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7 marzo 2015
Chávez

No tuve la oportunidad de conocer al comandante Hugo Chávez la persona. Como sujeto político latinoamericano, sin embargo, he podido vivir la época en que su obra crece, aun después de su desaparición física. Conozco las acciones de este hombre singular, que me hace reflexionar muchas veces sobre aquel “hombre nuevo” del que tanto habló el Comandante Ernesto Guevara, “Che”; y es que la dimensión humana de Chávez solo puede explicarse en un ser que ha trascendido la mezquindad que los apologistas del capitalismo pintan como parte de la naturaleza humana.

Chávez

Chávez es más que consignas, demostró que la praxis revolucionaria no parte de un molde ni de un dogma sagrado e inescrutable; que la historia la construyen los pueblos, y que está llena de factores determinantes que no siempre podemos percibir, y, por lo tanto, esa historia no podemos predecirla pero si sabemos que podemos ser actores en ella para alterar su curso.

Por supuesto, la visión del mundo que trae Chávez a la praxis, no es del gusto de muchos; tantas veces la oligarquía latinoamericana, no solo los apátridas venezolanos, escupieron veneno argumentando que Chávez “regalaba lo que no era suyo” o “que le daba a los pobres que ni idea tenían de que era lo recibían”. No deberíamos esperar tampoco, que la derecha, históricamente violenta, quiera recibir en paz un proceso que de espacio a quienes antes no existieron, o que este satisfecha viendo cómo opera la industria petrolera que antes solo servía para mantener su opulencia aristocrática.

Está claro que las características individuales que le permiten tener un liderazgo trascendente a Chávez, no se pueden copiar ni transpolar de forma mecánica; lo que sí se puede es emular su ejemplo, su humanismo, su visión natural del poder, lo que este representa para las sociedades, y la claridad para ver que el progreso debe darse en todos los países, ya que uno solo está condenado a sucumbir. Por esa misma razón Bolívar y Morazán pensaban en una Patria Grande, esa Patria que tanto molesta al imperio.

Su entendimiento cabal de los problemas cotidianos, y el desmontaje de cada pieza sistémica que provoca la maldición de nuestros pueblos, le dio una dimensión única, comparable apenas con la capacidad visionaria de un puñado de latinoamericanos que apenas contamos con los dedos de la mano en un siglo.

La realidad y la sistematización teórica de la misma sufren un divorcio permanente en nuestras sociedades; nuestras izquierdas duermen aferradas a lo sagrado, y se deja un vacío enorme que es tomado muchas veces por la improvisación y la racionalización y la banalización de la realidad misma. En la práctica de Chávez, hay construcción que debe estudiarse, porque todavía hoy planteamos en muchos casos que el socialismo es una camisa de fuerza de un solo color, y que no se puede construir si no es bajo el mismo patrón usado por el diseñador original (que por supuesto no fueron ni Marx, ni Engels ni Lenin).

Entender como hizo Chávez que el mundo en la ruta enloquecida del capitalismo lleva a los pueblos a su destrucción, no requiere de una simplificación teórica, por el contrario, se requiere de una visión amplia de la historia, de la conexión que existe entre cada momento y de una gran capacidad de sistematizar y retomar una y otra vez todo el cúmulo de conocimientos y experiencia humanas, para construir proceso, ese algo que es dialéctico y que constituye el aporte de una generación a las que le siguen con la esperanza de que sirva para preservar lo que somos.

Chávez triunfó muchas veces sobre los obstáculos y la agresión imperial, así como sobre la pérfida oligarquía local; pero también tuvo que enfrentar y superar muchas dificultades con aquellos que se suponía entendían que la única posibilidad que tenemos dentro de nuestra realidad biológica es escribir una pequeña porción de la historia. Los éxitos electorales deben recordarse, pero más las victorias contra el imperio, en abril de 2002 cuando regreso de aquel camino que ningún otro había recorrido en sentido opuesto.

Qué decir de la huelga petrolera, promovida por el enemigo de siempre y operada por los traidores de siempre, que se negaban y siguen negándose a la posibilidad de que su botín de antaño se use para buscar la felicidad de los pueblos. Los que hoy hablan con nostalgia de aquella “democracia” en la que pueblo era apenas un eufemismo para referirse a los “bobos” que celebraban los millones de los que compraban títulos nobiliarios con el patrimonio que es y será siempre de todos los venezolanos.

Y la integración latinoamericana, que aunque incipiente, es absolutamente impensable sin el concurso de Chávez. De Petrocaribe o la ALBA, organizaciones que tantos dolores de cabeza le producen a la Seguridad Nacional de los gringos, surgieron no solo de la práctica consciente y material de la solidaridad infinita, sino de la perspectiva estratégica que urgía encontrar solución a la tragedia diaria de nuestros pueblos.

No era posible todo este avance sin aquella personalidad despojada de todo egoísmo, con un sentido absolutamente distinto de lo que es propiedad, y forjada en medio de un profundo amor al pueblo, algo que la mayoría de los políticos que conocemos tildarían sin vacilar de ridiculez extrema.

A dos años de su partida, el reto más grande de todos los latinoamericanos, es preservar las virtudes que nos legó aquel “hombre nuevo”, aquel que con cada una de sus acciones nos hizo recuperar la esperanza y la confianza en el potencial de nuestra lucha, en la invencibilidad de la justicia, aun si esta sigue cautiva de los intereses transnacionales en la mayoría de nuestros países.

No lo conocí en persona, su praxis, su humanismo, su determinación en la construcción del socialismo, la integración, me dejaron comprender quien era Chávez.


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Bastancon haber coexistido con el Comandante Eterno Hugo Chávez y habernos hecho ver cómo se hace política en el mundo real.
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