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Fotografía del 21 de enero de 2009 en la que se observa al líder cubano Fidel Castro (i) al ser tomado de la mano por la presidenta de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner (d), durante la visita oficial de la mandataria a La Habana (Cuba)

Fotografía del 21 de enero de 2009 en la que se observa al líder cubano Fidel Castro (i) al ser tomado de la mano por la presidenta de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner (d), durante la visita oficial de la mandataria a La Habana (Cuba) | Foto: Presidencia de Argentina

Publicado 27 noviembre 2016



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"Fidel partió. Pensé: se fue el último de los modernos", escribió la expresidenta argentina Cristina Fernández.

El 25 de mayo de 2003 lo conocí personalmente. Treinta años después de haber estado en la misma plaza festejando el fin de la dictadura y la asunción de Cámpora, hablaba mano a mano con Fidel Castro, la noche que mi compañero asumía como Presidente de la Nación.

Más tarde nos encontramos en la Cancillería, escuchamos juntos a Miguel Ángel Estrella, el concertista de los changos cañeros en Tucumán. Había terminado de ejecutar una de sus memorables interpretaciones. Otro país y muchos sueños.

Lo volví a ver en la Habana, en enero del 2009, casi dos años después de haber asumido mi primera presidencia, en mi también primera visita oficial a Cuba. La prensa canalla global decía que Fidel había muerto y que “el régimen” lo ocultaba. Le pedí a Raúl si podía verlo: me miró fijo y me dijo que no. Le insistí, no me acuerdo con qué argumentos, pero debieron ser convincentes porque al otro día me vino a buscar él, personalmente, en un auto y me llevaron a verlo.

No estaba en su casa. Me recibió en una pequeña sala de estar, de uno de los tantos establecimientos de salud con que cuenta la isla, junto a Dalia, su compañera, que no se despegó un instante de su lado. Me acuerdo que Obama había asumido en esos días como el primer presidente afro-americano de EE.UU. y un optimismo voluntarista (ahora puedo decodificarlo) nos invadía a muchos, no a todos. Debo reconocer que Néstor fue escéptico desde un primer momento.

Charlamos mucho con Fidel, se estaba reponiendo de un problema en su rodilla, si mal no recuerdo. Escuchaba atentamente mi entusiasmo y con mucha elegancia y mayor experiencia me dijo, palabras más palabras menos: “El gobierno de EE.UU. es un sistema, no un presidente”. Luego seguimos hablando de geopolítica y ciencia, una disciplina que siempre lo apasionó tanto como a mí.

Al final de la charla nos tomaron una foto que inmortalizó el encuentro, no por mí, claro, sino porque era la primera foto de Fidel en muchos meses, durante los cuales los conocidos de siempre lo dieron por muerto en letra de molde. Recuerdo que no pocos medios internacionales y por supuesto nacionales, faltaba más, dijeron que la foto era trucada, y que yo era parte de la “maniobra”. ¿Alguna vez pedirán disculpa por tanta mentira, tanto agravio y tanto cinismo? Debo confesar, igual que Fidel y Néstor con Obama, mi escepticismo.

Se sucedieron después de aquella primera vez, nuevos encuentros, por suerte nunca más en un centro de salud. Me recibía en su casa junto a Dalia. Alguna vez nos acompañó Florencia, mi hija. La última vez me invitó a almorzar junto a su familia: Dalia, los hijos, los nietos y hasta su bisnieta. Le gustaba explicar absolutamente todo: hasta lo que comíamos era motivo de un análisis minucioso y detallado. La lucidez, la información al día y la avidez para enterarse y conocer lo que aún le faltaba eran francamente asombrosas.

Sentí que habíamos logrado crear una relación casi familiar, de sobremesa. Nunca te hacía sentir que estabas hablando con una leyenda universal y viviente.

Hoy por la mañana, un celular inundado de mensajes me informaba que ayer, 25 de noviembre, Fidel partió. Pensé: se fue el último de los modernos, el último de los lideres globales anteriores a la caída del Muro de Berlín. De pronto me inundaron las voces y las imágenes de hombres y mujeres que marcaron la vida política de generaciones en nuestro país, en Latinoamérica y en el mundo. Ideas, programas, compromisos claros y precisos, que tenían su eje en la política como motor transformador, casi incunables en tiempos de posmodernidad y era líquida.

Fidel, el último moderno se fue un 25, para quedarse para siempre.


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