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Durante la guerra hubo una clara división entre los motivos a menudo idealistas de soldados comunes y los de sus líderes políticos. (Foto: Archivo)

Durante la guerra hubo una clara división entre los motivos a menudo idealistas de soldados comunes y los de sus líderes políticos. (Foto: Archivo) | Foto: Archivo.

Publicado 1 octubre 2014



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Ya que la supuesta noción de benevolencia de Occidente es difícil de conciliar con la contrastante realidad del imperialismo Occidental, la Segunda Guerra Mundial es rutinariamente invocada en un esfuerzo para demostrar esa supuesta benevolencia.

 A casi setenta años de la derrota de la Alemania Nazi,  todavía hay mucha distancia política que recorrer para entender la forma de pensar de los vencedores aliados en 1945. En los meses recientes, políticos y periodistas, a los dos lados del Atlántico, han recurrido con frecuencia a la tan usada analogía Hitler para describir las acciones de Vladimir Putin en Ucrania. En marzo de este año, Hillary Clinton comparó la política de Putin en Ucrania con la absorción de Checoslovaquia por parte de la Alemania Nazi a finales de los 1930s. Mientras que a principios de septiembre, David Cameron resucito el espectro de Chamberlain en Munich para advertir del serio peligro de calmar a los rusos. Putin por su parte, repetidamente se ha referido a la historia de colaboración ucraniana con los nazis en contra de la Unión Soviética para calificar a sus adversarios en Ucrania con el mote de fascistas. Las razones para que los líderes aliados usen reflexivamente la analogía Hitler para justificar sus políticas actuales no son difíciles de entender.

Diferente de la Primera Guerra Mundial (la que a pesar de recientes esfuerzos revisionistas es amplia y exactamente vista como un baño de sangre instigada por los poderes imperiales en disputa) y de la brutal era de la Guerra Fría, la Segunda Guerra Mundial es casi en su totalidad vista como un ambiguo y noble esfuerzo. En la imaginación popular muy pocos simbolizan esa nobleza esencial mejor que el líder de la Gran Bretaña en tiempos de guerra, Winston Churchill. Por ejemplo, en una encuesta de la BBC del 2002, Churchill fue votado, por amplio margen, como la figura histórica más grande en la historia de Gran Bretaña. Churchill fue sin duda un orador impresionante y Bretaña fue afortunada que un líder con su carisma no estuviera, como muchos políticos de su clase, en favor de un apaciguamiento o inclusive una alianza con la Alemania Nazi. Sin embargo, los puntos de vista de Churchill con respecto al fascismo y sus razones para oponerse a los nazis no eran tan loables como uno pudiera deducir de las representaciones convencionales que de el tenemos. Un vehemente oponente del comunismo Soviético, Churchill miraba al fascismo como un bastión opuesto al socialismo y aprobaba la disolución de los movimientos de los trabajadores en Alemania e Italia. Tan compenetrado estaba con el fascismo italiano que a finales de la década de 1920 declaraba que si hubiera sido italiano, hubiera luchado al lado de Mussolini contra la izquierda italiana:

“No puedo dejar de sentirme encantado, como tantas otras personas, por el comportamiento sencillo y amable del Signor Mussolini así como por su calma y equilibrio a pesar de tantas cargas y peligros. En segundo lugar, cualquiera podía ver que él pensó nada más en el bien duradero, como él lo entendía, del pueblo italiano, no tenía ningún otro interés.  Si yo hubiera sido italiano, estoy seguro de que hubiera estado de todo corazón con usted, desde el principio hasta el fin en su lucha triunfal contra las pasiones y los apetitos bestiales del Leninismo”.

La ambivalencia occidental hacia el fascismo se revela aún más por la contemplación de la política de los aliados hacia los partisanos antifascistas en el final de la guerra.

Churchill fue también un partidario incondicional del imperio británico, el cual en el arranque de la Segunda Guerra Mundial continuó negándole los derechos democráticos y civiles a millones de súbditos imperiales. Lejos de mirar a la Segunda Guerra Mundial como una lucha por la democracia, Churchill explícitamente declaró que él no asumió el principal ministerio de Gran Bretaña para presidir el declive del imperio británico.

Durante la guerra hubo una clara división entre los motivos a menudo idealistas de soldados comunes y los de sus líderes políticos, quienes estaban motivados estrictamente por los dictámenes de la realpolitik. Para hombres como Churchill y Franklin D. Roosevelt el problema con la Alemania Nazi no fue su represión interna, sino más bien que se empeñase en una hegemonía global que por ende amenazaba sus propias esferas de control. Si Hitler hubiera estado contento manteniendo un imperio más limitado, además manteniendo la integración alemana con la economía mundial, es probable que sus políticas horríficas para con las minorías alemanas y la izquierda alemana habrían sido permitidas - tal como algunos Hitlers del tercer mundo (Pinochet en Chile, los generales argentinos y brasileños, Trujillo en la República Dominicana, la dictadura Duvalier en Haití, Suharto en Indonesia, Ríos Montt en Guatemala, entre otros) fueron apoyados por Occidente durante la Guerra Fría y subsiguientemente. Aunque, a diferencia de Hitler, él nunca fue una amenaza significativa para los Estados Unidos y sus aliados, la historia de las relaciones de Occidente con Saddam Hussein tiene cierto paralelo con las actitudes de las elites occidentales hacia el fascismo en los 1930s. Hussein, tal como Mussolini y Hitler, fue  consentido por Occidente mientras se restringió de cometer atrocidades contra los enemigos occidentales y aquellos cuyo destino les eran indiferentes a las potencias de Occidente. Durante la guerra de Irán - Iraq, la inteligencia americana proveyó a Irak con información sobre movimientos de las tropas iraníes, con la total certeza que esos datos les servirían para lanzar ataques químicos contra las mencionadas tropas. La atrocidad más notoria de Hussein – el ataque químico contra civiles kurdos en Halabja en 1988 no disuadió a Occidente de seguirlo apoyando. No fue sino hasta después que Hussein había demostrado su falta de fiabilidad, amenazando los intereses occidentales en el Medio Oriente en 1990, que Halabja fue utilizado extensivamente por los líderes y periodistas occidentales para condenar al régimen baazista.

La ambivalencia occidental hacia el fascismo se revela aún más por la contemplación de la política de los aliados hacia los partisanos antifascistas en el final de la guerra. En Francia e Italia el sistema conservador fue un entusiasta colaborador del fascismo doméstico – dejando la lucha contra el fascismo principalmente a los grupos socialistas y comunistas de base. Los partidarios izquierdistas no tuvieron intención de consentir la restauración del orden social de la preguerra y estaban decididos a  construir una sociedad más equitativa sobre las ruinas de lo viejo. Con una correcta percepción y viendo la amenaza planteada para el orden tradicional, Churchill instruyó a las fuerzas aliadas el tratar a las áreas liberadas por milicias antifascistas como territorio enemigo. En Italia, Grecia, y en otros lugares las fuerzas aliadas arrebataron el control de los partidarios de izquierda y regresaron a las viejas y desacreditadas élites conservadoras al poder. En el caso de Italia, después del consejo de Churchill, una dictadura bajo el mando del Marshall Bagdolio, fascista, y el Rey Italiano (un colaborador de Mussolini hasta que se dio cuenta que Italia perdería la guerra) fue establecida por los americanos. Tales acciones se produjeron con el apoyo tácito de Stalin, que tenía poco interés en el desarrollo de un modelo alternativo a la desviación autoritaria de pensamiento Marxista que la Unión Soviética representaba.

Al escribir estas líneas, los Estados Unidos y sus aliados, otra vez hacen llover bombas en Irak, con el  conocido pretexto humanitario...

Tal como el poder occidental restauró a las elites conservadoras en Europa, así también trataron de restablecer el colonialismo en esas partes del imperio europeo que habían sido anexadas por Japón. En la Indochina francesa, los británicos intervinieron para restaurar el colonialismo francés, una tarea más tarde acogida por los americanos que financiaron la guerra francesa en contra del Vietminh en los 1950s. Mi propio abuelo, quien pasó la guerra en la marina mercante holandesa, fue comprometido, después de la guerra, a llevar tropas hacia las Indias Orientales Holandesas, desplegadas por el gobierno holandés para detener la rebelión indonesia contra la dominación colonial holandesa. En Corea del Sur, que nunca había estado bajo control colonial europeo, los americanos despojaron del poder al Comité Izquierdista del Pueblo que tomó el poder en ciudades coreanas después del retiro de los japoneses. Luego dieron el control a la elite colaboracionista coreana, estableciendo por consiguiente un escenario ideal para décadas de dictadura represiva en la parte sur de la península coreana.

Mucha de la autoridad moral de los aliados deriva del hecho de haber estado en guerra contra la Alemania Nazi y que fueron beligerantes con los arquitectos de, quizá el crimen más horrible en la historia humana, el holocausto nazi. Sin embargo, hay razones para creer que la destrucción del Judaísmo europeo entró en el cálculo moral de los líderes de Occidente (sin mencionar a Stalin, quien infundió horrorosos programas antisemíticos). Gran Bretaña y los Estados Unidos bloquearon la inmigración judía a gran escala en el período de preguerra y luego rehusaron las apelaciones de líderes judíos para bombardear las vías férreas que llevaban a judíos a los campos de concentración y campamentos de la muerte. Szmul Zygielbojm, uno de los miembros judíos del concejo nacional del gobierno polaco en el exilio, se sintió tan afligido por la indiferencia occidental para con los judíos que sufrían en Europa, que se arrebató la vida en señal de protesta por la inacción aliada. Además, el haber estado comprometidos con las atrocidades más bárbaras no fue barrera para que los aliados faciliten empleo de posguerra a esos alemanes y japoneses que fueron considerados de valor instrumental.  Reinhard Gehlen, Klaus Barbie, y los arquitectos del programa biológico japonés de armas estaban en medio de esos criminales de guerra del eje, que de repente ya se encontraban en Occidente después de la guerra. Churchill, por su parte, al igual que muchos conservadores de la época, era un antisemita abierto y estaba totalmente de acuerdo con la representación nazi del bolchevismo como poco más que una conspiración judía. Si bien no se acerca a los nazis en su racismo virulento, también diagnostica un "problema judío " en Alemania. Como dijo en 1920:

"El papel desempeñado en la creación del Bolchevismo y el posicionamiento real de la Revolución Rusa por estos internacionales en su mayoría Judíos ateos ... es sin duda una muy grande; probablemente supera a todos los demás. Con la notable excepción de Lenin, la mayoría de las figuras principales son judíos. Además, la principal inspiración y fuerza motivadora proviene de líderes judíos... La misma prominencia del mal que lograron los judíos en Hungría y Alemania, especialmente Baviera. Aunque en todos estos países hay muchos no Judíos tan malos como el peor de los revolucionarios judíos, el papel de estos últimos en proporción a su número en la población es asombrosa"
 *  *
Al escribir estas líneas, los Estados Unidos y sus aliados, otra vez hacen llover bombas en Irak, con el  conocido pretexto humanitario. El apoyo público a las intervenciones occidentales en el Medio Oriente  y en cualquier sitio, depende muy fuertemente de la creencia que los estados democráticos occidentales son fundamentalmente actores benignos en los asuntos mundiales. Ya que esa suposición es difícil de conciliar con la fea realidad del imperialismo de Occidente, la segunda guerra mundial es rutinariamente invocada en un esfuerzo por demostrar esa supuesta benevolencia. Ciertamente es difícil pensar en un conflicto después de la guerra fría en el que hayan estado involucrados los Estados Unidos y sus aliados en los cuales las comparaciones nazis no hayan salido a la luz, de Libia hasta la ex-  Yugoslavia, Irak y más allá. Si queremos restringir de alguna manera las intervenciones de poder rutinarias de Occidente en el mundo, haríamos bien en atenuar el poder de esta herramienta de propaganda concreta esforzándonos para que el público de estas sociedades imperiales tenga una visión más crítica de la Segunda Guerra Mundial.

Alex Doherty es un co - fundador de New Left Project  y graduado en el departamento de Estudios de Guerra del King College de Londres. Ha escrito para Z Magazine y Open Democracy, entre otras publicaciones. Lo puedes seguir ensu  twitter,  @alexdoherty7


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