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    Aruká fue ingresado e intubado. Asistido con lo que el Ministerio de Salud denomina tratamiento precoz: con cloroquina, cuya eficacia contra la Covid-19 no está científicamente demostrada.

Con Aruká, se van muchas otras cosas esenciales, igual que con los 962 miembros de comunidades originarias reportados muertos por la Covid-19, según revela un informe de la Articulación de los Pueblos Indígenas de Brasil (APIB).

Cuando termina una etnia, se apaga una luz en el continente americano.

Entonces, cuando se hable de quienes ocuparon por tres siglos parte de la Amazonia, bajo el nombre de Juma, dirán que a inicios del año 2021, durante aquella terrible pandemia, murió el último varón de esa comunidad indígena.

El nativo brasileño Aruká Juma, ha muerto por complicaciones del coronavirus, a dos horas en barco de su aldea. Solo, como todos los que mueren por la Covid-19, Aruká recordó a sus ancestros que se le adelantaron, víctimas de otro exterminio en 1964 durante la masacre del pueblo Juma, cuando los extractores de caucho de una comunidad cercana mataron a decenas de indígenas. Aquel día eran más de sesenta y quedaron siete, de los cuales Aruká, ahora con casi cien años de vida, era el último.

Aquellos siete sobrevivientes permanecieron en sus tierras, sin representar ya ningún peligro para los invasores y responsables del etnocidio, quienes actualmente todavía viven en la región. Un poco antes de la masacre habían llegado a la región misioneros del SIL (Summer Institute of Linguistics, actual Sociedad Internacional de Lingüística), Arno y Joyce Abrahamson, acompañados de un intérprete.

Fuente: Archivo de Internet

Al comienzo, los originarios rechazaron todo contacto, pero luego permitieron el estudio de su lengua por los misioneros, que permanecieron junto a ellos, hasta alrededor de 1979.  Al final de la década de 1970, el Cimi (Consejo Indigenista Misionero) denunció la masacre a través del diario Porantim, caracterizando el hecho como un genocidio, aunque el asunto cayó en el olvido.

La indolencia, también es masacre

Alcanzaron llevarlo a la UCI del hospital de Porto Velho, en la Amazonia y fue uno más de los 1.150 muertos por Covid en esa jornada en Brasil.

Aruká fue ingresado e intubado. Asistido con lo que el Ministerio de Salud denomina tratamiento precoz: con cloroquina, cuya eficacia contra la Covid-19 no está científicamente demostrada.

Tampoco pudieron salvarlo las invocaciones, ni las ceremonias rogativas que ofrecieron sus tres hijas. "Nuestro padre luchó mucho, era un guerrero, y su lucha la seguiremos". Ese fue el mensaje de Borehá, Maitá y Mandeí, al padre y líder indígena Aruká Juma.

Descendientes de un pueblo que en el siglo XVIII tuvo entre 12.000 y 15.000 miembros, con la comunidad  diezmada, ellas escogieron unirse a los hombres ​​del grupo indígena uru-eu-wau-wau. A partir del sistema patrilineal de estas comunidades, los nietos y bisnietos de Aruká, son considerados parte del grupo de sus padres y no de sus madres, por lo tanto, todavía hoy se llora al último varón Juma.

Con Aruká, se van muchas otras cosas esenciales, igual que con los 962 miembros de comunidades originarias reportados muertos por la Covid-19, según revela un informe de la Articulación de los Pueblos Indígenas de Brasil (APIB).

Mientras tanto, el mundo sigue restando sabiduría y resistencia a la Amazonia. Los indígenas que viven en aldeas de Brasil, el segundo país donde más estragos ha causado el coronavirus, son principales para la conservación de la Amazonia, la mayor selva tropical del mundo. Claves para frenar el cambio climático.

La antropóloga Ivaneide Bandeira, culpa al Estado brasileño por su "total incompetencia e incapacidad para brindar medidas de protección" para evitar que la enfermedad llegue a la aldea de Aruká. Cualquiera que ingrese al territorio indígena debería haberse hecho una prueba -enfatiza- y haber sido puesto en cuarentena para evitar que el virus se propague.

"Estamos lejos de la ciudad y hay pocos viajes. La enfermedad nunca debió habernos alcanzado. El gobierno no se preocupó. Es una falta de responsabilidad de su parte", asegura.

"Era un guerrero. Contaba historias de peleas con los extractores de caucho, de cómo, cuando fueron atacados, los Juma se defendieron", recuerdan en su comunidad. "Un símbolo de resistencia" cuyo legado será mantenido vivo por sus nietos y bisnietos.

“Aruká era el último hombre Juma que tenía memoria de las maneras de cazar, los modos artesanales propios de su pueblo. Existe un consenso en la región, entre los indígenas kagwahiva, de su importancia para la memoria colectiva”, dice el antropólogo Edmundo Peggion, quien conoció a los últimos Juma en 1990. “Él era reconocido como un amóe, un título de respeto”, lo que es igual a abuelo, en tupí guaraní.

"Los Juma son un subgrupo, de los tupí-kagwahib, visitados por (el antropólogo francés) Claude Lévi-Strauss en la Amazonia brasileña en la década de 1930". Sus hallazgos, aparecen en su libro Tristes Trópicos (1955), hoy bibliografía clásica en la enseñanza de la etnografía.

Durante semanas, anduvo el antropólogo francés por la zona selvática, hasta alcanzar a los Juma. No sin riesgos, malaria, dolencias e incontinencias intestinales, que agobiaron a la expedición franco-brasileña en la que participó Lévi-Strauss.

Los pueblos indígenas y la sanidad

Más de 70 000 miembros de estas comunidades se habían contaminado con el nuevo coronavirus y 2 000 fallecidos, apenas en el primer semestre de 2020, refirió la Organización Mundial de la Salud (OMS), al tiempo que advertía el alarmante impacto que la pandemia de la Covid-19, tendría en los pueblos indígenas y nativos de las Américas.

La Organización Panamericana de la Salud, señala los factores de riesgo para los pueblos indígenas. Aumentan su vulnerabilidad: una alta tasa de enfermedades de base como la tuberculosis, alta densidad en las poblaciones aisladas, dieta dependiente de la caza y la pesca que hace el confinamiento muy difícil. Movimientos por territorios transnacionales que aumentan el riesgo de exposición/transmisión, actividades ilegales y clandestinas de tala de árboles y minera cercana a las aldeas indígenas, el desplazamiento de los indígenas en búsqueda de apoyo social y sanitario, venta desesperada de sus artesanías y productos agrícolas.

En Brasil se confirman unos 48 mil 405 nativos con la dolencia y 161 pueblos aborígenes están enfermos.

El investigador Fernando Ferreira Carneiro, de la Fundación Oswaldo Cruz (Fiocruz) en el estado de Ceará (nordeste), asegura que estudios recientes muestran que las poblaciones tradicionales y más pobres resultan las más afectadas por la pandemia.

“Si ya es difícil acceder al Sistema Único de Salud en la ciudad, imagínense en zonas alejadas, con difícil acceso para los equipos de salud familiar. Poblaciones que tienen dificultad para desplazarse y muchas veces no están en nuestras bases de datos”, alerta.
Y para agravar este legado histórico, recuerda, actualmente “vivimos un apagón de datos en el Ministerio de Sanidad”. Desde hace cinco días resulta imposible acceder a estadísticas en la página de la APIB.

En varios países, los registros no reflejan la verdadera magnitud de los estragos de la Covid-19. Algunos estudiosos aseguran que existe una incompatibilidad de datos, la cual tiene que ver con la definición de lo que es o no indígena. Como resultado, se eliminan 500 muertes, por ejemplo. Nace así, en Brasil, una alternativa Vigilancia Popular de la Salud y el Medio Ambiente, teniendo  en cuenta las características de las comunidades y su invisibilidad a la hora de la atención sanitaria por parte de la administración de Jair Bolsonaro durante la pandemia.

Hasta hoy, el programa de vacunación en Brasil se califica como un fracaso nacional -refiere NYT- y al ritmo actual, tardará más de cuatro años en finalizarse. Algunas de las ciudades más importantes, como Río de Janeiro y Salvador, ya han tenido que suspender sus campañas por problemas de suministro. También la pandemia ha causado terribles daños en ciudades a lo largo del río Amazonas, como Manaos, que han sido abandonadas a su suerte.

Solo en Brasil, han muerto 250.000 personas en 12 meses, la segunda cifra más alta en el mundo después de Estados Unidos. “Desde el principio, el gobierno de Bolsonaro le restó importancia a la seriedad de la pandemia. El presidente se opuso al uso de cubrebocas, a las medidas de distanciamiento social y comparó el coronavirus con una lluvia que caería sobre la mayoría, pero solo ahogaría a algunos. (“De nada sirve quedarse en casa a llorar”, dijo recientemente después de que el país registró 1452 muertes en un solo día). En pleno brote, se deshizo de dos ministros de Salud (ambos médicos) que amenazaron con contradecirlo y los remplazó con un general del ejército”.

Brasil ocupa actualmente el relegado puesto 117, en la lista de países que más pruebas realizan. En ningún momento hubo un monitoreo efectivo de los infectados y cada vez hay menos gente que práctica el distanciamiento, escenario impulsado por el discurso del propio Jair Bolsonaro.

En ese contexto, el presidente dijo que los gobernadores y alcaldes que impulsaron el aislamiento, deberían "abandonar el concepto de tierra arrasada". Algunos días antes había afirmado que si fuera infectado por Covid-19 no tendría mayores problemas porque era un "atleta". El presidente mintió al afirmar que la pandemia estaba disminuyendo en Brasil. "Parece que el tema del virus está empezando a desaparecer", dijo el mismo día en que Brasil registró más de 22.000 contaminaciones, indica el diario regional Brasil de Fato.

Bolsonaro no solo empleó los fondos de emergencia para comprar y distribuir fármacos no aprobados contra la Covid-19 -conque han “tratado” a los indígenas- incluso después de que se había demostrado que eran ineficaces, sino que también rechazó muchas ofertas de dosis de vacunas. Hay también un discurso de racismo institucional y el avance del agronegocio sobre los territorios, caracterizan la relación del Gobierno federal con los indígenas.

El caos sanitario se ha instalado en algunos lugares de Brasil, mientras en el Senado se ha solicitado la instalación de una Comisión Parlamentaria de Investigación (CPI) sobre la actuación del Gobierno. El Tribunal Federal de Cuentas también exige detalles de las medidas para los próximos meses.

“Hubo una acción deliberada para impedir el combate al coronavirus”, concluye una encuesta realizada por el Centro de Investigación y Estudios en Derecho Sanitario (Cepedisa) de la Facultad de Salud Pública (FSP) de la Universidad de São Paulo (USP), en colaboración con la ONG Conectas Derechos Humanos.

La publicación periódica Informe Derechos en la Pandemia, presentó un análisis de más de 3.000 decisiones del gobierno de Jair Bolsonaro sobre la pandemia. Se trata de leyes, medidas provisionales, decretos y otros mecanismos que, a pesar de la cantidad, no respondieron a las necesidades creadas por la crisis.

Además, juristas brasileños han presentado una denuncia penal ante la Procuraduría General de la República (PGR) contra el presidente Jair Bolsonaro, por delitos contra la salud pública, infracción de medidas sanitarias preventivas, uso irregular de fondos o ingresos públicos, prevaricación y peligro para la vida o la salud de terceros.

Responsabilidad

Aunque en el último censo nacional en Brasil, sólo aparecen unos 900 mil brasileños como nativos, muchas familias mixtas expulsadas de sus territorios a lo largo del tiempo, buscan recuperar su identidad originaria.

Quién asumirá entonces, la responsabilidad por la desaparición de los pueblos indígenas, en un país donde tratan de sobrevivir, enfrentados a la enfermedad y al colapso sanitario, unas 214 075 312 personas.

Para el final de Aruká, se hará una ceremonia en su aldea, donde será enterrado en la Tierra Indígena Juma, al sur del Estado de Amazonas.  De allí lo sacaron en enero, cuando le faltaba el aire que ya no necesita.

Es la reserva indígena de 38.000 hectáreas, que costo años y batallas, porque las autoridades no estaban “convencidas” de que aquel territorio mereciera protección legal que impide explotar sus patrimonios.

Para el último Juma, ha  sido una vida de casi cien años, resistiendo los constantes ataques de colonos blancos, obsesionados con la madera de su territorio, y las enfermedades que diezmaron su población hasta su desaparición.

La resistencia contra los invasores, le ganaron la fama de ser una comunidad hostil por la costumbre - según crónicas antiguas- de llevarse las cabezas de sus enemigos a modo de trofeo. Al inicio de la dictadura militar (1964-1985), un grupo de comerciantes patrocinó una campaña de acoso y derribo que casi acabó con ellos y antes de entrar en el siglo XXI, los Juma se contaban con los dedos de las manos. Entre ellos, estaba Aruká.

“En aquellos años fuera de su territorio, Aruká estuvo muy deprimido, tenía una enorme añoranza de su territorio”, según el investigador Pejjion. Era finales de los noventa, cuando los últimos Juma, fueron trasladados contra su voluntad a los dominios de los uru-eu-wau-wau.

Abandonar su hábitat “causó un impacto muy grande en la vida de todos los Juma”, por lo que la pareja indígena de mayor edad, falleció poco después del traslado. Sin dejarse vencer, Aruká regresa a las tierras que poblaron sus ancestros durante muchos siglos.

Los Juma son un pueblo de filiación lingüística Tupí-Guaraní, remanentes Kagwahiva, como los: Jiahui, Tenharim (del río Marmelos, del igarapé Preto y del Sepoti), Parintintin, Mondawa, Karipuna y Juma, Uru-eu-wau-wau, además de algunos grupos que viven en aislamiento.

Los pueblos Kagwahiva -incluye a los Juma- se caracterizan por un complejo sistema de mitades exogámicas que reciben el nombre de dos pájaros: mutum y taravé. El sistema de mitades, presente en varias sociedades indígenas, se caracteriza por ser una fórmula global de sociabilidad.

En el caso Juma, todo individuo pertenece a la mitad del padre. Sólo se pueden casar con alguien que sea de la mitad opuesta. Esto hace que la sociedad se divida al medio, por lo que se generan dos grandes grupos que se casan unos con otros.

Es posible el casamiento en la misma mitad, solamente cuando el hombre y la mujer viven distantes entre sí. Como si la distancia geográfica provocara una distancia genealógica, transformando el casamiento prohibido en una unión posible.

Un amóe

La pandemia y contingencia sanitaria han hecho más visibles la desigualdad y el racismo contra las poblaciones originarias.

Fiel a su promesa, el presidente de Brasil Jair Bolsonaro, no ha dado protección legal a un solo centímetro más de tierra indígena en los años que lleva en la Presidencia. No pasa nada con los expedientes en trámite. Están paralizados, mientras disminuyen los inspectores en Amazonia. Tampoco funcionan los órganos que velan por la protección del medio ambiente y de los indígenas, quienes lo resguardan desde hace incontables generaciones.

La pandemia no creó las desigualdades, las exacerbó y reveló las divisiones existentes entre los grupos sociales. En muchos lugares, las poblaciones indígenas se encuentran entre las más marginales y precarias. Pat Turner, Director Ejecutivo de la Organización de Salud del Consejo Nacional de la Comunidad Aborigen Australiana, advertía claramente esta difícil realidad: “No puedo ser más directo. Si el COVID-19 entra en nuestras comunidades, estamos perdidos”.

Sin embargo, frente a estas dificultades, todos tenemos mucho que aprender de los pueblos indígenas y su experiencia en el manejo de epidemias. Para la comunidad de pueblos indígenas, más de 800 en toda América Latina y el Caribe, los pueblos originarios constituyen un 8,5 por ciento de la población nacida y criada allí, la mayoría de los cuales, han quedado más abandonados a su suerte.

¿Con qué cuentan para su protección y atención de salud? “Las personas que murieron, fue porque los atendieron tarde o no muy bien en los hospitales. Ellos no alcanzaron a utilizar las plantas medicinales al principio. O no llegaron a escuchar y entender, de que esta enfermedad iba a ser tan maliciosa. Entonces hay que recurrir a la sabiduría de los abuelos, porque ellos sí saben de las enfermedades que son de la naturaleza”, agrega un Chaman, recabando al conocimiento ancestral de la etnia tikuna y única tabla de su salvación. Ellos están ubicados al sur de Colombia, 12 kilómetros de Leticia, junto al río Amazonas, esa vena que los conecta en el límite con Brasil y Perú.

Según censo de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) los pueblos indígenas en América Latina, alcanzaron hace diez años, unos 45 millones de personas, con una alta heterogeneidad entre los países. En México y el Perú, la población indígena es de casi 17 millones y 7 millones, respectivamente; en Costa Rica y el Paraguay, viven poco más de 100.000 personas indígenas en cada caso. En el Uruguay, casi 80.000.

Cuentan 826 pueblos indígenas en los países de la región, de los cuales una mayoría están en Brasil, 305 pueblos indígenas, Colombia (102), el Perú (85) y México (78); y en el otro, Costa Rica y Panamá, en cada uno de los cuales viven nueve pueblos indígenas, y luego El Salvador (3) y el Uruguay (2).

Un informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) –con datos de nueve países latinoamericanos- indica que los pueblos indígenas, significan el 30 por ciento de las personas que viven en la pobreza extrema. El promedio mundial de poblaciones originarias en esa situación, es de un 19 por ciento. Dentro de ello, las que paren y perpetúan la existencia, son el 7 por ciento de las mujeres indígenas, que viven con menos de 1,90 dólares diarios.

Los pueblos indígenas se han enfrentado solos a las epidemias. Para asegurarse de que su conocimiento sea útil, y no robado por las farmacéuticas, los Matsés han impreso su enciclopedia en su lengua nativa de igual nombre. Una tribu del Amazonas, entre Brasil y Perú, ha creado una compilación de 500 páginas de su medicina tradicional, recopilada por cinco chamanes, con la ayuda del grupo de conservación Acaté.

La metodología desarrollada por ambos grupos, es ejemplarizante para que otras culturas indígenas protejan sus conocimientos ancestrales, cuando poco a poco van muriendo los chamanes como Amoim Aruká, un amóe, reverenciado en título de respeto.

Cumpliendo con su deseo y tradición, fue enterrado con todos los atributos de guerrero, en el pueblo donde había construido la primera maloca -aldea- junto a su madre Mboreha. Varios líderes indígenas acudieron a rendir homenaje en el puente de Vila do Assuã, en la Transamazónica, al paso del cortejo fúnebre del último Juma, con el que se apaga la luz de su etnia en el continente americano.


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