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No solo los dulces son los que engordan, la contaminación también influye.

No solo los dulces son los que engordan, la contaminación también influye. | Foto: SPL

Publicado 12 diciembre 2015



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Algunos estudios científicos apoyan la teoría de que el aire engorda, aunque parezca fuera de lógica. 

La atmósfera podría influir en el peso de las personas. El humo de los tubos de escape y de los cigarrillos son los principales responsables, pues contienen partículas irritantes que desatan inflamaciones en el organismo y disminuyen la capacidad del cuerpo para quemar calorías. 

"Apenas estamos comenzando a entender que el aire que absorbemos y la contaminación que circula en el ambiente puede afectar a otros órganos además de los pulmones", dice Hong Chen, un investigador del Servicio De Salud Pública de Ontario y del Instituto de Ciencias Clínicas Evaluativas, en Canadá.

Es decir, el respirar profundamente y exhalar para limpiar el organismo, dependiendo del lugar y de la contaminación, podría contribuir a la gordura y al desarrollo de la diabetes, según especialistas. 

Según Chen, el efecto de inhalar aire contaminado a corto plazo es mínimo, pero al pasar el tiempo, puede ser suficiente para contribuir al desarrollo de enfermedades graves, además de afecciones respiratorias más comúnmente asociadas al smog.

Razones para preocuparse

Humo, grasa y diabetes

Las pruebas con ratones ofrecieron las primeras claves sobre el efecto de la contaminación en otros órganos, más allá de los pulmones.

El investigador, Qinghua Sun, quien ha criado a estos animales en la Universidad del Estado de Ohio (EE.UU.) ha estudiado por qué los habitantes de la ciudad enfrentan un mayor riesgo de sufrir enfermedades del corazón, que quienes viven en el campo.

¿Habrá otra razón, quizás flotando en el aire?

Para buscar indicios en esta dirección, Sun comenzó a criar ratones en las condiciones similares a los que habitan en diversas ciudades.

Algunos respiraron aire limpio y filtrado, mientras que otros estuvieron expuestos a tubos de escapes como en el tráfico de cualquier capital.

Durante todo el experimento el equipo de Sun registró el peso de los ratones y realizó diversas pruebas para estudiar cómo reaccionaba el metabolismo.

Después de 10 semanas, los ratones expuestos al aire contaminado mostraron un gran volumen de grasa corporal, tanto alrededor de la barriga como de los órganos internos (las células de grasas eran 20 por ciento más grandes). 

También este grupo parecía haberse hecho menos sensible a la insulina, la hormona que indica a las células convertir el azúcar en la sangre en energía, lo que constituía el primer paso hacia la diabetes.

Las partículas contaminantes que propician la gordura

Hay pequeñas partículas, de menos de 2,5 micrómetros de ancho, que serían las grandes responsables de estos cambios, y que también son las que producen esa bruma de la neblina al fumar o que se ve al salir de los tubos de escape. 

Cuando llevamos aire a nuestros pulmones, las partículas contaminantes irritan los receptáculos que permiten al oxígeno pasar hacia el flujo sanguíneo.

Como resultado de eso, la cubierta de los pulmones reacciona de más y acelera al sistema nervioso. 

Esto, a su vez, libera hormonas que, entre otras cosas, reduce la potencia de la insulina y aleja la sangre del tejido muscular sensible a la insulina, impidiendo que el cuerpo pueda controlar los niveles de azúcar en la sangre.

Estas partículas irritantes también pueden generar una inundación de moléculas inflamatorias llamadas"citocinas" para limpiar la sangre, una respuesta que por otra parte incita a células inmunes a invadir tejido sano en el cuerpo.

Con ello, no solo interfiere en la capacidad del tejido para reaccionar ante la insulina, sino que adicionalmente también interviene las hormonas y la parte del cerebro que gobierna el apetito, explica Michael Jerrett, de la Universidad de California, Berkeley.

Todas estas alteraciones desbalancean la energía del cuerpo, impulsando una constelación de desórdenes metabólicos, incluyendo diabetes y obesidad, así como problemas de hipertensión.

No solo los dulces engordan 

Pesticidas, fungicidas, plásticos y otros químicos son útiles en la cotidianidad pero, al mismo tiempo, engordan.

Así lo ha confirmado el Centro de Investigación Biomédica en Red-Fisiopatología de la Obesidad y la Nutrición, de España,  que ampara la tesis de que determinados compuestos químicos poseen una función obesógena.

A los culpables de esta situación se los conoce como disruptores endocrinos, un grupo de tóxicos que provocan que el cuerpo acumule grasa y no músculo. 


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