Hasta aquí hemos llegado | Blog | teleSUR
26 enero 2016
Hasta aquí hemos llegado

«Has comido hormigas culonas… las comen en Colombia», va susurrando el depravado Arquímedes Puccio al oído de su desfachatada esposa Epifanía Calvo, al tiempo que le va apretando el trasero con sus dos manos. La escena sucede en la truculenta y triunfante miniserie argentina «Historia de un clan». Entre finales de la dictadura y principios de la democracia la familia Puccio secuestró y asesinó a prestantes y acaudalados miembros de la sociedad argentina. Los Puccio eran el colofón de una dictadura inmoral, corrupta y asesina.

Estamos frente a creadores con alma colombiana, pero alejados de cualquier sombra patriótica o nacionalista.

Colombia ha sido un tópico para el mundo de la literatura, la plástica, el cine y el periodismo: cocaína, narcotraficantes, sicarios y prepagos. Pero algo parece estar cambiando por estos tiempos en los que una nueva generación, mundana y sin complejos, va abriendo un hueco en el obsoleto país que continúa gobernado por «Los Liquidadores». No es gratuito que los libretistas de «Historia de un clan» se hubieran acordado de las hormigas colombianas cuando la tenían fácil con el tópico de los traseros recargados de silicona.

En esa misma línea está Ciro Guerra. Un cineasta nacido en la provincia -hace un poco más de 30 años- que situó la firma de Colombia en las grandes ligas del cine con el filme «El abrazo de la serpiente». El recurrente tema de la cocaína y sus inquietantes operadores no parecieran inspirar a Ciro Guerra y una buena camada de creadores nacionales que, tal como lo aconsejaba Tolstoi, saben describir su aldea a la manera universal.

Algo parecido viene sucediendo con los narradores y narradoras colombianas. Se han fijado en temas universales o intimistas que involucran historias de gente corriente cuyas vidas no están signadas por lo trascendental y no por eso dejan de ser válidas para el lector. Desde el universo colonial y las guerras religiosas que cuenta Pablo Montoya en Tríptico de la infamia (Premio Rómulo Gallegos 2015) hasta los entresijos del individuo solitario que no sabe qué hacer con su maldita existencia, tal como sucede con ciertos personajes que entran y salen de los opúsculos de Piedad Bonnet o Tomas González, entre otros.

Estamos frente a creadores con alma colombiana, pero alejados de cualquier sombra patriótica o nacionalista. Y es mejor así, porque el patriotismo es una mala maña de «Los Liquidadores» colombianos cuya finalidad es la de sostener una democracia de mínimos. El patriotismo colombiano sólo ha sido un pretexto para chillar, descalificar y matonear a los disidentes políticos o arrinconar a las expresiones contraculturales o underground.

Agrupaciones como «Sistema Solar», «Guacamayo Tropical» y otro tanto más, han recuperado la resonancia picotera y las míticas canciones vernáculas y las han mezclado con sonidos electrónicos. El resultado es una música que llena plazas al aire libre y salas de conciertos y pone a disfrutar y bailar a gente de todos los mundos. Son colombianos que triunfan de otra manera en ciudades como París, Madrid, Barcelona o en el Festival Paléo de Nyon, Suiza. Se trata de una generación in crescendo que nada tiene que ver con ese país estrecho y descerebrado que «Los Liquidadores» han vendido como «Patria».

Es el nuevo país en oposición al obsoleto país que ni siquiera ha pensado en maquillarse o rociarse un poco de perfume para camuflar las úlceras que lleva a flor de piel y huelen mal. Es una actitud política. Todo es político. Así lo hace saber a sus compinches el jefe del clan Puccio: «Todo es política, tirarte un pedo dentro de un colectivo lleno de pasajeros es política, no tirártelo en consideración al resto de pasajeros, también es política». Va llegando la otra política.

Yezid Arteta Dávila, es abogado y sociólogo colombiano. 


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Perfil del Bloguero
Escritor y analista, diplomado en resolución de conflictos y cultura de paz.



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