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31 agosto 2015
Pedagogía de la lucha y la memoria

José Martí – que, entre otras muchas cosas, fue docente- aseguraba, respecto de la vida en las aulas que  “La enseñanza, ¿quién no lo sabe? es ante todo una obra de infinito amor. Las reformas sólo son fecundas en el espíritu de los pueblos”  La experiencia del Centro Educativo Isauro Arancibia está desbordada de un amor tan poderoso como fértil, capaz de superar los más difíciles obstáculos y plantearse las más elevadas conquistas humanas, políticas, culturales y pedagógicas.

Se inició como un proyecto de alfabetización de adultos, y luego fue avanzando en los otros niveles educativos: primaria, inicial  y escuela de oficios.

Conocíamos la experiencia y por esa razón fue una de las instituciones recorridas en la Expedición Simón Rodríguez-Carlos Fuentealba-Stella Maldonado. Los sentipensamientos que atravesaron a los y las expedicionarias que llegaron a ese territorio de lucha por la dignidad y la justicia apenas puede reflejarse pálidamente con un texto. Las palabras que aquí ensayamos son la traducción de una emoción profunda y conmovida.

La historia del Isauro y su lucha, sus realizaciones, los obstáculos superados y los desafíos que se plantea la institución resultan de una excepcionalidad tal, que no hay modo de reflejar en una única columna los elementos más significativos de esta apuesta política y pedagógica llevada adelante en los contextos más adversos y que sin embargo, no cesa de  crecer y multiplicarse.

Si hemos de comenzar por el principio diremos que se trata de una propuesta de finalización de la educación primaria para muchachos y muchachas en situación de calle. Se abrió, además,  el nivel inicial para los hijos de quienes asisten a la institución escolar, y el proyecto se complementa con la enseñanza de oficios.

El nombre del Centro Educativo tampoco es una casualidad. Isauro Arancibia fue secretario general de la Agremiación Tucumana de Educadores Provinciales (ATEP) en el curso del fatídico año 1976. Reconocido por sus compromisos con una educación pública democrática y emancipadora, vivía y dormía en aquellos trágicos tiempos en la sede sindical. Allí fue sorprendido el 24 de marzo, la misma noche del golpe, y literalmente fusilado junto a su hermano Arturo, también docente y militante sindical. Para que no queden dudas de la catadura ética de los asesinos, tras el fusilamiento se robaron el único par de zapatos nuevos que tenía Isauro. Su ejemplo, su modo de vivir y de morir, lo convierten en uno de aquellos imprescindibles de los que habla Bertold Brecht: vivió y murió como un combatiente.

Es imprescindible referirnos a la creadora de ese Centro Educativo, Susana Reyes. Ella tiene una historia que – aunque brevemente- merece ser contada y constituye una parte sustantiva de esta construcción. Susana, militante juvenil en los años setenta, fue víctima del terrorismo de Estado. Ella y su compañero fueron secuestrados.

Susana es sobreviviente de esa experiencia y ha sido la impulsora de un proyecto educativo para la niñez más desprotegida de nuestra Ciudad de Buenos Aires. Aquellos muchachos y muchachas, a veces niños, que han sido privados de los más elementales derechos y viven en situación de calle. Creado a fines de los noventa, el Centro Educativo fue denominado Isauro Arancibia. Nada es casual.

Se inició como un proyecto de alfabetización de adultos, y luego fue avanzando en los otros niveles educativos: primaria, inicial  y escuela de oficios.

Estas notas emergen de una de las actividades realizadas por el Isauro en las que participó una de las rutas de la Expedición Pedagógica Simón Rodríguez- Carlos Fuentealba-Stella Maldonado. Recordemos que estas notas se proponen dar pistas de los hallazgos de esta movilización de maestros y maestras del continente, y que dan cuenta de realidades muy diferentes a las noticias que suelen cubrir la educación pública para estigmatizarla.

El día que la Expedición recorrió el Isauro fue el 28 de mayo de 2015, en el que se celebraban muchas cosas y otras se conmemoraban con dolor.

El primer motivo de memoria enlutaba al Isauro. En efecto, el 7 de febrero de este mismo año Roberto Autero, un joven de 16 años y educando del Isauro Arancibia, fue asesinado por la Policía Metropolitana. Esta institución represiva, creación del gobierno de Mauricio Macri, tuvo un acta de nacimiento ciertamente controvertida. Excede los límites de este trabajo argumentar sobre este cuerpo represivo pero concluiremos que la filosofía que la sostiene es la de disparar primero y preguntar más tarde. En nuestro país este modo de actuar recibe la denominación prístina de “gatillo fácil”.

Por contraste, y como noticia para celebrar, se logró revertir una amenaza de desalojo en 2014 por parte del gobierno macrista y,  como consecuencia de la lucha colectiva y con la solidaridad de organizaciones, colectivos e instituciones quedó sin efecto esa medida injusta.

El Isauro que es vivido por su comunidad como un verdadero hogar, muy especialmente en la consideración de aquellos niños, jóvenes y adolescentes que viven en la calle y participan de ese proyecto que es pedagógico, que es político y que es, también, civilizatorio y existencial para quienes fueron privados de sus más elementales derechos humanos.

En esta columna queremos dar la palabra especialmente a los protagonistas, recuperando sus intervenciones de aquél 28 de junio. Esas voces nos dicen mucho de la propuesta pedagógica del Isauro, que retomaremos en escritos posteriores. Pero el punto de partida no puede ser otro que el de la propia comunidad educativa, comenzando por sus estudiantes.

Aarón, como representante de los egresados, testimonió: “quiero compartir con ustedes lo que significa para nosotros ser egresados... para nosotros ser egresados es saber que se puede, es terminar una etapa buena y saber que empieza una mejor...esperamos mucho más de nosotros mismos... también aprendimos mucho a compartir con el otro, a entender, a escuchar, y de verdad nos sentimos muy orgullosos”.

Esos muchachos, que deben iniciar cada jornada en las más duras condiciones de existencia, reconocen en la institución un espacio que les da herramientas para ser mejores, y – tan importante como eso- la posibilidad de soñar un proyecto propio y colectivo.

Entre los objetivos político-pedagógicos de la institución uno de ellos es el de preservar la memoria del genocidio. Susana Reyes expresó, en distintas oportunidades, que los niños y jóvenes en situación de calle tenían, en más de un sentido, un hilo con los luchadores desaparecidos en los años setenta. Entonces como ahora quienes fueron (y siguen siendo) sometidos al escarnio de la tortura y la muerte estaban (y están) invisibilizados. Demasiadas conciencias adormiladas o atemorizadas (¿cómo soportar tanto horror?).

Esas víctimas, muchos de ellos tan jóvenes como los que hoy habitan las calles de Buenos Aires, eran (y siguen siendo) ignoradas mientras su sangre generosa era (y es) sacrificada en el altar el neoliberal-conservadurismo. Es preciso ahogar tanta vida para perpetrar un proyecto de injusticia y desigualdad. Es necesario ahora mismo mantener a raya a estos jóvenes y pobres, y la represión desembozada muestra la cara de un Estado brutal con los más débiles. Esa cara estatal es la de una Policía Metropolitana brava, no de una política capaz de efectivizar derechos. Antes y ahora, una política devastadora y profundamente injusta.

Ese hilo  entre la generación sacrificada y estos jóvenes se vislumbra en casos como el de Roberto Autero, quién pagó con su vida – en este caso- por portación de cara. Jóvenes y subversivos antes, jóvenes y pobres ahora,  siempre sospechados, juzgados y condenados a muerte sin ningún derecho a defensa. Esta ligazón se revela en una de las intervenciones de los muchachos: “Estamos aquí para homenajear a los treinta mil compañeros que lucharon porque no haya más pibes en situación de vulnerabilidad y porque todos tengamos los mismos derechos y una educación digna. Y a nuestro compañero y amigo Robertito Autero, que con tan solo 16 años le cortaron la vida, un gatillo fácil de la metropolitana. Queremos justicia por Robertito, y que todos los gatillos fácil estén entre rejas...¡Basta de bancos vacíos! Por eso los invitamos a que nos acompañen a plantar nuestro árbol en homenaje a los 30.000 desaparecidos y a Robertito Autero, y como símbolo de nuestra lucha”

Plantar un árbol, expresarse, sostener la memoria: esta era la respuesta colectiva de los más desheredados frente a la brutalidad de un sistema que los persigue y los margina. Como no pensar que esta conciencia y esta claridad ideológica, organizativa, política y pedagógica no es parte de la construcción pedagógica del Isauro Arancibia.

La mentada calidad educativa tiene así una fisonomía diferente a las proclamas y dispositivos tecnocráticos. Estamos ante una pedagogía y una institución que forma para la memoria, una propuesta que enseña a leer el mundo para transformarlo. Una escuela que educa hombres y mujeres libres, que se niegan a renunciar a la condición humana y se rebelan contra quienes defienden una  cultura neocolonial y segregacionista justificadora de la desigualdad radical.

Una de las consecuencias políticas y organizativas del trabajo pedagógico (que es, y no nos cansaremos de insistir), político, fue la creación de la organización Hermanos de Calle, que, en los términos que ellos la definen, se constituyeron en “defensa de sus derechos”. En ese sentido, “HERMANOS DE CALLE hace un año que estamos reconocidos como agrupación, estamos pidiendo igualdad y dignidad para todos, nosotros queremos un lugar para vivir. (...) Pedimos una vivienda digna para poder tener un lugar tranquilo donde podamos estar con nuestra familia y enseñarles a nuestros hijos...los Hermanos de Calle vamos a seguir luchando por la educación pública para todos los chicos y chicas de esta ciudad, para que todos ejerzan su derecho a soñar, a vivir una vida digna como imaginaron los treinta mil compañeros detenidos desaparecidos...el sueño que no se pierde, es el que no se abandona.”

La vida diaria de la escuela se rige por pautas diferentes, pues trabaja con una población con condiciones de vida, necesidades e intereses propios que ven violentados todos sus derechos. Su propuesta curricular se fue enriqueciendo con el paso de los años, incorporando la formación para el trabajo, la libre expresión artística, configurando una original pedagogía integral dentro de la cual – como vimos- la memoria, la defensa de los derechos y la organización no está ausente. Pero su explicitación será materia de otros escritos.

Como advierte una consigna publicada en la Revista Realidad sin Chamuyo: Una escuela que late, crece, sueña y en la lucha inventa caminos.” 


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Perfil del Bloguero
Graduado en ciencias de la educación. Imén es actual director de Idelcoop, Sec. de Investigaciones del CCC Floreal Gorini, docente e investigador de la Unjiversidad de Buenos Aires (UBA) y asesor de sindicatos docentes. También es autor de los libros: “La Escuela Pública Sitiada. Crítica de la Transformación Educativa”, “Pasado y presente del Trabajo de Enseñar".



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