No es posible hacer comparación alguna entre la inmensa fuerza militar de Israel y los escasos y rudimentarios medios de defensa palestinos. Y sin embargo, el ejército israelita, derrotado, ha tenido que pactar la paz con la resistencia palestina.
Son varios los factores que pueden explicar este nuevo fracaso de Israel en sus añejos intentos de expulsar de su patria ancestral a la población de Palestina, con el fin de apropiarse, ya sin habitantes, de esas tierras.
Sin duda el primero y más importante de esos factores ha sido y es la resistencia del pueblo palestino a la dominación colonial judía. Luego de 50 interminables días de bombardeos aéreos sobre población e instalaciones civiles, como viviendas, escuelas, templos y hospitales, la cúpula sionista comprendió que la victoria era imposible.
Como lo prueban los casos de otras naciones que durante años, décadas o siglos se han enfrentado a ejércitos colonizadores, la derrota del invasor puede tardar, pero finalmente el proceso se salda con la retirada del agresor.
La propia actuación de Israel en Palestina es evidencia plena de esta constante histórica. Tel Aviv y su amo en Washington llevan decenios intentando sin éxito expulsar a los palestinos de sus tierras milenarias.
España resistió durante ochos siglos los intentos de dominación de los sarracenos. Vietnam no pudo ser recolonizado por Estados Unidos. La Unión Soviética resistió durante cuatro años la embestida militar nazi para terminar derrotándola en toda la línea. México y otros países latinoamericanos pudieron sacudirse, luego de tres siglos de sojuzgamiento y esclavitud, la dominación colonial española. Buenos ejemplos históricos de lo que el prócer cubano José Martí llamaba la “guerra necesaria”. Frente a estos hechos irrebatibles ¿cómo pudo la cúpula sionista creer que podría derrotar a la heroica resistencia del pueblo palestino?
El segundo factor de la derrota de los nuevos nazis ha sido indudablemente el alto costo político y cultural que representó para Tel Aviv su sangrienta agresión en Gaza. De pueblo con historial milenario de víctima, Israel ha pasado a convertirse y ser reconocido como pueblo victimario. De torturado a torturador, de agredido a agresor, de violado a violador, de humillado a humillador, de perseguido a perseguidor, de asesinado a asesino. Este altísimo costo político y cultural resultó impagable para el sionismo.
Por varios decenios, el multimillonario y por eso mismo poderoso lobby judío trabajó con cierto éxito para soslayar u ocultar el carácter agresivo, colonizador, imperialista y criminal de estos nuevos nazis. Pero a pesar de las costosas campañas en medios para maquillar el siniestro rostro del sionismo, ya es imposible velar la índole agresora y genocida de Israel.
Hoy, hasta quienes sienten o sentían simpatía por el pueblo judío muestran su repulsa por estos genocidas. Y con mayor razón quienes por determinados prejuicios históricos o religiosos no tienen simpatía por el llamado pueblo de Israel. Y hasta puede decirse que Netanyahu y su camarilla criminal han contribuido enormemente para abonar y fomentar el antisemitismo que priva en vastas regiones del planeta, y que desde hace décadas puede ser llamado, con, justeza ética e histórica, antisionismo, antiimperialismo, anticolonialismo y hasta antifascismo.
Netanyahu y su camarilla, finalmente, también han perdido la batalla de la opinión pública en el propio Israel. Ningún ciudadano israelita, por fanático o despistado que pudiera ser, ha salido a las calles de las urbes israelíes a festejar victoria alguna. Han guardado el lánguido silencio que acompaña a la derrota. Véase en cambio la alegría del pueblo palestino al conocer del fin de la criminal agresión en Gaza. Y no hay duda de que la victoria de Palestina es un triunfo de la humanidad.
Fuente: www.miguelangelferrer-mentor.com.mx