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Clinton y Trump a la cabeza

Clinton y Trump a la cabeza | Foto: Reuters-AP

Publicado 8 marzo 2016



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La democracia estadounidense marcó el rumbo de muchas democracias occidentales pero, a pesar de ello, se sabe muy poco de su origen y funcionamiento.

La semana que pasó fue de suma importancia para las elecciones en EEUU; se llevaron a cabo las votaciones primarias y caucus en varios Estados, incluido Texas (que es uno de los que mayor cantidad de delegados alberga), se realizaron “El Super-martes” y “El Super-sábado”. Hasta ahora, Donald Trump es el candidato preferido por los Republicanos y Hillary Clinton la candidata por los Demócratas.

Mucho podemos decir sobre este proceso que comenzó en febrero y terminará a fin de año: sobre el discurso conservador (cercano al fascismo) de Trump[1], la posible escisión del partido Republicano o la sorpresa de hasta dónde ha llegado Sanders dando algunos dolores de cabeza a los asesores de Clinton (ganó en dos de tres Estados en el denominado Super-sábado y parece que todavía puede seguir dando algo de guerra). Sin embargo, hay algunas cuestiones estructurales sobre el sistema electoral estadounidense que deberían ser el punto de partida de cualquier análisis.


La democracia estadounidense marcó el rumbo de muchas democracias occidentales pero, a pesar de ello, se sabe muy poco de su origen y funcionamiento. En esta ocasión basta con hacer referencia a que se trata de un sistema sumamente indirecto, que tiende a ir en detrimento de la representatividad de las mayorías y se caracteriza por mecanismos bastante complejos[2]. Nos preguntamos si el común de los estadounidenses realmente comprende el sistema, o es que ya se sabe que son “otros” los que deciden (los delegados) y entonces se conforman con seguir las elecciones por televisión o a través de las redes sociales.

El mismo Robert Dahl, uno de los mayores exponentes de la democracia liberal (en su versión pluralista), llegó a preguntarse “cuán democrática es la Constitución estadounidense”. Entre sus reflexiones destacaba que el Colegio Electoral es una manera de evitar que el presidente sea elegido por una mayoría popular ¿Por qué? Al momento de firmarse la Carta Magna (finales del siglo XVIII), en el contexto de una evidente división entre aquellos que eran propietarios y los que no, se temía extender el sufragio a todos porque la mayoría podía amenazar los derechos de propiedad[3]. Otra estadounidense, Ellen Meiksins Wood, asegura que para los Federalistas que construyeron la democracia estadounidense “la representación no era un modo de establecer, sino de evitar, o al menos evitar parcialmente, la democracia”[4]. Los que deciden son los propietarios, y los propietarios más ricos.

Esto no es un detalle de cara al negocio de las elecciones en EEUU. Entre los 24 candidatos a presidente (que comenzaron campaña y luego se fueron retirando), las campañas y los grupos aliados recolectaron por lo menos 929 millones de dólares y gastaron al menos 172 millones para apoyar a sus candidatos. Los Demócratas reunieron las siguientes sumas: Hillary 130 millones de dólares; Bernie Sanders 96.3 millones de dólares. Los Republicanos: Ted Cruz 102 millones de dólares; Marco Rubio 86.6 millones de dólares; Donald Trump 27.3 millones de dólares.

¿Quiénes fueron los donantes? No es un secreto que a Hillary la apoya buena parte del establishment de Wall Street y los “ricos del Silicon Valley”, como Bill Gates, con quien mantiene una estrecha relación a través de proyectos en conjunto entre la Fundación Clinton y la Fundación de Bill & Melinda Gates. Sanders, en cambio, recibió la mayor cantidad de apoyo de parte de donantes que aportaron 200 dólares o menos, y la contribución promedio ha sido de 27 dólares. Con respecto a los Republicanos, además de ser financiados por el establishment tradicional, contaron con los aportes de nuevos millonarios, tal como lo expuso hace unos meses el New York Times. Se trata de gente que vive una realidad muy diferente a la del estadounidense promedio (basta con ver sus propiedades y los lugares donde viven)[5].

La primera pregunta: ¿y si ese dinero se gastara en beneficio de la población (acceso universal a la salud, mejor educación, mejoras en la infraestructura, etc.)? La segunda: aquéllos que financian con sumas abultadas a un candidato, seguramente esperarán la “devolución del favor” en caso de que ese candidato llegue al gobierno. Un ejemplo son las grandes corporaciones. No se necesita que los CEOs participen en la esfera política formal para que incidan en la toma de decisión. Si son ellos quienes financian la campaña, es muy probable que logren imponer luego sus intereses, más allá de las promesas electorales. Por eso no es un dato menor la fuente de financiamiento de Sanders, comparada con la de Clinton, o la de Trump.

Lo anterior nos lleva al último punto. Tal vez haya más aspectos en común entre Clinton y Trump que entre Clinton y Sanders (ambos demócratas) ¿Por qué? Hace décadas que la izquierda o los grupos radicales no ocupan un espacio contundente en el partido demócrata. A esto se suma que en la toma de decisión, los gobiernos demócratas se han diferenciado poco de los Republicanos, sobre todo en aspectos de política exterior. Si George W. Bush lanzó la guerra contra el “terrorismo global” (incluyendo la intervención directa en Irak y Afganistan, legalización del espionaje sin límite, la tortura, etc.), Obama prosiguió la intervención en Afganistán, ha alimentado el conflicto en Siria, aprobó las leyes de espionaje y consolidó el Estado de Seguridad Nacional. A esto se suma que declaró por decreto a Venezuela como “Amenaza para la seguridad de EEUU” y su gestión de la “guerra contra el narcotráfico”, ha dado escasos resultados en términos de disminución del tráfico –y por el contrario ha conllevado a la militarización y paramilitarización, contribuyendo a la espiral de violencia desde Colombia hasta México-. Ante estos hechos, es difícil resaltar las diferencias entre Demócratas y Republicanos, al menos en política exterior, pues lo que se pone en evidencia es la persistencia de los intereses del complejo industrial-militar y de las corporaciones detrás de estas decisiones.

No es que la democracia de EEUU no sea representativa. En efecto, representa a las minorías privilegiadas, que se ocupan de crear día a día la fachada que hace pasar sus intereses por los del conjunto de la población estadounidense. Tanto en el discurso Demócrata (a excepción de Sanders) como en el Republicano, está muy bien implantada la idea de que si “ellos” se enriquecen, el sistema funcionará en beneficio de todos. La realidad muestra que no es así: la mala calidad del empleo y el escaso poder de negociación de los sindicatos, el difícil acceso a la salud y la educación, el crecimiento del complejo industrial-carcelario, el aumento de la violencia y el racismo son algunos indicios. Pero ¿quiénes definen qué es la realidad en el país que inventó las campañas presidenciales por TV?

Desde América Latina debemos al menos prestar atención a estos procesos, considerando que EEUU sigue siendo el Estado con mayor influencia en el sistema internacional (desde la OTAN hasta el FMI), y con capacidad de decidir qué es democracia y qué no lo es.

[1]              http://www.truth-out.org/news/item/35030-blowback-donald-trump-is-the-price-we-pay-for-the-war-on-terror

[2]              Sobre mecanismo elecciones EEUU: http://www.celag.org/elecciones-en-eeuu-votacion-indirecta-candidatos-resultados-de-febrero-y-sumas-millonarias-por-silvina-romano-y-gisela-brito/

[3]              Dahl, Robert (2003) ¿Es democrática la constitución de los Estados Unidos? Buenos Aires: FCE.

[4]              Meiksins Wood, Ellen (2000) Democracia contra capitalismo: la renovación del materialismo histórico. México, Siglo XXI, p. 252.

[5]              http://www.nytimes.com/interactive/2015/10/11/us/politics/2016-presidential-election-super-pac-donors.html?hp&action=click&pgtype=Homepage&module=a-lede-package-region®ion=top-news&WT.nav=top-news


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