores y omisiones, provocan la sensación de asfixia en una nación donde la mayoría de los males son provocados y no producto de fallas garrafales en el sistema. Los éxitos alcanzados por la revolución bolivariana se cuentan por miles, en muchos campos que no eran posibles en un país tercermundista condenado al rentismo petrolero y al saqueo eterno de la oligarquía local.

Sin embargo, las filas son más notorias, los medios locales e internacionales se ocupan de servir de gigantesca lupa para magnificar esas “carencias”. ¿Qué sucedería si a los venezolanos les tocara vivir en condiciones similares a sus pares mexicanos, por citar un caso? Sencillamente, se encontrarían de repente frente a la incertidumbre de la miseria, la inseguridad social; seguramente guiados por las reglas del dios mercado se acabarían las colas, mucha menos gente podría realizar el anhelo supremo de comprar.

Difícil evaluar cada caso en un artículo corto. Ecuador luce muy estable y el proceso boliviano se ha encausado por una vía de consolidación único. Aun así, suceden cosas extrañas como indígenas linchando ministros. De todas formas, ninguno de estos países muestra a una izquierda en retroceso, como gusta decir la derecha.

En países como Mexico, la izquierda es una opción de poder, pero debe lidiar con los demonios de su pasado priista. Además, siendo un país tan grande, es un bocado siempre apetitoso para su indeseado vecino del norte. Pero la división en la izquierda es un mal que reduce su opción de victoria, evento que marcaría un hito importante en el mapa estratégico latinoamericano.

Ahora bien, convertida en una fuerza formidable, la izquierda tiene la obligación de crecer; y eso implica emular en muchos momentos el clientelismo político de la derecha, pero sin llegar al conformismo con los triunfos electorales. Para que se produzca un triunfo revolucionario definitivo, es necesario trabajar todos los días, toda la vida.

Además, es necesario tener claro que la idea de una izquierda fracasada, es un mito necesario y siempre urgente para la derecha.


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¡Yo creo que es todo lo contrario!.La derecha es la que se ha replegado en América latina, y trata de agrupar sus fuerzas luego de la paliza recibida por EU en Siria. La situación de la izquierda es preocupante pero, es la derecha la que vá de salida..
¡Yo creo que es todo lo contrario!.La derecha es la que se ha replegado en América latina, y trata de agrupar sus fuerzas luego de la paliza recibida por EU en Siria. La situación de la izquierda es preocupante pero, es la derecha la que vá de salida..
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