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5 enero 2017
Los perros de la guerra (I)

Parte de mis memorias mas antiguas está asociada a los perros. Desde que tengo razón siempre ha habido perros en mi casa. El más antiguo es Lindberg, con el color de la tierra colorada de la finca de mis viejos. Luego llegó Gardel, un perro orejón e inquieto que desde el principio entendió que era Lindberg quien mandaba. Entre los dos le dieron una paliza al perro de Don Domingo, un viejo gitano de pelo azabache y dientes de oro que negociaba caballos con mi viejo. Yo tendría cuatro o cinco años y la primera vez que vi al perro de Don Domingo, Sultán, no salía del asombro de estar ante el perro más largo del mundo. Sin duda lo era.....ante mis ojos de niño.  A medida que fuí creciendo me fui dando cuenta que tenía el tamaño de un pastor alemán normal.

Los perros de la guerra (I)

Varios años después me hice guerrillero, me eché un fusil al hombro y me fui a combatir en las montañas. Cuando la columna tomaba un descanso en algún caserío jugaba con los perros de los campesinos. Muchas veces esos mismos perritos, flacos y desnutridos, iban a nuestros campamentos y se deleitaban con los huesos y restos de comida en el rancho.

Pero también hubo perros que se hicieron guerrilleros, como Camarada Perro. Fue despues de la toma de Andes el 7 de agosto de 1986. La Columna “Oscar William Calvo” del EPL atacó las posiciones del Ejército y la Policía Nacional acantonadas en el lugar, tomó la radioestación para divulgar una proclama y reunió a los pobladores en una acción de propaganda armada. Era el mismo día que tomaba posesión como presidente de Colombia Virgilio Barco. 

Ese día durante la retirada del poblado se reportó la novedad de que el loco del pueblo y un perro habían abordado uno de los camiones que transportaba un pelotón de la guerrilla. El loco aseguraba que él era el verdadero y legítimo presidente y que Barco era un impostor. Por tal razón solicitaba el apoyo de la columna rebelde para llegar a Bogotá y poderse posesionar. Los helicópteros del ejército ya habían comenzado a descargar tropas en los cerros cercanos y a instalar piezas de artillería. Al mismo tiempo varios convoyes enemigos se desplazaban hacia la zona provenientes de diferentes puntos. Si la columna nuestra se retrasaba mas tiempo en el lugar se iba a ver envuelta en serias dificultades para maniobrar. 

El comandante rebelde se rascó la cabeza preocupado y le dijo al loco:

Vea señor presidente, hagamos una cosa, Usted se va a quedar acá mas adelante junto a la escuelita de la vereda, ahí va a llegar un helicóptero que lo va a recoger y llevar a Bogotá para que tome posesión en el Palacio de Nariño.   

El loco aceptó y allí se quedó. El que si continuó con los guerrilleros fue el perro callejero. Era un perrito menudo y flaco que siempre andaba alegre y que estoicamente soportó los bombardeos y los combates de esos días luego de la toma de Andes. Su comportamiento en acción llevó a que uno de los comandantes propusiera que se le diera el ingreso formal como combatiente.

El nuevo recluta debía tener un nombre de combate y el mismo comandante lo bautizó Camarada Perro. En solemne acto le pusieron un pañuelo de guerrillero anudado al cuello, una gorra y le colgaron un cinturón con una pistola. El nuevo rebelde de cuatro patas siempre estaba acompañando los diferentes púestos de guardia y mantenía la disciplina y el buen humor entre la tropa.

Casi tres semanas después, cuando la columna pasó por una hacienda e hizo un alto para descansar y preparar comida, sucedió lo inesperado. En la hacienda había una perrita en celo y cuando fue tiempo de marchar Camarada Perro se negó a ir con la columna guerrillera. Perdidamente enamorado se insubordinó por lo cual fue declarado desertor y no faltó quien propusiera que fuera llevado a Consejo de Guerra. Sin embargo el mando fue indulgente y al peludo enamorado se le dió la baja formalmente de las filas rebeldes.


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Periodista, Politólogo e Historiador



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