Entre las balas y las bombas que había vivido hace unos años en Libia, esto es nuevo, no veo hombres armados, no se escuchan disparos, no hay carros con ametralladoras de alto calibre, pero sí el silencio y la soledad abrigan el miedo.
Una brisa cálida susurra vientos de guerra y los recuerdos llenan los ojos de imágenes, pasamos de la tranquilidad de Israel al llanto de una tierra que resiste y lucha por su libertad.
Eso sí, el silencio es igual, la energía que envuelve el terror es igual, los olores que llegan y abrazar los miedos son iguales... luego de pasar la frontera por Eres, pequeña población en Israel, nuestro bautizo es el estallido de una "gran" bomba, parece que el tiempo se detuviera todo se ve en cámara lenta.
Ahora entiendo la reacción de quien nos recogía, en una moto con una parrilla atrás para colocar las maletas…se agacha tapándose los oídos, nosotros el equipo no entendemos la reacción . Al segundo todo es claro
A nuestra derecha una gran explosión, el polvo que baña las inmensas partes de lo que parecía ser una casa, flotan en mil pedazos por el cielo azul, limpio, dispuesto, tranquilo para ser el colchón de la destrucción, pareciera que Dios extendiera la mano para recibir tanta maldad.
El corazón se acelera, llegamos transportados por aquella moto en medio de un camino trazado por rejas, estamos en zona de guerra. Con cámara en mano comienzo a retratar todo lo que veo, periodistas saliendo; una caravana de carros de la Cruz roja y a lo lejos un pequeño susurro de las bombas.
Mi cámara ceteada a color dispara sin miedo, llegamos al hotel y el cuerpo pide agua desde la azotea veo la playa, aquella que días atrás residía los cuerpos de cuatro niños bombardeados por el ejercito israelí “por error”. No puedo con la tristeza , las lágrimas bañan mis ojos y no veo nada mas a color, el blanco y negro es el color desteñido de la esperanza.
Durante días mi corazón como tambor recibía la descarga de las bombas, una noche de luna llena decidí ver a color.