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(Foto: Reuters)

(Foto: Reuters) | Foto: Reuters

Publicado 29 agosto 2014



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Quiero rendirle un humilde homenaje a un periodista con mayúsculas, a un tipo joven, sensible, que día a día desgrana historias de vida en un sitio donde el monstruo sionista sólo supo derramar muerte. Me refiero a Vladimir Carrillo, colombiano para más señas, que viene cubriendo para teleSUR todas las vicisitudes que atraviesa el pueblo palestino de Gaza.

No me gusta escribir sobre los colegas, ni a favor ni en contra, salvo que crucen decididamente la frontera para un lado o para el otro y se conviertan en repugnantes cucarachas (hay numerosos ejemplos en ese sentido), o en ejemplo de conciencia y ética, como en su momento lo fueron Rodolfo Walsh, Paco Urondo, Roque Dalton, Haroldo Conti y tantos otros venerables. 

Los aborrecibles, los plumíferos sin Patria ni bandera, los alcahuetes de los poderosos, no son pocos y la mayoría están instalados en la comodidad y cobran suculentos salarios en los medios corporativos, aquí y en cualquier rincón perdido del planeta. Ni siquiera vale la pena nombrarlos, ya todos sabemos de qué se trata.

Sin embargo, esta vez sí, quiero rendirle un humilde homenaje a un periodista con mayúsculas, a un tipo joven, sensible, que día a día desgrana historias de vida en un sitio donde el monstruo sionista sólo supo derramar muerte. Me refiero a Vladimir Carrillo, colombiano para más señas, que viene cubriendo para teleSUR todas las vicisitudes que atraviesa el pueblo palestino de Gaza.

En pleno bombardeo, cuando los siniestros drones israelíes “marcaban” el objetivo y luego todo se convertía en escombros, Carrillo parecía salir desde las profundidades de los bloques de cemento destrozados y el polvo que lo hacía todo irrespirable, para en medio de la tragedia, resaltar lo que sentíamos todas y todos los que amamos a esa tantas veces mancillada tierra palestina, y decirnos que "el pueblo resiste", que en medio del dolor y la muerte, muchos palestinos y palestinas lo elegían a él como mensajero para contar sus penas y gritos de rebeldía.  Hablaban, lloraban, maldecían frente a la cámara de teleSUR, cara a cara con ese muchacho despeinado, sudoroso, empapado de rabia por lo que estaba presenciando. Un tipo como cualquiera que en algún momento se habrá dicho, quiero ser periodista y se tiró al ruedo con todo. Un entrañable colega, que como algunos de nosotros hicimos en circunstancias similares, en Palestina o en Iraq,  decidía no escribir o preparar sus notas desde el lobby de algún hotel de 4 o 5 estrellas, sino que se la jugaba rodilla en tierra junto a los más golpeados, verdaderas víctimas de este nuevo Holocausto. Honraba así la profesión siendo fiel transmisor de aquellos que desde la Resistencia tenaz al opresor habían decidido nombrarlo mensajero de la esperanza. Y Carrillo, seguramente juraba hacia sus adentros: “yo con esta gente voy hasta el fin del mundo”. 

Emocionado hasta las lágrimas por visualizar decenas de cadáveres de niños y niñas por jornada, Carrillo nos contaba puntillosamente cómo y cuánto, se jugaban la vida los médicos, las enfermeras, el personal de las ambulancias, para trasladar heridos, calmar el efecto de las quemaduras de las bombas de fósforo, o sencillamente dar ánimo a los que sufrían la pérdida de no uno sino hasta diez o 20 familiares.

Se dice pronto, casi en clima de aventura: soy corresponsal y me voy a un lugar de guerra. Pero lo que no se expresa tan fácil es el compromiso hasta el límite inimaginable con quienes están sufriendo ataques feroces como los que les tocó ver y sentir a Carrillo. Y este querido combatiente de la batalla periodística por la verdad (ya con eso le sobra para que lo nombremos revolucionario) nos cuenta sobre las escuelas y las mezquitas destruidas, hace hablar a varios testigos que lo han perdido todo menos su dignidad, y en todos ellos logra, otra vez, dejar claro que Palestina no se rinde, y que tarde o temprano, como finalmente ocurrió, “la victoria será nuestra”.

Tremendamente sensible este Vladimir Carrillo, al que no conozco personalmente, pero ya quiero como un hermano de sangre, por su forma de entender lo que es un ser humano en problemas extremos, por su bondad infinita al tomar a una niña huérfana de la mano y darle consuelo, que en esas circunstancias, es ofrecerle algo parecido a un poquitito de futuro.  

A la vez da gusto como nos relató la victoria, la alegría que lo embargaba a él mismo de poder contemplar a los insurgentes de Hamas y de todas las organizaciones de luchadores palestinos, unirse en un abrazo con sus paisanos que los vivaban y ponderaban por haber resistido todo este tiempo. Se le quebraba la voz a este enorme periodista, y por momentos parecía que iba a soltar el micrófono y se iba a sumar a la muchedumbre riendo y cantando himnos de triunfo, a pesar de los muertos, de la tragedia, de la destrucción.

Estuve en tres oportunidades en tierra palestina, y no me equivoco si digo que sentí lo que seguramente hoy siente Carrillo. Ese pueblo es indestructible, pero además cuesta olvidarse gratamente de sus gestos, sus abrazos, su afecto, su compromiso.
 
Gracias, Vladimir Carrillo, por haber logrado, a través de tus relatos, que muchísimos tan sensibles como tú hayamos revitalizado aún más la autoestima sobre lo que debe ser la profesión periodística. Sí, Vladimir, no sabes el granito de arena que has puesto con tus notas vistas por millones en las pantallas de teleSUR (cadena fundamental en esta partida de dar a conocer la realidad sin censuras cuando se abren frentes de guerra por parte del Imperio). Tu cobertura sirve a futuro para que cuando el imperio o el sionismo quieran convencer a los pueblos de que si se rebelan, la medicina será algo parecido a Gaza destruida por su bombas, venga a la memoria inmediatamente alguna de tus crónicas mostrando a jóvenes y viejos, mujeres y niñas, decirnos una y otra vez: "no pudieron, no podrán con nosotros. Aquí nacimos y aquí nos quedaremos".

(*) Director de Resumen Latinoamericano


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