http://www.telesurtv.net/pages/Especiales/Hiroshima_/Hiroshima/index.jsp Hiroshima y Nagasaki

Hiroshima y Nagasaki,

Misterios de la historia con Eduardo Rothe

Acompaña al periodista y filósofo Eduardo Rothe en la cobertura especial que preparó teleSUR para conmemorar los 70 años de los bombardeos atómicos perpetrados por EE.UU. contra Hiroshima y Nagasaki.

Reportajes

Hiroshima 70 años después, el resurgir de un pueblo milenario

Hiroshima y Nagasaki: El horror que nunca te contaron

teleSUR llega al Domo de la Bomba Atómica

Eduardo Rothe entrevista a la escritora de "Hiroshima, la noticia que nunca fue"

La historia de Sadako Sasaki, grullas por la paz

Nagasaki aún recuerda las consecuencias de bombardeo

Ruinas de la Cámara de Comercio, patrimonio del duelo y la tristeza

Más voces cuentan la historia de Hiroshima

Fukushima, la historia de las víctimas

Fukushima 4 años después de la tragedia nuclear

Barco de la Paz, embarcación en la que viajan los sobrevivientes del ataque nuclear en Hiroshima y Nagasaki para llevar un mensaje de paz al mundo

Galería

Crónicas de Eduardo Rothe

1.- La tristeza vive en Fukushima

Fukushima, Japón / 12 agosto 2015

Hiroshima y Nagasaki son el pasado, Fukushima la muerte presente, e invisible. Por todos lados se ven medidores de radiación oficiales, y los hay portátiles que la gente lleva junto al teléfono celular: en los edificios públicos las cifras suben cuando abren las puertas, en el exterior aumenta donde pega el viento que viene de la central, situada a más de 20 kilómetros; es altísima en la tierra del bosque. Circulamos rápido por carreteras bellísimas que nadie recorre, vemos jardines enmontaos cuando atravesamos aldeas fantasmas donde está prohibido andar a pie o detenerse. Vemos potreros con ganado magnífico que nadie comerá y cuyos dueños se niegan a sacrificar, como pide el gobierno, porque son lo único que queda de su vida pasada y los consideran parte de la familia. Los funcionarios llaman a esas reses “escombros vivos”

Poquísima gente y ningún niño, no hay ruido humano: apenas un silencio soleado dominado por canto de cigarras y graznido de cuervos. Nos cuentan que desaparecieron las culebras y las lechuzas, por lo que las ratas se han vuelto una plaga. Desde las colinas nos muestran donde estaban los pueblos que desaparecieron bajo el tsunami, hoy terrenos donde se depositan al aire libre millones de bolsas de tierra radioactiva, campos de muerte a los que nadie puede acercarse sin protección. ¿Quién podría desear vivir en este escenario de ciencia ficción, en esta tierra que vibra de maligna energía? Sin embargo, ya se anunció el retorno de miles de personas evacuadas en 2011, que aceptan los riesgos con tal de rehacer su vida y su comunidad; las madres, sin embargo, temen por su prole y piden garantías, especialmente en lo que se refiere al agua. Fukushima no es la única central nuclear de Japón, ni la única que ha sufrido un accidente.

Por eso en 2011 el gobierno ordenó desactivar y desmantelar la mayoría de las 54 plantas existentes. Pero ahora busca revertir la situación: ha reactivado una y planea reactivar otras. Como se derrumbó estrepitosamente el mito de las centrales nucleares seguras, tratan ahora de imponer la idea de una convivencia posible con la radiación, a pesar de miles de científicos que la consideran incompatible con la supervivencia de la especia humana. Después de la tragedia de Chernobil, con su saldo de casi un millón de muertes, Fukushima es otra lúgubre campanada de advertencia sobre el peligro de extinción de la especia humana por obra de imperativo económico. Aquí, como en todos lados, la coartada es dar empleo a la gente, así sea para recoger y embolsar lo que una vez fue la tierra donde nacieron, crecieron y amaron. En la tierra irradiada, la compañera de viaje es la tristeza.

2.- Los niños de Nagasaki adoptan a Guernica

Nagasaki, Japón / 09 agosto 2015

En la conmemoración de los 70 años del bombardeo atómico de esta ciudad mártir, llamó la atención el mural de 70 metros de largo “Plegaria por la Paz: La Guernica de los Niños” realizado por 400 escolares, que adorna la orilla del rio Shimonokawa en el sitio donde éste bordea el Parque del Epicentro de la explosión del 9 de agosto de 1945. El mural, realizado por alumnos de una escuela primaria y siete secundarias, algunos de ellos provenientes de países en conflicto, da una visión del pasado, presente y futuro de la Humanidad, y en la mitad se destaca una versión en colores del famoso cuadro de Pablo Picasso.

Así los niños de Nagasaki asocian la crueldad del bombardeo aéreo de la población civil, ya sea por la Fuerza Aérea de los Estados Unidos o la “Legión Cóndor” nazi al servicio del genocida Franco, sin que importe el número de víctimas, el año o el país donde un tal crimen de guerra se comete. Y efectivamente, las víctimas inocentes de la barbarie militar tienen un mismo rostro y un mismo dolor, ya sean del pueblo japonés o del sufrido pueblo vasco. Como lo expresara el desaparecido poeta venezolano Andrés Eloy Blanco en “Los Hijos Infinitos”, no se trata de estrategia o política sino de:

''… los millones de hijos con que las tierras lloran, con que las madres ríen, con que los mundos sueñan, los que Paul Fort quería con las manos unidas para que el mundo fuera la canción de una rueda, los que el Hombre de Estado, que tiene un lindo niño, quiere con Dios adentro y las tripas afuera, los que escaparon de Herodes para caer en Hiroshima entreabiertos los ojos, como los niños de la guerra, porque basta para que salga toda la luz de un niño una rendija china o una mirada japonesa''

3.- Hacia el sol poniente

Como los pilotos del bombardero Enola Gay el 6 de agosto de 1945, volamos de noche hacia Japón. Nuestra misión, junto al productor Juan Marichal, es cubrir, para Telesur, los 70 años del bombardeo atómico de Hiroshima y Nagasaki. Y las doce horas que se tarda en cruzar el Pacífico dan mucho tiempo para leer y pensar. No puedo despojarme de la profunda impresión que siempre me causó esa tragedia, ocurrida el año de mi nacimiento, pero necesito ponerla en contexto.

Después de la epidemia, la guerra es pesadilla de la historia, administrada por los militares, en la cual los amos del mundo se disputan la tierra, la riqueza, el poder y la gloria, aplicando violencia de muerte y destrucción. Las pirámides de cráneos de los mongoles, las 25 mil manos cortadas por César, los kilómetros de crucificados, las lagunas de sangre de los incas, el saqueo de África, el genocidio americano...la crueldad institucionalizada es tragedia y vergüenza de la humanidad. Paradójicamente, la aparición de los ejércitos regulares dejó a la población civil fuera del famoso "campo de batalla", como un botín que el vencedor luego convertía en esclava o pagadora de tributo. Al "campo de honor" o a la batalla naval iban hombres jóvenes, mientras a los ancianos, mujeres y niños les quedaba llorar los muertos y esperar su suerte.

El Siglo 20 trajo la guerra mecanizada y transformó los "campos de honor" en mataderos permanentes llamados "frentes", donde los muertos pasaron a ser millones, mientras los bloqueos producían hambre y epidemias. En la Primera Guerra Mundial las bajas civiles fueron 40% del total, pero en la Segunda subieron a 67%, porque la mecanización trajo a la aviación y el bombardeo de la población civil: el horror cayó del cielo sobre las ciudades. Inicialmente fue cosa de imperios y fascistas: biplanos ingleses castigando desde el aire a las tribus rebeldes de su imperio, los aviadores españoles arrojando gas mostaza sobre las aldeas del Rif y sus colegas italianos ametrallando impunemente a los etíopes; los japoneses en China y los alemanes en España bombardeando ciudades indefensas: Guernica, la ciudad del país vasco destruida por la Legión Cóndor, anunció al mundo lo que le esperaba.

La Segunda Guerra Mundial fue una Guernica en gran escala: los primeros años los Heinkel y Junker alemanes bombardeando Varsovia, Rotterdam, Coventry, Londres, y otras ciudades; después los aliados demoliendo e incendiando año tras años: Dresde, Hamburgo, Berlín, Tokio, Yokohama, Kobe, Osaka, Nagoya... Más de un centenar de grandes urbes fueron convertidas en inmensos crematorios para cumplir la doctrina de Sir Arthur Harris, jefe del comando de bombardeo británico: "El fin último del bombardeo de un área urbana es quebrar la moral de la población que la ocupa. Para lograrlo debemos lograr dos cosas: primero, hacer a la ciudad físicamente inhabitable y, segundo, hacer a su gente consciente del peligro personal constante. El fin inmediato es, por lo tanto, doble: producir destrucción y miedo a la muerte". O aplicando la doctrina estadounidense, más simple y práctica, de exterminar a la mano de obra del enemigo, como cuando Curtiss Le May y Robert McNamara, la noche del 9 de marzo de 1945 enviaron 334 cuatrimotores B-29 que lanzaron 1.700 toneladas de napalm sobre barrios obreros de Tokio, desatando un incendio que alcanzó los 1.000° centígrados en su centro, carbonizó 41 kilómetros cuadrados de la zona más poblada del planeta, mató a 100.000, hirió a 40.000 y dejó a 1.500.000 sin hogar.

En medio de estos espeluznantes autos de fe masivos, las estadísticas de Hiroshima y Nagasaki compiten en desventaja. Lo que impactó al mundo en estas dos ciudades fue la destrucción instantánea lograda por una sola bomba, el estreno de un poder hasta entonces inexistente y desconocido, el comienzo de "la era atómica" y la capacidad militar de aniquilar a la raza humana. Pero de eso hace mucho tiempo, toda una vida, mi vida septuagenaria. Amanecerá y aterrizaremos en Tokio, desde donde Marichal y yo cruzaremos el país hasta Hiroshima y Nagasaki, en el sur, para asistir a la tristye conmemoración del 70 aniversario del martirio de las dos ciudades, interrogar a sus ruinas, hablar con los supervivientes -los hibakusha- y tratar de entender y transmitir el alcance del fogonazo que cambió la historia, la historia de todos, para siempre.

4.- Nace una estrella

Es una clara mañana con pájaros y grillos, y estoy sentado en un muro de piedra a la orilla del apacible rio de Hiroshima, rodeado del apagado murmullo de una ciudad de provincia: consulto la guía turística y levanto la mirada hacia el sitio exacto donde, a 600 metros de altura, a las 8:15 del 6 de agosto de 1945, nació una estrella, la más pequeña que jamás existió y sólo existió durante un segundo: comenzó por un pedazo de materia del tamaño de un balón que, liberada la energía que unía a su átomos, se volvió un pequeño sol que fue creciendo hasta los 350 metros de ancho, con 10.000° centígrados en el centro y 6.000° en la periferia.

A las 8:16 en punto ocurrieron muchas cosas: el aire, calentado por una emisión masiva de rayos X, explotó, y su onda expansiva golpeó el suelo con una fuerza de 48 toneladas por metro cuadrado; el fogonazo de la estrella derritió las tejas y el granito, blanqueó aceras y edificios, donde sólo quedaron las sombras de arboles, animales y personas volatilizadas. Un redondel de kilómetro y medio de ciudad debajo del punto de nacimiento de la estrella, se incineró: sus cenizas y polvo ardientes subieron al cielo como un hongo monstruoso, hoy tan familiar en nuestro imaginario. Sólo quedaron en pie los esqueletos de algunos edificios antisísmicos.

La pequeña estrella murió al nacer, y con ella, instantáneamente, 70 mil personas. Otras 70 mil quedaron quemadas y heridas, irreconocibles agonizantes que se retorcían de dolor a quienes llamaron "lagartijas sin ojos"; hombres, ancianos, mujeres y niños que envidiaban la suerte de los muertos. Cientos de miles, aparentemente ilesos, quedaron enfermos por la radiactividad, víctimas de la primera epidemia de cáncer en la historia. Ayer un anciano sobreviviente, un 'Hibakusha' nos mostró su informe médico: tenía ocho tipos diferentes de cáncer. A las 8:15 pasaron muchas cosas, a cada cual más terrible, todas en menos de minuto. Sólo permaneció el fuego, un rugiente incendio de más de 3 kilómetros de ancho que se alimentaba con los escombros de la ciudad y el gas doméstico que escapaba de las tuberías rotas. Los pocos bomberos que quedaron no podían avanzar en medio de las ruinas, los hidrantes estaban secos. En un lecho de llamas el cadáver de Hiroshima era cremado.

El nacimiento de una estrella es terrible, las fuerzas involucradas son las primarias del Universo. Anoche una joven pacifista estadounidense, con los ojos brillantes por el sake, me decía que creía, aunque fuera políticamente incorrecto, que la estrella había nacido furiosa porque la llamaron "Muchachito" Little Boy y la de Nagasaki se había desviado del centro de la ciudad, en protesta porque la llamaron "Hombre Gordo" Fat Man. A mí el sake me puso a pensar que ese día de agosto, en el otro lado del mundo, yo era un bebe abrigado por ternura de madre en una América Latina lejos de la guerra y libre de la amenaza atómica.

En el Museo Memorial de Hiroshima dejan pasar la mano sobre vigas de acero medio fundidas y retorcidas, sobre tejas de arcilla ampolladas por el relámpago atómico. Vi los objetos de uso diario y el famoso triciclo calcinados. Fotografías por todos conocidas, quenos son familiares, que aquí tienen otro significado porque son fotos de familia; y otras antes nunca vistas y terribles. Una maqueta de la ciudad sobre la cual cuelga una bola roja muestra dónde explotó la bomba. Triste recorrido por la memoria de una hecatombe. Las lágrimas se asoman a los ojos cuando vemos tantas familias, tanta juventud, tantos destinos destruidos en un infierno artificial.

Al pensar en los responsables, nos invade una furia, que sería furia homicida si ya no hubiera aquí tanta muerte: no se trata de saber si el bombardeo atómico de Japón era necesario o no, que no lo era. Ni de sopesar la culpa de Truman e Hirohito, que apenas son piezas en el teatro del Poder. Los responsables son los mismos en todos lados: los capitalistas que se disputan el planeta en busca de materias primas y mercado, a nombre de "la producción" que, a fin de cuentas y para ellos, es sólo producción de capital.

Siendo la política la economía en concentrada, en píldoras, los capitalistas financian a los partidos para que estos financien y armen a los militares, que buscarán colonias para su Imperio. Y todo en nombre del 'nacionalismo', por lo que hay que recordar a Chesterton:

''Ser nacionalista no es sólo querer a la propia nación sino aceptar que los demás tengan la suya. Ser imperialista, en cambio, es en nombre de la propia nación querer quitarle su nación a los otros''

La gran burguesía alemana necesitaba colonias y mercados que le negaban, por lo que decidió su Drang nach Osten empuje hacia el Este que le costó la vida a 20 millones de rusos. La gran burguesía japonesa necesitaba colonias y mercados y su empuje hacia el Este le costó la vida a 20 millones de chinos. Tanto Alemania como Japón perdieron la apuesta militar, e Hiroshima y Nagasaki sólo fueron el golpe final , el tiro de gracia, cobarde y canalla, a un vencido. Mañana asistiremos, a la ceremonia conmemorativa.