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La capacidad actual estudiantil complementada con un excelente manejo de las redes sociales, concreta por estos días nublados un movimiento de repudio al Estado con alcances nacionales e internacionalistas. (Foto: Iván P. Moreno)

La capacidad actual estudiantil complementada con un excelente manejo de las redes sociales, concreta por estos días nublados un movimiento de repudio al Estado con alcances nacionales e internacionalistas. (Foto: Iván P. Moreno)

Publicado 29 octubre 2014



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La clase social estudiantil concreta la reproducción, esa necesidad económico-política que Marx compartió con Kugelmann: cualquiera entiende que para vivir hay que producir, cuesta más entender que hay que reproducir.

El estudiantado, una nueva clase social titula el doctor Mario Rivera Ortiz al libro resultante de su tesis profesional sobre las organizaciones estudiantiles de Guadalajara de 1933 a 1991. Participante en la tendencia comunista que lo hizo dirigente de la Juventud Comunista Mexicana y miembro suplente del Comité Central del PCM a su arribo a la capital, el combativo médico celebró los 80 años de su fructífera vida graduándose de doctor en ciencias sociales en la UAM Xochimilco.

En 1952 y 53 sufrió prisión en Lecumberri acusado de disolución social, ese delito orientado por el Estado para deshacerse de opositores radicales organizados. Estudioso tenaz, apoya su tesis en autores actuales como Derrida, Cocco, Negri y Hardt y en la crítica documental gracias a su rico archivo personal.

El doctor Rivera afirma que Marx y Engels ignoran al estudiantado en sus análisis de lo ocurrido en Francia entre 1789 y 1871, esto es, de la Revolución Francesa a la Comuna de Paris. Más allá del obrerismo, se apropia de los conceptos de trabajo inmaterial y biopolítica planteado por Foucault, y del de multitud, claves para las reflexiones críticas de Toni Negri y Michael Hardt ante la necesidad de asumir que el proletariado ha quedado reducido a una potencia sin recursos organizativos debido a la cancelación de derechos históricos de los trabajadores.

La historia analizada en el libro de Rivera Ortiz descubre la continuidad entre el movimiento autonómico de 1918 en Córdoba, Argentina, el Congreso Continental de Estudiantes de 1921, el 68 y lo que ha seguido. Advierte una constante organizativa reticular y de encuentro con la multitud para darle sentido a las demandas eventuales y a su mero simbolismo instrumentado por los gobiernos con “formulas de la sociología volátil para inducir al estudiantado a fragmentarse en minigrupos despolitizados y efímeros con identidades inventadas a fin de distraerlos de sus necesidades biopolíticas”. De aquí los diálogos instrumentados por los gobiernos para fragmentar las demandas, ocultar la dialéctica con la economía política, impedir la democracia directa de las asambleas, corromper a los débiles y secuestrar, encarcelar y ejecutar pa’ que aprendan.

La capacidad actual estudiantil complementada con un excelente manejo de las redes sociales, concreta por estos días nublados un movimiento de repudio al Estado con alcances nacionales e internacionalistas, e incluyente de organizaciones de trabajadores del campo y la ciudad con demandas por la tierra-territorio-terruño y de lo que queda de los contratos colectivos. El clamor estudiantil concreta así la potencialidad de las clases explotadas en la lucha a muerte decretada por el Estado sometido al Imperio global.

Claras tiene el Doctor las maniobras de perversión, en especial de la Federación de Estudiantes de Guadalajara y de su dirigente histórico, Raúl Padilla, enlazado con el reformismo armado nicaragüense y salvadoreño y para hacer de la Feria del Libro de Guadalajara un acontecimiento continental con todo y honores al criminal israelí Shimon Peres, o el escándalo de Letras Libres contra Cuba interrumpido por intelectuales distinguidos y, claro, por estudiantes críticos, todo lo cual no figura en el libro porque ocurrió después de su publicación.

Sí rinde honores a los internacionalistas de la Federación de Estudiantes Socialistas incorporados a la defensa de la Republica Española, fusilados en el Ferrol por los franquistas. Carlos Gallo, Manuel Zavala y Ricardo Solórzano forman parte de la memoria histórica revolucionaria por recuperar y ahondar.

El trabajo estudiantil suele reducirse al inapropiado calificativo de inmaterial cuando es ardua y fatigosa la participación en asambleas donde se funda el ejercicio efectivo de la soberanía que conduce al repudio de las falsas representaciones parlamentarias y de los partidos políticos generosamente financiados por el Estado. El repudio a Cuauhtémoc Cárdenas al impedirle que trepara a la plataforma en la culminación de una gran marcha, los gritos de ¡fuera, fuera!, el aventarle basura a él y su comitiva, son señales de oposición al caudillismo de funcionarios que simulan disidencia con graves antecedentes de mediatización de movimientos para mantener viva la estatolatría. El Ingeniero, ahora a cargo de las relaciones internacionales del gobierno del D.F., renunció a defender a los votantes que lo hicieron ganar la Presidencia de la Republica en 1988. La autoridad política y moral de la multitud triunfa sobre el reformismo y procrea un sujeto histórico y social tendencialmente revolucionario dentro de los limites de la negatividad.

La clase social estudiantil concreta la reproducción, esa necesidad económico-política que Marx compartió con Kugelmann: cualquiera entiende que para vivir hay que producir, cuesta más entender que hay que reproducir. Por ello, las técnicas, las ciencias, la dimensión estética, las tradiciones, la relación tierra-territorio-terruño, toda la necesidad que la reforma educativa instrumentada por el Imperio para los Estados subordinados aplica en universidades y politécnicos.

La clase estudiantil reproduce la necesidad de un nuevo orden económico-político y logra el milagro de coordinar movilizaciones enormes en todo el país con la grata sorpresa de contingentes de mujeres muy jóvenes coreando consignas ahí donde parecía no ocurrir nada, como en Aguascalientes y Durango. Entre las afirmaciones respondidas con un ¡Sí señor!, hay citas de Marx y Engels, del Che, de los comandantes guerrilleros mexicanos. Ahora hay menos buen humor que en el #YoSoy132 porque es mucho el dolor, el horror y la indignación.

Cada vez hay más cartulinas solidarias de quienes dejan de ser sociedad civil para transformarse en sociedad política y asumir la lucha de clases desatada por el Estado. Se cumple así la observación del Manifiesto del Partido Comunista al reconocer que los obreros no tienen patria pero son la única clase con proyecto nacional. Ya lo dijo Chomsky recientemente: son suicidas las reformas de la dictadura peñista, porque, habría que precisar, procuran liquidar la soberanía nacional a sangre y fuego que para algo existen la Iniciativa Mérida, la ASEAN y el compromiso de sumarse a las misiones de paz del guerrerismo yanqui.

Una clase combativa despierta a quienes no están dispuestos a la docilidad de la reproducción del inexistente estado de derecho, televisual y corrupto. A la par de los contratos invasores, un sujeto histórico y social marcha contra ellos, se reproduce en las solidaridades internacionalistas, obliga a la ONU, a la Comunidad Europea, a Amnistía Internacional y a Greenpeace a pronunciarse contra los crímenes de Estado.

Bien material es el trabajo de la clase estudiantil que incorpora a trabajadores organizados del gobierno del D.F., de la CNTE, del SME para apuntar a la potencialidad aletargada de los obreros, a la necesaria defensa de los campesinos y el campo amenazada por una reforma constitucional en marcha. El planteamiento es de una reproducción histórica y social para una economía política anticapitalista y con democracia radical imposible en el Estado agónico.

Fuente: http://www.poresto.net/ver_nota.php?zona=yucatan&idSeccion=22&idTitulo=358549


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