El 24 de marzo de 1980 la bala de un francotirador atravesaba el corazón de Óscar Arnulfo Romero, mientras oficiaba una misa. Sus asesinos, un comando armado de la extrema derecha salvadoreña mataron al hombre, pero no a su ideal de justicia social, de un cristianismo liberador nacido en el amor a los más humildes.
“Aún cuando se nos llame locos, aún cuando se nos llame subversivos, comunistas y todos los calificativos que se nos dicen, sabemos que no hacemos más que predicar el testimonio subversivo de las bienaventuranzas, que le han dado vuelta a todo para proclamar bienaventurados a los pobres, bienaventurados a los sedientos de justicia”, dijo en mayo de 1978 Romero, dos años antes de morir.
Ese era el pensamiento del sacerdote católico Óscar Arnulfo Romero, arzobispo de San Salvador, que luchó por los más pobres y estudió la Teología de la Liberación, una doctrina surgida en suelo latinoamericano que reclama a una Iglesia que lleve a la liberación física y espiritual de los pobres y sitúa las raíces de la miseria en un sistema injusto.
Romero defendió los derechos de los desprotegidos. Este sexagenario se involucró con el pueblo y su pobreza, luchó contra la represión, los crímenes que los escuadrones de la muerte (armados y asesorados por la inteligencia estadounidense) realizaban contra esa otra Iglesia, alejada de la curia romana, que había optado por la solidaridad y el compromiso.
En sus sermones, Romero denunciaba las violaciones a los derechos humanos de los campesinos, obreros, sacerdotes, y de todo un país, sometido a la represión y violencia militar.
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En estas homilías, transmitidas por la Radio diocesana, denuncia especialmente los asesinatos cometidos por escuadrones de la muerte y la desaparición forzada de personas, cometida por los cuerpos de seguridad y pide una mayor justicia en la sociedad.
Óscar Arnulfo Romero afirmaba el derecho del pueblo a la organización y al reclamo pacífico de sus derechos.
“La Declaratoria Universal de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas, de la cual nuestro país es signatario, y el artículo 160 de nuestra Constitución Política proclaman el derecho de todos los ciudadanos reunirse y a asociarse.
“Salta a la vista, en este estado de cosas, la enorme desigualdad en que quedan los ciudadanos a nivel de participación política según pertenezcan a las minorías poderosas o a las mayorías necesitadas y según goce o no de la aprobación oficial”, denunciaba en 1978 en una carta pastoral titulada “Iglesia Y Las Organizaciones Políticas Populares”.
Monseñor Romero: Enemigo de EE.UU.
Monseñor Romero fue asesinado porque el gobierno del estadounidense Ronald Reagan, quería impedir una victoria del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), dice en entrevista para el sitio web en español de teleSUR, Katu Arkonada, miembro de la Red de Intelectuales y Artistas en Defensa de la Humanidad.
“A Romero no lo matan unos delincuentes (...) lo asesina a tiros un escuadrón de la muerte (...) al día siguiente de haber denunciado la violencia paramilitar, las torturas del régimen militar, y (...) las injusticias que en general provocaba un gobierno militar que estaba gobernando en El Salvador”, explica.
Para Arkonada, entender el asesinato del líder popular, pasa por remontarse a la Operación Charlie, un plan de la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos (EE.UU.) para exterminar a los movimientos populares y de izquierda que clamaban justicia e igualdad.
“El asesinato de Romero no se puede sacar de contexto. Pasa en una Cetroamérica, en 1980, en la que se estaba implementando lo que se vino a llamar la Operación Charlie (...) que viene muy unida a la Operación Cóndor, que también se conoce en Suramérica. Era una especie de coordinación de la operaciones de las cúpulas de los regímenes militares de Suramérica. Argentina, Chile, Bolivia, Paraguay, crearon una especie de organización clandestina internacional para seguir, vigilar, detener, y en última instancia desaparecer a militantes de izquierda de todos esos países”, explica.
Con el mismo objetivo, la Operación Cóndor, se traslada entonces a Centroamérica.
“Con el apoyo de la CIA de Estados Unidos se traslada a Centroamérica, y ahí sobre todo la dictadura argentina se involucra a entrenar a fuerzas militares, pero también paramilitares de contrainsurgencia en Nicaragua, Honduras, El Salvador, Guatemala. (...) lo que sucede en El Salvador es parte de toda esta Operación Charlie, en el caso concreto de El Salvador, la CIA estaba involucrada plenamente en misiones de entrenamiento, contrainsugencia contra el FMLN”, acota.
Es así como Regan incrementa el presupuesto de “ayuda militar para reforzar el gobierno existente y de impedir una victoria del Frente”.
Romero vivió en un Salvador en el que “denunciar la injusticia social, o denunciar las atrocidades que estaba cometiendo el gobierno contra la población general y los paramilitares, contra la militancia de izquierda, pues era, prácticamente, una sentencia de muerte”.
¿Justicia?
El ex capitán de las Fuerza Aérea Salvadoreña, Rafael Álvaro Saravia, confesaría en 2010, que a Romero lo asesinó un sicario, que cobró 114 dólares estadounidenses por acabar con la vida del “obispo de los pobres”.
En entrevista con el diario El Faro, Saravia, quien está prófugo de la justicia estadounidense desde 2004, le decía al periodista Carlos Dada que el dedo que accionó el gatillo fue el de “un indio”.
Saravia, quien huyó a Estados Unidos a poco de ocurrido el asesinato, es el único que ha sido juzgado, de los involucrados en el crimen de Romero. Además de él, aún vive Amado Garay, bajo condición de testigo protegido de Estados Unidos.
Fue condenado en ausencia por la justicia estadounidense en 2005 por “crímenes de lesa humanidad”, tras lo cual abandonó ese país y ahora vive escondido, en la pobreza, en alguna parte rural de su natal Salvador.
Otras cinco personas involucradas en el asesinato, o en su ocultamiento, han muerto.
Según la Organización No Gubernamental Centro para la Justicia y la Rendición de Cuentas –la misma que posibilitó el procesamiento de Saravia–, no se ha hecho prácticamente nada en el país centroamericano para saber la verdad de la muerte de Monseñor Romero.