Un nuevo intento de golpe de estado ha sido desbaratado en Venezuela. En esta ocasión, además de las violentas “guarimbas” en las calles, se planeaba arrastrar a sectores de la fuerza aérea a bombardear población civil. Sin duda, preocupante y un motivo para reflexionar.
Surge entonces la pregunta de fondo: ¿Por qué, si ya ha quedado demostrado que perfectamente la oposición venezolana puede ganar las próximas elecciones presidenciales (en las últimas estuvo a punto), la ultraderecha apuesta desesperadamente por la opción golpista?
La respuesta está en los objetivos de esta ultraderecha: instalar la política neoliberal que implica desmantelar las radicales políticas de garantía estatal a los derechos laborales y sociales de la población (a las que llama “populismo”), así como de soberanía e integración continental para volver a las de beneficio del poder fáctico norteamericano al que responde.
Esos objetivos simplemente no pueden lograrse con sólo ganar el gobierno, lo que es perfectamente posible en las elecciones presidenciales. El proceso revolucionario ha generado un “pueblo chavista”, masivo, consciente y organizado, que aunque pierda el gobierno en elecciones, resulta demasiado fuerte como para dejarse arrebatar esos derechos que ha conquistado.
Ese pueblo chavista mantendría su fuerza en la Asamblea Legislativa y en los poderes municipales, como quedó demostrado en las últimas elecciones locales donde ganó con clara mayoría. Más preocupante aún para los golpistas, permanecería con fuerza en las Fuerzas Armadas, que difícilmente volverán a subordinarse a los planes norteamericanos y menos disparar alegremente a los reclamos de su propio pueblo, como hacían antes de la revolución.
Frente a ese ejemplo, la ultraderecha piensa, nostálgica y ansiosa, en el ejemplo de Chile, Allende y Pinochet. Un golpe de estado violento, que rompa y desmonte la legalidad democrática y permita barrer con un baño de sangre ese pueblo chavista en el movimiento social y las Fuerzas Armadas. Único escenario en que se podría implementar la política neoliberal que añoran y sueñan.
Algo que deberían reflexionar en serio, éticamente, quienes desde el progresismo se ven desorientados por la propaganda monopólica de los medios mundiales y creen ver una bandera democrática en la ultraderecha guarimbera de Venezuela. Si ésta se hace con el poder en Venezuela -Dios no lo permita-, ahí sí que verían, angustiados y arrepentidos, lo que es violación de derechos humanos.
Pero ya sería demasiado tarde.