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Los niños aprenden la lengua mapoyo en las escuelas gracias a la iniciativa de las nuevas generaciones. (Foto: MPPC)

Los niños aprenden la lengua mapoyo en las escuelas gracias a la iniciativa de las nuevas generaciones. (Foto: MPPC)

Publicado 25 noviembre 2014



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Este 25 de noviembre la lengua del pueblo Mapoyo fue reconocida como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco). Este pueblo está formado por 400 integrantes y solo cuatro hablan el idioma en riesgo. Se encuentra ubicado en el municipio Cedeño del estado Bolívar, al sur de Venezuela.

En un principio estaban Maiguatá y Cabeza de Morocho. El primero era Dios, el segundo un brujo: el bien y el mal, que vivían en el cielo. Sobre la tierra, en el valle Guanay, Maiguatá estaba formando la vida: allí había creado tres lagunas para los peces. Y esa vida, esos peces, se los estaba robando Cabeza de Morocho, que cada noche, a las doce, bajaba junto a sus dos hijas y unas cestas.

Entonces Maiguatá mandó al mono, su sobrino, a averiguar. Luego al grillo, a la garza, al loro, al tigre, al venado, a la mosca: todos se quedaban dormidos antes de las doce, todos eran entonces gente -cada uno, luego de esa noche, obtuvo su forma de cantar. Hasta que el pájaro chenchena descubrió lo que sucedía, los vio bajar desde el cielo y dejar tras sus robos solo algunas escamas.

Así comenzó la creación del mundo, que Maritza Reyes cuenta con su nieta sentada sobre sus rodillas, mientras arregla una camisa con una antigua máquina de coser. Es mediodía en la comunidad El Palomo, que se dice Murucuni en idioma mapoyo.

A esa hora ha finalizado la mañana de clases, la construcción del caney donde funcionará un mercado-escuela está parada y en las casas huele a pescado de río cocinándose. De fondo se ve el cerro Caripito, una inmensa piedra oscura con brillos de agua cayendo y un bosque en lo alto. A sus pies se encuentran varios conucos con siembras de plátano y topocho, sin cercas que los separen, como en casi todo ese territorio ancestral de 230 mil hectáreas que se extiende desde el río Suapare hasta el río Parguaza.

Witi turu mopue wuaimuru: yo hablo el idioma mapoyo

A las 7H30 de la mañana los 120 niños, que van de preescolar a sexto grado, cantan el himno en mapoyo en la entrada de la escuela. Al finalizarlo ingresan a sus aulas saludando con palabras en su idioma, mientras la maestra hace lo mismo para indicarles que se sienten. Luego comienza a hablar en español, presentando el tema del día y la mañana transcurre entre los dos idiomas.

Esa escena, que se repite cada día de lunes a viernes, no existía hace 10 años: entonces los niños no aprendían mapoyo y los más viejos no lo enseñaban, ni en la escuela ni en las casas. La lengua se iba perdiendo y con ella una parte central de la identidad del pueblo indígena más pequeño de Venezuela –casi 400 en Murucuni, y la misma cantidad por el territorio nacional.

“El idioma y la cultura estaban dormidos pero el conocimiento está allí: tenemos que despertarlo”.

Fueron las nuevas generaciones quienes comenzaron a impulsar la recuperación, a querer entender y saber aquello que escuchaban en boca de sus abuelos, de sus padres. “El idioma y la cultura estaban dormidos pero el conocimiento está allí: tenemos que despertarlo”, afirma Carolina, quien tiene 30 años, y fue una de las que comenzó a impulsar el puente necesario entre generaciones.

La organización los llevó a indagar no solamente en el idioma, sino en la integralidad de su cultura. Entonces, con el apoyo de la Escuela Nacional de Culturas Populares, crearon la figura de los “maestros de saberes ancestrales”, uno por cada área: idioma, historia, tejidos y juegos, elaboración de curiare y canaletes, arquitectura, medicina, trabajo con loza, agricultura, elaboración de casabe y mañoco.

Así comenzaron a encontrarse: unos con deseo de aprender, y otros dispuestos a enseñar. Los niños comenzaron a decir palabras en su idioma –“todavía cuesta decir oraciones largas”, indica Carolina-, y eso generó una inquietud en sus padres, que decidieron involucrarse en el aprendizaje del mapoyo. Ahora cada viernes hay clases de idioma para adultos.

Mapoyo es libertad y resistencia

Al finalizar la batalla, el Libertador Simón Bolívar mandó a llamar a Paulino Sandoval, cacique general. Los mapoyos, al mando del capitán Alejo habían peleado y gracias a su ayuda pudieron contra los españoles. A llegar el cacique, el Libertador le preguntó qué deseaba su pueblo: tierras para vivir, fue la respuesta. Entonces le dio un papel con el título: desde el río Suapare hasta el río Parguaza, como le habían pedido. Y su espada, junto a la lanza de José Antonio Páez, prócer de la independencia de Venezuela.

Ese título se perdió en un incendio y Simón Bastidas, cacique actual –quien posee la espada y la lanza- y padre de Carolina, dedicó gran parte de sus esfuerzos para volver a conseguirlo. Así lo logró en marzo del 2013, el Estado les reconoció su territorio, de río a río. “Aquí nosotros somos libres”, afirma Simoncito, uno de sus hijos, señalando la ausencia de cercas, una de las normas de convivencia acordadas con los otros siete pueblos indígenas que actualmente viven en sus tierras.

Pero esa libertad convive con otra realidad, una transformación que ocurrió muy rápido en su propio territorio desde 1960, cuando se descubrió que en esos cerros había bauxita y que la cantidad permitiría explotarla durante 400 años.

Entonces en 1985 comenzó la extracción en manos de la empresa Bauxiven –hoy Bauxilum-, y a su lado se fundó un pueblo, Morichalito, y se construyó la carretera que pasa frente a la comunidad mapoyo. Hasta ese entonces solo tenían contacto con piaroas que se acercaban por río a hacer trueque, y con las familias venidas desde Coro, instaladas en Pijiguao, lindero de donde luego se instaló la empresa.

Los impactos treinta años más tarde están a la vista: ríos contaminados y un basurero a cielo abierto. “Están irrespetando los sitios sagrados que tenemos”, explica Simón. La basura se encuentra al pie del Cerro de las Piñas, uno de los tres lugares donde el pueblo mapoyo tiene a sus muertos; y la capitanía general, donde se encontraba Paulino, es hoy un lugar de almacenamiento de bauxita, inaccesible y contaminado.
 
Ante esta situación la comunidad ha pensado y propuesto varias soluciones a la empresa –hasta el momento desoídas– que realicen las obras necesarias para evitar el desborde hacia los ríos, reforesten donde se ha extraído el mineral, y se forme una cooperativa de reciclaje para la basura. En cuanto a recibir, hasta el momento poco o nada. Recién desde el 2002 los indígenas pudieron comenzar a trabajar en la empresa y de los mil 800 empleados cinco son mapoyos.

Patrimonio inmaterial de la humanidad, historia viva de Venezuela

Este 25 de noviembre Simón y Carolina se presentan ante la Unesco para ser reconocidos como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad y ser declarados como cultura de salvaguarda urgente.

Simoncito explica porqué decidieron dar ese paso: “La Unesco es un instrumento más para fortalecernos en pro de seguir reimpulsando la lengua, y somos nosotros, la nueva generación, junto con los abuelos que tienen los conocimientos, que vamos a inculcarles a los niños todos aquellos conocimientos que se han venido quedando atrás”.

El pueblo mapoyo, como todos los indígenas de América, es un pueblo de sobrevivientes: de la esclavitud, la guerra, los terratenientes, el desprecio, la contaminación, hasta a la afirmación de que habían desaparecido, que no quedaría uno solo de ellos. Hoy están reimpulsando su identidad, recobrando un orgullo que quiso ser quemado por una cultura que les dijo salvajes y les negó la razón –por eso han llamado históricamente a los no indígenas “los racionales”.

Por eso Maiguatá continúa allí, él que es el bien, que hizo el Orinoco para que su hijo Manatí pudiera vivir en él. Y también Cabeza de Morocho, el mal, que quiso matar a Maiguatá y creó los zancudos, jejenes y la sarna. Porque la memoria nunca se fue, se encontraba dormida y está despertando, para reconocerse y enseñar que siempre estuvieron allí, que son parte central de la historia y del país que queda por hacer.

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