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  • El rol desestabilizador de los medios de comunicación
Fecha de publicación 31 mayo 2016 - 03:41 PM

El rol de los medios hegemónicos no consiste en informar sino en desestabilizar a los sujetos que no favorecen a los intereses de la Corporatocracia.

Por Sebastián Mariano Giorgi *

Hace un par de semanas se publicó en el diario argentino Página 12[1] un artículo sobre la salud mental y los medios de comunicación. La tesis gira en torno de la amenaza que representan para la sociedad por su rol de patologizar “la cultura, generando diversas formas de malestar, como sentimientos negativos, inhibiciones y la ruptura de lazos sociales, al alimentar la intolerancia, la segregación y el aislamiento”. Las hipótesis fuertes que esgrime Nora Merlin son la búsqueda del lucro mediante el “amarillismo”, cuyas consecuencias -tales como el miedo, la angustia, el terror y el odio- sustentan la “creencia en la existencia de un enemigo”, lo que desencadena la “enfermedad psíquica al despertar lo traumático, según la ecuación de las series complementarias establecida por Freud en 1915”.

Sería difícil no estar de acuerdo con semejante evidencia. Las cobardes provocaciones lanzadas contra Carlos Zanini por un grupo de pasajeros en un avión de American Airlines, es un ejemplo entre miles. La naturalización de la persecución política hacia los militantes del FpV desde el arribo del Obscurantismo PRO, es otro ejemplo. Ciertamente, semejante actitud sería inexplicable sin la construcción del Enemigo K, sistemáticamente pergeñada por La Nación y el Grupo Clarín. Ahora bien, una refutación previsible desde los teóricos de la comunicología sería la siguiente: ni los medios son omnipotentes, ni los telespectadores son pasivos.

El modelo de la “aguja hipodérmica” de Lasswell está basado en la psicología conductista y hoy en día es considerado como obsoleto. Sin caer tampoco en el argumento contrario e ingenuo de una supuesta libertad ejercida por los telespectadores a través de la práctica del zapping -como lo afirma Sarlo-, todavía se podría defender la influencia de los medios desde una asimetría de poder. Es decir, el grado de poder de un oligopolio es infinitamente mayor que el del televidente (aunque Internet y las redes sociales vengan a equilibrar un poco las fuerzas). Pero asimetría no implica necesariamente abuso de poder, ni, menos aún, una “patologización de la cultura”. Para afirmarlo, habría que esgrimir otros argumentos.

Por otro lado, el artículo mencionado afirma que “los medios de comunicación desempeñan un rol crucial” porque “configuran la realidad y operan sobre las subjetividades manipulando significaciones”. Y estas últimas producen e imponen “sentidos y saberes que funcionan como verdades y que, por efecto identificatorio, se transforman en comunes formando la opinión pública”. También según la autora, los medios se instalaron como garantes de “La Verdad”, y critica “la creencia en una supuesta realidad objetiva y exterior” ya que está basada en “una concepción moderna que coincide con el surgimiento de la ciencia”. Visión que, según la psicoanalista, la posmodernidad ha superado con la noción de realidad en tanto producción subjetiva, “que no es exterior, objetiva y ajena al agente que la produce”. Así, invoca el concepto freudiano de “realidad psíquica” en cuanto “fantasmática, ficcional y subjetiva”, crucial para dar ese “salto epistemológico”.

Al respecto, cabe recordar aquí las tres actitudes filosóficas posibles de relación entre el conocimiento y la realidad que postula Caivano (1992), en su memorable artículo “Semiotics and reality”. Sin ser exhaustivos, el autor refiere tres. La primera actitud es la que critica Nora Merlin. La segunda, es la que defiende: la afirmación contraria a la anterior, es decir, la no existencia de un mundo externo independiente del sujeto, ya que todo lo que se percibe es sólo una proyección de nuestra mente. Dicho de otro modo, lo único que podemos conocer son “estados mentales”. Se trata de una realidad interna, y hay tantas como sujetos existen en el vasto universo. La misma proliferación se aplica a la verdad (o verdades). En esta actitud se alinearían el idealismo, el subjetivismo y el escepticismo. Por consiguiente, no se trata de un “salto epistemológico” sino de posiciones epistemológicas distintas y complementarias. De hecho, Platón, Leibniz, Hegel, Bolzano, Dilthey, Descartes, Berkeley, Kant, Fichte, Mach, Cassirer y Collingwood postularon lo mismo, tanto desde un idealismo subjetivo (los primeros cuatro) como desde un idealismo objetivo (los demás).

De acuerdo con el semiotista argentino, habría una tercera actitud filosófica según la cual si existe o no una realidad externa jamás podremos conocerla, ya que está mediada por nuestros sentidos y nuestra mente. O sea que la cuestión de la realidad en tanto tal no es ni afirmada ni negada sino eludida. Según esta epistemología, la única realidad que podríamos conocer es aquella construida por signos o lenguajes (tanto verbales como no verbales). Por lo tanto, la verdad no sería más que una convención social. En consecuencia, la cobertura de acción tentacular de los monopolios mediáticos los habilita a instalar un discurso hegemónico desde el cual construir sentido común. Y es oportuno recordar aquí el sentido que Bachelard atribuía a esta noción, en cuanto una opinión (doxa) que se oponía a un conocimiento elaborado (episteme). De manera tal que el sentido común sería un obstáculo (epistemológico) para el conocimiento. Al punto de afirmar que el conocimiento científico es ir en contra del sentido común, de la opinión, de la doxa.

Desde una semiótica del comportamiento o etosemiótica humana, el sujeto es una instancia enunciante caracterizada por el juicio racional. No es un sujeto empírico de carne y hueso, sino una “posición subjetal” que se manifiesta en el discurso. Esto es, la instancia en la que está situado el sujeto de la enunciación en un momento específico. Pero hay otras instancias como la del cuasi sujeto, caracterizada por la pérdida del juicio (pre-racional), o incluso la del no sujeto, cuya principal característica es la ausencia del juicio (irracional), es decir, por ser un sujeto desbordado por la emoción. Si el cuerpo es la sede del engendramiento del sentido, es por tanto el escenario de manifestación de todas estas instancias o “posiciones subjetales”. Desde este punto de vista, el miedo, la angustia, el terror y el odio son producciones de sentido ubicadas en el más acá del sujeto. Se trata de estados de ánimo que pertenecen al campo de estudio de una semiótica de las pasiones. Para esta semiótica, las pasiones son contagiosas. Si desde los medios hegemónicos se deshumaniza al otro con el objeto de construirlo como Enemigo, el contagio de las pasiones asociadas con la amenaza que representa dicha figura interpela posiciones subjetales pre o irracionales. Si, por ejemplo, reducimos la disputa entre modelos de país diferentes a una lógica pasional futbolera K anti K, difícilmente logremos llegar a un acuerdo para construir un mundo mejor, porque falta la presencia judicativa indispensable para la argumentación racional propia del sujeto.

Si a lo anterior le sumamos el hecho de que los medios hegemónicos son aparatos ideológicos de la Corporatocracia o Ceocracia, es decir de una élite que gobierna a través de las Corporaciones, entonces hay razones suficientes para preocuparnos. Y más allá de un supuesto rol patologizador de la cultura (que no afirmamos ni negamos), el contagio de las pasiones disgregadoras -o basadas en la pulsión de muerte- es funcional como estrategia de desestabilización del sujeto. En este sentido, el amor no vence al dio sino la razón, la presencia de una instancia judicativa desde la cual poder poner distancia de la información que recibimos gracias a un pensamiento crítico. Y aquí llegamos al tema central, porque de tanto demonizar a los medios nos distraemos del eje del problema. El problema no son los medios sino su concentración tentacular. El problema no son los medios sino la Corporatocracia para la que operan. El problema no son los medios sino la desestabilización del sujeto que buscan mediante estrategias que interpelan posiciones del más acá del espectro subjetal. Porque los medios pueden ser y han sido también difusores de categorías de análisis que ayudan a una mejor comprensión del mundo. En otras palabras, el problema es la Globalización de un sistema depredador que atenta contra la vida del Planeta y que tiene a los medios hegemónicos como operadores políticos.

* Lic. Comunicación Social (UNC). Dr. Ciencias del Lenguaje (Universidad de Limoges). Prof. “Teorías semióticas de la recepción” (UBA).

[1] Disponible en http://www.pagina12.com.ar/diario/psicologia/9-299109-2016-05-12.html



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