Anticorrupción, golpes de Estado y contrarrevolución | Blog | teleSUR
16 abril 2016
Anticorrupción, golpes de Estado y contrarrevolución

Sin conocer el resultado de la maniobra golpista de la derecha brasileña en el Congreso de esa nación, y en presencia de la prolongada y cruel guerra desatada contra la Revolución Bolivariana y el pueblo de Venezuela, parece necesario abrir un debate sobre las implicaciones que tiene la corrupción como agente corrosivo de los procesos políticos progresistas que, desafortunadamente, no han podido trascender a una etapa de liberación completa, lo que ha abierto un escenario terrible como opción real: la contrarrevolución.

Anticorrupción, golpes de Estado y contrarrevolución

No pretendemos hacer una defensa de la corrupción como tal, menos aún justificar acciones que no solo han minado las bases mismas de los procesos latinoamericanos, sino que abrieron una brecha favorable a los intereses de aquellas fuerzas oscurantistas que creíamos ir superando con paso firme, hace apenas seis años. Si la corrupción es deleznable en todo momento, es un crimen de traición a los pueblos cometerla en nombre de la revolución, y demuestra sin dudas la verdadera vocación reaccionaria de quienes la cometen.

Sin embargo, vista a nivel regional, tenemos que notar una tendencia evidente a utilizar la anticorrupción como un arma ideológica aplicada minuciosamente por la derecha y el imperio, no solo para desestabilizar, sino también para frenar procesos en los países en los que aún no se conquista el gobierno, y, en última instancia, para crear la imagen de que la izquierda es tan corrupta como la derecha y que el camino de la salvación es una derecha nueva, honesta, pulcra, y capaz.

Irónicamente, siendo un arma de carácter ideológico, la imagen de imposición de la anticorrupción es de inmaculada desideologización, bajo el argumento, nada nuevo, de que las ideologías son malas, y además innecesarias para avanzar. El sistema capitalista hegemónico validando su existencia, tocando fibras básicas en el imaginario de nuestras sociedades.

Utilizando los medios de comunicación en múltiples niveles, este trabajo en el campo de la manipulación no solo propicia la contrarrevolución desde la violencia tradicional (aunque hace uso de ella), sino que produce las condiciones necesarias para que nuestros pueblos aplaudan y festejen la posible salida de los gobiernos progresistas. Al culminar los procesos el resultado ideológico previsto implica que no quedaran huellas de mártires ni héroes (no más Salvador Allende), solo recuerdos de los corruptos, y sobre todo, los pueblos quedaran inmóviles por un buen periodo de tiempo.

Naturalmente, la institucionalidad construida sobre la tradición burguesa liberal, juega en favor de la conspiración criminal de la derecha. Aquí se produce el circo que genera el material que mantiene en shock permanente a la sociedad, que impávida no se da cuenta de la realidad, y deja de lado los problemas que la aquejan, los que se van agravando, fundamentalmente porque la reversión de cualquier conquista o derecho de los pueblos se produce de manera acelerada y sin respuesta.

Como es de esperar, a cada país le corresponde una dosis a su medida; allá donde las transformaciones revolucionarias han sido más profundas, la guerra se produce en muchos frentes, legales e ilegales, mientras en otros países se produce completamente en el campo de la institucionalidad, sin que esto quiera decir que la derecha renuncie a cualquier subterfugio o maniobra para desequilibrar la correlación de fuerzas en su favor.

Además, la construcción ideológica anticorrupción se produce en medio de antecedentes de acciones en países controlados por la derecha, como en el caso de Guatemala; las oligarquías locales saben decidir oportunamente quienes de sus aliados son prescindibles y en qué momento lo son. Es previsible que muy pronto surja una teoría consistente de la “nueva era de las Américas sin corruptos”, esa nueva configuración que permita concretar el ALCA y fusilar el ALBA, el Mercosur o la CELAC.

El Golpe de Estado Militar en Honduras fue el último experimento de destrucción institucional de un gobierno progresista, y el primero contra el cambio de época en nuestro continente. La falta de estudio profundo de aquel ataque imperial ha constituido un grave error, pues en él se pusieron en práctica nuevas tácticas que se han ido ensayando y, por último, aplicando en cada uno de nuestros países. Si bien el gobierno de Jose Manuel Zelaya fue sacado a tiros por los militares, a posteriori se construyeron sendos expedientes de corrupción, cargados de imputaciones falsas, pruebas fabricadas acompañadas de tortura, persecución y hasta asesinato de miembros de la resistencia y del gabinete defenestrado.

Lo peor de esto, es que ningún caso fue debidamente ventilado, la lucha completa se ha librado en la opinión pública manipulada ampliamente por el “mainstream”. Honduras es un espejo, no solo por el golpe de estado, sino por lo que se vino después. La más desenfrenada aplicación del neoliberalismo, el incremento de la miseria y la desigualdad, la criminalización de la protesta, el reemplazo del trabajo por el empleo, la militarización de la sociedad, todo lo que creímos superado.

Cuando vemos las acciones de Mauricio Macri en la Argentina, no podemos menos que pensar en lo sucedido en Honduras. Allá se produjo un Golpe de Estado en las urnas; una faceta que no habíamos anticipado de la contraofensiva imperial en la región. Lo que hora vemos como fracasos de la izquierda (aunque tenemos responsabilidad) se ha repetido una y otra vez en los últimos meses, con un patrón bien definido, bajo la aplicación implacable de una estrategia finamente hilvanada y debidamente ensayada.

Y no se trata esto de una defensa a ultranza de los garrafales errores de la izquierda; pero lo cierto es que la corrupción no es una novedad en nuestros países, como tampoco lo es el hecho de que la misma sea patrocinada directamente por Estados Unidos, imperio que se ha servido de ella por más de un siglo. La “cruzada” es sistémica, imposición neoliberal mediante una construcción ideológica de agresión masiva. Desde la manipulación geoestratégica de los mercados internacionales, hasta el sabotaje económico brutal interno, como el que podemos ver en Venezuela.

Para cualquier observador externo lo que sucede en Venezuela es anómalo, manipulado. Seria burdo aquí que nos hablaran de la incapacidad del Estado, de la corrupción, de la falta de adhesión al libre mercado, y otros burdos paradigmas sistémicos. Ningún país ha llegado a esos extremos; ni siquiera Honduras, que después del Golpe de Estado de 2009 se ha convertido en territorio de forajidos, en el que campea el saqueo del patrimonio común por la vía de la corrupción, el chantaje e incluso la eliminación física de líderes políticos.

No podemos menos que percatarnos de un hecho incontrovertible: el imperio sigue manteniendo la misma inmoralidad de siempre; mantiene “sus corruptos” y utiliza la anticorrupción contra aquellos que considera sus enemigos. El planteamiento de la guerra está dirigido a revertir el proceso latinoamericano, y ha sido construido meticulosamente a lo largo de varios años. Su punto de inicio visible se encuentra en Honduras en 2009, en lo que a todas luces era el “eslabón más débil” de la cadena.

La anticorrupción ha permitido dar refugio político a grupos de personas que lo ven como una enfermedad aislada que se puede tratar vacunándole el mismo virus que la provoca. De esta forma vemos el surgimiento de partidos políticos y movimientos contra la corrupción, que luchan frontalmente contra nuestra liberación.

La falta de estudio, y la carencia de acciones contundentes para moralizar nuestros movimientos, han construido una capa de incapacidad que nos hace lucir impotentes frente a esta agresión. Los partidos políticos de izquierda deberían desarrollar mecanismos claros de detección y castigo de los corruptos; cada candidato (puesto que estamos inmersos en procesos electorales) debería al menos estar libre de antecedentes en ese campo (aunque nada garantiza que no los tendrá en el futuro). No se trata de desatar una cacería de brujas, sino fomentar una moral revolucionaria que nos permita recurrir a la autocrítica cada vez que sea necesario, y que la misma nos facilite la corrección oportuna y definitiva de estos problemas.

Nunca está de más mencionar que mientras el enemigo piense orgánicamente y nosotros no lo hagamos, estaremos siempre a la defensiva. Además, el hecho de que cada pueblo latinoamericano este completamente aislado de los demás, juega terriblemente en contra de nuestras aspiraciones. Es trágico que por norma tendamos a aislar la visión de nuestras realidades, y que no informemos lo que acontece en cada uno de nuestros países.

Es importante precisar que la práctica nos está demostrando que debemos redefinir la idea, el alcance de lo que conocemos como Golpe de Estado. Al hacer eso nos percataríamos, por ejemplo, de que lo que se practicó en Guatemala el año anterior fue, en efecto, un Golpe; en la misma lógica hoy tenemos ataques directos en Venezuela, Brasil, Bolivia, Ecuador, El Salvador y potencialmente Nicaragua. Todos ellos procesos en diversos niveles de desarrollo, pero con el propósito concreto de derrotarnos.

Además, es crítico relacionar la realidad de países gobernados por la derecha como Mexico, Honduras, Colombia, Perú, por mencionar algunos, donde se viven procesos de alta volatilidad social pero a los que los medios transnacionales tratan con guante blanco. En el caso de Honduras, por ejemplo, resulta que toda la cúpula policial está involucrada en asesinatos selectivos (verdad que hemos conocido y denunciado por muchos años), y ahora resulta que la denuncia se hace pública en el New York Times, eximiendo implícitamente al gobierno de cualquier culpa.

Dos cosas son vitales: la guerra se libra en TODOS los frentes, simultáneamente, lo que implica que ganarla requiera necesariamente que nos plantemos en toda la línea de batalla, y; el objetivo final de nuestro accionar debe ser la unión efectiva y real en una sola nación latinoamericana, separados somos muy frágiles y sin la unidad siempre resultaremos objetivos fáciles para un imperio que no solo nos considera su patio trasero sino que mantiene quinta columnas activas en todas partes.

Dejamos aquí planteado un debate que debería llevarnos a eliminar la creencia común de que el trabajo de desestabilización es aislado e inorgánico. Existe estructura política bien definida en la agresión. Esto deberá ser útil para tomar medidas, para profundizar y radicalizar nuestros procesos, que encuentran grandes debilidades en su comprensión del problema económico, lo que los lleva una severa incertidumbre sobre los pasos a seguir. No existen fórmulas en la construcción del socialismo, pero debemos ser capaces de aprender de nuestros errores y emular las virtudes del enemigo, como la de pensar de estructuralmente, orgánicamente, en colectivo.

Aunque no relacionado, es muy importante seguir de cerca el VII Congreso del Partido Comunista de Cuba, entender el debate, valorar sus resultados. 


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