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Para llegar al citado desenlace la trama debe transcurrir por diversos actos.

Para llegar al citado desenlace la trama debe transcurrir por diversos actos. | Foto: Archivo

Publicado 18 marzo 2016



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La puesta en escena. Un análisis socio-antropológico de la movilización oligárquica nos permite identificar dos ejes estructurantes de la puesta en escena del pasado domingo: por un lado, un patriotismo de corte reaccionario y, por otro lado, una falsa apariencia movimientista-ciudadana.

El pasado domingo 13 de marzo, poco después del mediodía la céntrica Avenida Paulista, de la ciudad de Sao Paulo, estaba abarrotada por miles de personas, la mayoría de ellas vestidas con la camiseta de la selección nacional de fútbol. Para algún turista despistado que pasara por allá la primera impresión podría ser la de una concentración festiva para animar al equipo nacional a pocos meses del inicio de los Juegos Olímpicos.

Sin embargo, las pancartas de todo tipo que se exhibían dejaban claro que el propósito de la reunión masiva era de orden político y que, en realidad, nos encontrábamos ante una movilización impulsada por la derecha del país, que había sacado a las calles a sus bases, instrumentalizando los colores de la selección nacional, para exigir el golpe parlamentario contra la Presidenta Rousseff.

En realidad, el objetivo de la marcha era múltiple. Por un lado, presionar al Congreso para que materialice el ‘impeachment’ (destitución parlamentaria), un golpe parlamentario de facto similar al que sufrió el ex presidente Fernando Lugo en Paraguay. Por otro lado, pedir el encarcelamiento del anterior mandatario, Luiz Inácio ‘Lula’ Da Silva, por supuesto caso de corrupción, justo en el momento en que éste se había manifestado dispuesto a presentarse a las presidenciales de 2018. Finalmente, desacreditar al PT como opción de gobierno, bajo el argumento de graves casos de corrupción. Los eslóganes principales de la manifestación así lo indicaban: ‘¡Fora (Fuera) Dilma!’, ‘¡Fora Lula!’, ‘¡Fora PT’!

La trama. La movilización hay que entenderla como un acto más de una obra dirigida por los poderes fácticos, en la que se articulan una parte importante de la élite empresarial (encabezada por la Federación de Industrias de Sao Paulo -Fiesp-), el latifundio mediático (con el gigante comunicacional O Globo a la cabeza), los partidos de la derecha tradicional, y sectores ultras de la judicatura y la policía. El pretendido desenlace de la obra y fin político supremo es el regreso al Poder Ejecutivo de los administradores históricos del Estado (partidos oligárquicos) tras 13 años de intervalo petista inevitable.

Para llegar al citado desenlace la trama debe transcurrir por diversos actos. Un acto álgido de la obra fue la reciente detención de Lula en el marco de un operativo policial absolutamente desproporcionado y espectacular (decenas de uniformados fuertemente armados) bajo una cobertura mediática muy agresiva. El objetivo expreso era la criminalización del ex presidente y fundamentalmente su neutralización como posible candidato, ya que todavía conserva un amplio apoyo ciudadano y tendría grandes posibilidades de ser reelegido.

El papel de sectores ultras de la Fiscalía (nuevos jóvenes fiscales derechistas) y de la Policía Federal (plagada de grupos ultra conservadores ansiosos de políticas de ‘mano dura’) fue clave para viabilizar el exagerado operativo. De hecho, la fiscalía ha solicitado la prisión preventiva de Lula, una petición jurídicamente desproporcionada pero políticamente muy impactante y funcional a la trama golpista en marcha. El respeto a la “independencia” judicial se ha convertido en un mantra de los medios oligárquicos en un ejercicio de demagogia político-mediática evidente.

La puesta en escena. Un análisis socio-antropológico de la movilización oligárquica nos permite identificar dos ejes estructurantes de la puesta en escena del pasado domingo: por un lado, un patriotismo de corte reaccionario y, por otro lado, una falsa apariencia movimientista-ciudadana.

Patriotismo reaccionario. La movilización se estructuró a partir de un eje político-emocional de inspiración supuestamente patriótica. La defensa de la patria frente a los corruptos, el orgullo de ser brasileños frente al cáncer bolivariano (extranjero) que acecha, la apelación a un imaginario inter-clasista simbolizado en el color amarillo de la selección, en contraposición a la supuesta lucha de clases que predica el PT. Uno de los eslóganes de la manifestación sintetiza esta idea: “Nossa bandeira jamais será vermelha” (nuestra bandera jamás será roja).

La liturgia patriótico-reaccionaria llegaba a su punto más emotivo con el canto del himno nacional, acción repetida de manera reiterada en diversas partes del recorrido, en todos los lugares donde había grandes escenarios. A nuestro lado, una señora rubia, blanca, de mediana edad, oprimiendo con su mano derecha el corazón y cantando extasiada el himno nacional fue la expresión más genuina de este espíritu.

¿Movimiento ciudadano? El otro eje vertebrador de la movilización fue la apariencia de encontrarnos ante un acto impulsado por un movimiento ciudadano diverso y ajeno a los partidos. El decorado y el espectáculo pretendían hacernos creer eso. Sin embargo, la realidad era bien distinta. La fuerte inversión en decenas de escenarios-plataformas gigantes desde las que los “movimientos” lanzaban sus proclamas contra la corrupción (ninguna referencia a deficiencias en salud, educación pública, etc.) indicaba que sólo grandes empresas podían sostener un gasto de esa magnitud.

El perfil mayoritario de las gentes movilizadas (estratos medios y medios-altos blancos) también evidenciaba la escasa diversidad sociológica del acto y la ausencia de capas populares y de población negra y mulata (mayoritaria eso sí, entre los y las vendedores ambulantes).

Los movimientos que fuimos cruzando por el camino eran una “diversa” mescolanza de ultra-liberales, conservadores y retardatarios. Los niños blancos de Açao Popular gritando desgañitados contra el PT eran la antítesis del color y el sabor de la favela. El predicador encaramado al púlpito-escenario alertaba del apocalipsis que se avecinaba: “van a acabar con todo, con la iglesia, con la familia, con todo”. El movimiento “Endireita” (endereza) Brasil no necesitaba discurso: su nombre lo decía todo. Los jovencitos de ‘Brasil Novo’, eran la expresión más sublime de la “nueva” política: una combinación virtuosa de ultraliberalismo anticomunista y frivolidad. Su cartel estrella rezaba: “Menos impostos, mais crescimento! Menos Marx, Mais Mises! El broche final lo pusieron miembros de la policía encaramados a una plataforma apelando a la construcción de más cárceles ante una multitud que los vitoreaba.

En la Avenida Paulista, sede hace casi un siglo de los principales bancos y empresas y símbolo de la oligarquía, el domingo 13 la derecha sacó musculo. No sedujo a las clases populares pero demostró una capacidad de movilización espectacular. Mientras tanto, el gobierno del PT, tras los recortes aplicados en los últimos tiempos, tiene a sectores importantes de la población desmovilizados y desilusionados. De cualquier manera, frente a esta trama golpista, las diversas organizaciones de izquierda han hecho un esfuerzo de articulación para responder en las calles el fin de semana. Hoy: viernes 18.


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