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Un oficial de policía de élite arresta a un presunto miembro de la pandilla Mara Salvatrucha en San Juan Opico, La Libertad, El Salvador.

Un oficial de policía de élite arresta a un presunto miembro de la pandilla Mara Salvatrucha en San Juan Opico, La Libertad, El Salvador. | Foto: Archivo

Publicado 31 agosto 2015



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Si bien los movimientos de protesta están ganando fuerza en sus vecinos de la región, El Salvador sigue descendiendo en la crisis social.

A finales de julio, la vida en El Salvador se detuvo bruscamente.

Por varios días, al final del mes, una ‘huelga’ de autobuses convocada por las pandillas del país (o maras) efectivamente cerró el sistema de transporte de la nación. Un incontable número de personas se quedaron varadas. Las empresas y las escuelas tuvieron que cerrar. Los autobuses fueron incendiados, los conductores que ignoraron la huelga fueron asesinados, y la economía de El Salvador recibió un duro golpe. El miedo y la repulsión, ya acrecentada por los altos niveles de violencia, siguió creciendo.

El punto central de la huelga fue lo suficientemente claro. En menos de una semana las pandillas demostraron dramáticamente su capacidad de intimidar a todo un país en el cumplimiento de sus demandas. Más que eso, sin embargo, la huelga pone de relieve la capacidad de las pandillas para controlar no sólo a las personas, sino también al comercio. Por encima de todo, en un momento en que el país está siendo desgarrado por la violencia, y el público en general está cuestionando la capacidad del Estado para gobernar de forma eficaz, la huelga de autobuses reveló la impotencia y lentitud del Gobierno para responder a la crisis.

Mientras El Salvador se desliza más en un estado de emergencia, las protestas contra el Gobierno han estado ganando impulso en las vecinas Guatemala y Honduras. Allí, las manifestaciones masivas contra la corrupción gubernamental y el mal gobierno han sacudido los cimientos del orden político. Las recientes detenciones y renuncias de funcionarios gubernamentales incluso han llevado a algunos observadores a sugerir que las protestas pueden representar el inicio de una "Primavera en América Central". Sea como fuere, la "Primavera de El Salvador" es casi seguro que no será la siguiente.

El que los salvadoreños no hayan salido a las calles a protestar dice mucho de la inseguridad percibida que experimentan frente al poder de las pandillas. Los altos niveles de violencia son claramente un obstáculo para la acción política. Mientras que los activistas han sido históricamente el blanco de asesinatos e intimidaciones en El Salvador, el asombroso deterioro de la seguridad pública ha hecho que incluso las actividades mundanas de la vida cotidiana - por no hablar de la organización de protestas – sea una tarea peligrosa.

También revela una sensación de desesperanza que ha superado a la población en general. Después de 20 años de fracasos en el gobierno de ARENA, partido conservador de línea dura, tras la guerra civil había la esperanza real de que el Frente de Liberación Nacional Farabundo Martí (FMLN) podría conducir al país en una nueva dirección cuando asumió la presidencia en 2009. Seis años más tarde, sin embargo, el estado de ánimo general parece ser de decepción y la comprensión de que los dos partidos políticos del país no pueden, o no quieren, salvaguardar a la sociedad salvadoreña.

Sin duda, el expediente del FMLN ha tenido altas y bajas. Hay mucho que decir, por un lado, sobre la afirmación del Gobierno que El Salvador ha experimentado un progreso social significativo desde que el FMLN llegó al poder. En particular en las áreas de educación y salud pública, la calidad de vida de los salvadoreños ha aumentado modestamente. La escolarización general ha mejorado y las tasas de alfabetización han subido. El acceso a la atención médica de calidad se ha expandido, y el Gobierno ha buscado como proporcionar atención médica a los ciudadanos más pobres y no asegurados en todo el país.

Al mismo tiempo, el Gobierno ha tropezado en otras cuestiones clave. La economía sigue siendo débil a pesar de los esfuerzos de revitalización. Las mujeres son constantemente objeto de asalto – tanto legal como físicamente -, mientras que la violencia contra personas homosexuales y transexuales es endémica. A pesar de sus credenciales de izquierda el FMLN se ha mostrado tímido para enfrentar a las élites capitalistas del país y hablando en términos generales, el partido no ha sabido dar respuesta a la creciente amenaza de las pandillas en América Central.

La desilusión popular con el FMLN se pudo notar en las elecciones generales de El Salvador del 2014. El representante del FMLN era ampliamente favorito para barrer a una oposición conservadora que cojeaba. Al cierre de las urnas, sin embargo, se hizo evidente que el candidato presidencial del FMLN, Salvador Sánchez Cerén, lograría una victoria muy apretada. Sánchez Cerén ganó con unos pocos miles de votos. Su estrecha victoria no ha sido sin consecuencias.

A pesar de las políticas progresistas en varios frentes, el régimen de Sánchez Cerén ha adoptado un enfoque sin concesiones a las pandillas. En marcado contraste con su predecesor, Mauricio Funes, también del FMLN. Sánchez Cerén ha tomado una posición que incómodamente se parece mucho a los años "fuertes" de la política de ARENA. El Gobierno ha dejado claro que se tratará de detener, encarcelar o matar a los miembros de las tres principales pandillas de El Salvador, y está usando toda la fuerza del poder militar del Estado en esa empresa.

La línea dura de Sánchez Cerén con las pandillas ha sido un desastre absoluto. Desde que una tregua entre las pandillas en el 2012 se vino abajo, las tasas de homicidio han subido a niveles terribles. Más de 3 mil personas han sido asesinadas este año. A mediados de agosto, alrededor de 40 personas fueron asesinadas por día, y las pandillas no han mostrado ninguna intención de detenerse. Es alarmante que la reciente huelga de autobuses - aunque no tan violenta - sugiera que el asesinato no es la única herramienta que tienen las pandillas para limitar de forma efectiva la capacidad de gobernabilidad del Estado.

Incluso mientras luchaba para responder a la huelga, el Gobierno insinuó que todo era parte de un esfuerzo más amplio de desestabilización conservadora para derrocar al régimen. En una declaración pública, el FMLN argumentó que El Salvador fue objeto de "una campaña agresiva de la derecha oligárquica, representada políticamente por el partido ARENA y disfrazado de grupos pequeños supuestamente de la sociedad civil, que quieren "socavar la labor de un gobierno que beneficia a la gente".

La sugerencia de complicidad entre ARENA y las pandillas es difícil de sostener bajo escrutinio. Por un lado, hay poca evidencia de cualquier relación directa entre las pandillas y algún partido político. Por otra parte, no tiene sentido. La huelga de autobuses ofreció a Sánchez Cerén una oportunidad de alto perfil para reafirmar públicamente su compromiso de vencer el poder de pandillas en el país, y no otra excusa para acrecentar la acción militar contra las pandillas.

Irónicamente, la política que ha sido su mayor fracaso - la lucha contra las maras - es también aquella en la que Sánchez Cerén goza de mayor apoyo. Las personas pueden estar divididas en sus afiliaciones políticas, pero se unifican en gran medida en su odio y miedo a las pandillas. La aplicación de la "mano dura" puede no funcionar - de hecho, puede empeorar las cosas – pero la aproximación militarizada de la ley y el orden sigue siendo políticamente popular con el público. Por esta razón, la oportunidad para llegar a un clima de paz puede ser imposible.

Las negociaciones con las maras, aunque desagradables, ofrecen a El Salvador la mayor esperanza de estabilidad. La tregua anterior, aunque no exenta de problemas, demostró que las soluciones políticas a la violencia social en El Salvador también están en los intereses de las pandillas, igual que debería ser para el gobierno. La tregua también permitió un alivio para una población asediada, que no es poca cosa. Las pandillas han dejado claro su deseo de hablar, y están utilizando la violencia para llevar al Gobierno a la mesa de negociaciones. Hasta el momento Sánchez Cerén ha rechazado sus propuestas.

Mientras tanto, el Gobierno aparentemente se ha comprometido a una guerra de desgaste con las pandillas. Pero como la huelga de autobuses lo demostró, no está preparado para ganar. Sin que ninguna de las partes exhiba una ventaja real, y con los dos bandos dispuestos a escalar el conflicto aún más, la violencia que asola El Salvador continuará ganando impulso. Las negociaciones ofrecen una salida. El camino que se sigue en ese momento únicamente garantiza el asesinato y la muerte.

En este momento, no hay un final a la vista.

**Michael Busch es editor senior de la revista Warscapes.


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